EL PAíS › APREMIOS, ASESINATOS Y DESAPARECIDOS EN CHUBUT
El juego del gatillo
Lizurume deja el gobierno de Chubut sin que se hayan esclarecido las desapariciones, asesinatos y apremios practicados por la policía, con cobertura judicial.
Por Diego Martínez
Un mes y medio antes de desaparecer en manos de la policía de Chubut, Iván Eladio Torres experimentó el simulacro de fusilamiento que los agentes llaman Juego del Gatillo. Dos policías lo subieron a las seis de la mañana al móvil 479 y lo llevaron a un descampado en las afueras de Comodoro Rivadavia. Lo bajaron de los pelos, le sacaron las zapatillas, la remera, le dieron trompadas y patadas y le dijeron “tenés un minuto para correr”. El terror sólo le permitió arrastrarse entre las matas. Tan cerca sintió el ruido de las balas que imaginó estar muerto. Tres horas después caminó descalzo hasta su casa. El 1º de octubre dos policías de la seccional 1ª se metieron en su pieza, lo acusaron de robar un discman, golpearon a un amigo y le advirtieron “vos terminás mal”. A la medianoche siguiente cumplieron. Un patrullero lo levantó junto con un amigo, que desde otro calabozo de la seccional 1ª escuchó sus gritos desgarradores. Fue la última noticia sobre Iván. Los hechos constan en un hábeas corpus presentado por su hermana, en la querella que la madre radicó junto con la Asociación Pro Derechos de los Niños y en una denuncia que ya recibieron el gobierno provincial saliente del radical José Luis Lizurume y autoridades nacionales. Desde aquel día, sin embargo, policías y magistrados chubutenses trabajan en conjunto para obstruir el esclarecimiento del caso.
Iván es chileno, tiene 24 años y sobrevivía de changas. Lo crió su mamá, María Leontina Millacura Llaipen. “Cuando hacía frío levantaba a los chicos de la calle, los hacía bañar y les tiraba un colchoncito –relata María–. Compraba bolsas de 50 kilos de harina para que les amasara pan. Si le decía algo me contestaba ‘yo fui huérfano, sé lo que es el hambre y el frío’. Ese es mi hijo.”
El 3 de diciembre de 2000 la familia sufrió en carne propia a la policía. “Desde la ruta gritaban ‘Torres, no vayas al centro porque vas a ser boleta’. Me asomé, vi que la voz salía del altoparlante de un patrullero. Iván intentó bajar pero empezaron a tirar. Entró y se encerró en la pieza. Yo me quedé a recibirlos pero me pegaron con el churro, casi me matan. Mi hija salió gritando con su beba en brazos y casi le rompen la cabeza. Nos detuvieron a las dos y volvieron con una orden de allanamiento a buscar a Iván y una supuesta arma. Decían que le había robado 50 pesos a un hombre. Dos semanas después encontré al hombre. Contó que dos pibes le habían pedido un cigarro y pan, señalándolo con el dedo. Esa era el arma. Reconoció que no lo asaltaron. Le conté todo al juez y salió en libertad.” Desde entonces no dejaron de amenazarlo.
Iván salió de su casa el 2 de octubre a la tarde. A la medianoche tres agentes lo subieron al patrullero 469, junto con un amigo frente a una heladería. En la seccional 1ª separaron a los dos jóvenes. A las 13 del día siguiente dejaron en libertad al amigo. Cuando preguntó por Iván le respondieron “ya lo largamos”. La primera respuesta a María en la comisaría fue una burla: “Se habrá ido a Truncado”. Tres veces se negaron a recibirle la denuncia. Cuando el caso trascendió en la prensa, el jefe de la seccional, comisario Fabián Tillería, fue a su casa simulando preocupación. Recién el 14 de octubre la oficial ayudante Rosana Soler, a su manera, tomó la denuncia. Escribió que María sospechaba de la policía y que en agosto lo habían sometido al juego del gatillo, pero no anotó el apellido del agente Bahamonde en ese hecho ni el atropello del 1º de octubre, que María había relatado. El parte diario de la comisaría se secuestró a 25 días de la desaparición y a 13 de la denuncia.
La primera intervención del fiscal Raúl Alberto Coronel no fue para pedir la indagatoria de los policías sino la intervención del teléfono de la familia, que ya lo estaba de hecho. El 30 de octubre, el propio juez Oscar Herrera hizo una inspección ocular en la heladería para refutar alos menores que vieron el patrullero. “La visibilidad es prácticamente nula”, escribió.
Recién el 4 de noviembre María se enteró de que Iván había sido detenido con un amigo. El joven le confesó que no había hablado por temor a que lo mataran y aceptó declarar bajo identidad reservada. La fiscal subrogante María Adriana Ibáñez fue a tomarle declaración de noche a su casa acompañada por un hombre al que presentó como “persona de mi confianza”, que enmudeció al testigo: era un agente de la Brigada. Cuando el policía se sumó al interrogatorio, reaccionó: “¿Desde cuándo mirás a la gente a la cara? Vos me rompiste las costillas a patadas”. El policía minimizó la acusación: “Sigamos. Es la palabra de él contra la mía. Y vos te callás porque sabemos muy bien quién sos”. Todo delante de María. La fiscal hizo oídos sordos, no dejó registro del diálogo y al día siguiente lo hizo declarar ante el juez. Pese al miedo describió a “dos oficiales grandes, más de 30 años, sin bigotes, uno gordo medio grandote y otro flaco que manejaba”. Dijo que en la comisaría “cae otro joven llamado Dante” y que un policía ordenó “que lo llevaran para otra oficina ‘porque iba a hablar’”. En el calabozo Iván le dijo “que le dolían las costillas” de los golpes y le contó que en el descampado “lo amenazaron con detenerlo cada vez que lo vieran en el centro”.
Según la denuncia, frente al juez Oscar Herrera “se tomaron cinco testimoniales al mismo tiempo, dos de los testigos contestando las mismas preguntas a la vez, escuchándose uno al otro” mientras el juez comentaba “hasta la identidad reservada del testigo”. Los policías reconocieron “que se detiene a personas ‘por sospechas’, porque ‘deambulan y no los conocen’, que ‘no dan aviso a ninguna autoridad policial’ y ‘a veces no se anota’ el ingreso”. Cuatro reconocieron la letra del oficial Mauricio Ibáñez en el libro de parte diario. El oficial Martín Betbedé dijo conocer a María de “un allanamiento en su domicilio” sobre el cual no se lo interrogó. La noche de las declaraciones de los policías, un patrullero del Comando Radioeléctrico persiguió a María. Cuando quiso denunciarlo, la fiscal Ibáñez le dijo que necesitaba “más detalles, la patente”.
“Desde que desapareció perdí el miedo, recorro la ciudad día y noche y escuché relatos terribles. Montones de chicos son llevados al cerro, son violados y corren esquivando las balas. Bahamonde los levanta y no agarra para la comisaría, agarra para los cerros. A uno le partió la cabeza a golpes, otro se tiró esquivando tiros”, cuenta María. Para su hija Valeria “la policía siempre hace lo mismo. A los pibes que son pobres los agarra, los tortura, los basurea y se cansa de pegarles, pero ¿quién los defiende? Nadie”.