Jueves, 29 de octubre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Fernando Cibeira
Como es lógico, luego de un resultado sorpresivo como el del domingo, el oficialismo entró en una discusión interna acerca del rumbo que debe elegir Daniel Scioli. Los intelectuales de Carta Abierta sostienen que debe mimetizarse todo lo posible con Cristina Kirchner, hacer actos junto a ella y no despegarse un milímetro de su discurso. El entorno sciolista les reclama que no se entrometan en la campaña, que dejen expresarse al candidato tal como es. “Voy a ser más Scioli que nunca”, concluyó él, dejando el interrogante abierto.
Sin echar mano a las encuestas, que dejaron bien en claro lo poco confiables que resultan, la intuición es que si el oficialismo continúa hablando de cosas como Clarín, los fondos buitre, la AUH y la recuperación de YPF –sin poner en cuestión el valor de esas políticas– le sigue hablando al mismo electorado una y otra vez. Es un muy importante 40 por ciento –nada menos que entre nueve y diez millones de votos– que Scioli ya tiene. Esos votantes ya están del lado del Frente para la Victoria y de ninguna manera podrían sentirse tentados de elegir a Mauricio Macri.
El objetivo, entonces, apuntaría a conseguir el 10 por ciento que falta. Desde hace tiempo los intendentes del FpV del conurbano notan que hay una parte del electorado que no se siente atraído –“interpelado”, dicen– por el mensaje del oficialismo. Es un electorado –no los dirigentes que van y vienen– que se fue con Sergio Massa y nunca volvió al redil. Alguna vez votaron al FpV –seguro lo hicieron en 2011– y claramente no son antiperonistas. Es decir, es un electorado que si se da en la tecla justa, podría volver a prestar atención a lo que propone el justicialismo “oficial”.
Para eso hace falta abrir una agenda a otros temas que figuran entre sus preocupaciones y hasta ahora la campaña de Scioli tocó sólo tangencialmente. Inseguridad, inflación, Indec, dólar, corrupción, narcotráfico y una estrategia clara para el campo, en una lista que podría extenderse. Sumergirse en estas cuestiones probablemente le genere a Scioli ruidos con la Casa Rosada, pero esquivarlos tal vez le resulte todavía más doloroso. El debate presidencial que se está organizando podría ser una buena posibilidad para marcar la nueva agenda.
Scioli se viene reuniendo con algunos intendentes victoriosos en las elecciones de domingo, amén de los encuentros permanentes que mantienen dentro del comando sciolista. Una de las líneas que de allí salieron fue la de mostrar la nueva camada de intendentes jóvenes que está surgiendo desde las propias filas del FpV para suplantar a los funestos barones del conurbano, una especie en extinción a la que el oficialismo permitió una sobrevida que a la larga le resultó contraproducente. Coincidieron que exhibir en público a estos dirigentes con responsabilidades que rondan la treintena sería una manera de disputarle la bandera de renovación política que pretende adjudicarse manera excluyente Cambiemos, que de esa manera esconde a sus dinosaurios como Fernando Niembro, el intendente electo de Mar del Plata, Carlos Arroyo, o el saliente de Malvinas, Jesús Cariglino.
Scioli jugó de manera anticipada el anuncio de los integrantes de su gabinete en la búsqueda de marcar distancia con el Gobierno, pero es evidente que los designados no generaron olas de entusiasmo. La opción de sumar como voceros de su candidatura a dirigentes del justicialismo que ganaron en sus provincias –se habla del salteño Juan Manuel Urtubey, el santafesino Omar Perotti y la fueguina Rosana Bertone– sería una posibilidad a explorar.
También trascendió que analizan poner en marcha lo que se llama una campaña “agresiva”, algo de lo que en el país no hay muchas experiencias. Incluso, contratando al publicista brasileño que hizo el spot de la campaña de Dilma Rousseff en la que se mostraba cómo quedaban vacíos los platos en la mesa de un hogar humilde con la leyenda “ganaron ellos”. Ese tipo de campañas pueden ser golazos o goles en contra, difícil un punto medio, pero también podría ser un recurso.
Lo que es evidente es que el FpV está en una disyuntiva. O un golpe de timón para intentar un triunfo o, si sigue en la misma senda, una derrota digna, “sin arriar las banderas”, con la idea de comenzar una oposición activa a partir del 11 de diciembre. Son las opciones, y hay que elegir una.
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