Domingo, 7 de febrero de 2016 | Hoy
EL PAíS › PROMESA DE UN GENDARME A UN NENE MURGUERO DE LA VILLA 1-11-14
El impacto público y la iniciativa de la Procuración sobre Violencia Institucional hicieron que el Gobierno al final prometiera investigar el ataque a la murga Los Auténticos Reyes del Ritmo y determinar responsabilidades y culpas. Los últimos cambios en Gendarmería. La falta de límites. El mirandismo en acción.
Por Martín Granovsky
Un tuit puede hacer temblar a la conducción de la Gendarmería y sacudir al Ministerio de Seguridad. El tuit colgado el lunes 1º de febrero por La Garganta Poderosa (@gargantapodero) cita una frase: “Les pregunté por qué y me dijeron: ‘La próxima te reventamos la cabeza’”. Informa el tuit que se trata de Ariel Sulca, 8 años, dos balazos de goma, y muestra tres fotos de un nenito que mira a cámara y exhibe una cicatriz redonda justo encima de la ceja derecha. Si el disparo le hubiera dado más abajo, adiós ojo.
Ariel es uno de los chicos atacados por una patota de la Gendarmería en la villa 1-11-14 el viernes 29 de enero cuando un patrullero y un camión de la fuerza federal decidieron atravesar la murga Los Auténticos Reyes del Ritmo como si delante no hubiera habido gente sino aire. El hecho derivó en empujones, amenazas y represión con balazos de goma.
Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, comenzó ignorando la mera existencia del tema pero terminó prometiendo una investigación. La pesquisa incluye las heridas que recibieron dos gendarmes a los que Bullrich sí confortó.
Ante las primeras denuncias intervino la Procuración sobre Violencia Institucional, una de las ramas temáticas de la Procuración. El fiscal Miguel Palazzani acusó a los gendarmes por tentativa de homicidio doloso calificado por abuso de funciones y formalizó una denuncia que quedó en cabeza del juez Guillermo Rongo y del fiscal Carlos Velarde. Al cierre de esta nota ningún funcionario judicial tipificó el Carnaval como asociación ilícita ni acusó a Los auténticos reyes del ritmo de haber cometido delito en murga. En Jujuy son más imaginativos. Y, por cierto, sonaría extraño culpabilizar a una murga.
En los barrios, y más en los barrios humildes, las murgas funcionan como un modo de articulación social que indirectamente confronta con el dominio del espacio público por parte de las bandas. Las Madres del Paco, recibidas por Mauricio Macri hace dos semanas, suelen elogiar este tipo de iniciativas callejeras y colectivas.
Una Gendarmería cada vez más presente en la Capital y el conurbano y más ausente de las fronteras, o una Gendarmería cada vez con menos límites a la hora de actuar en la calle, puede convertirse en un problema para la democracia. Incluso puede serlo para un gobierno conservador. Cada vez que una administración norteamericana dio demasiada soga a una agencia de investigaciones o a un organismo de seguridad terminó presa de ellos. Se quedó sin margen de maniobra y sujeta al repudio social a las palizas, los balazos o la violación de la diversidad.
Bullrich tiene un espejo posible en un gobierno que ya integró como secretaria de Políticas Penitenciarias y después como ministra de Trabajo: el de Fernando de la Rúa.
En esa época llegó a los máximos cargos de la Gendarmería un equipo destinado a perdurar. Lo encabezaba el comandante general Hugo Miranda, director de la fuerza. Su ayudante era el comandante Gerardo José Otero. Es el actual número uno.
Miranda sobrevivió al gobierno de De la Rúa pero debió pedir el retiro en 2002 después de un episodio de contrabando. Todo empezó cuando el oficial de medio rango Pablo Silveyra lo denunció ante el juez Rodolfo Canicoba Corral y la investigación avanzó. Silveyra, un entrerriano nacido en 1961, se enteró de una venta ilegal de cigarrillos cuando estaba destinado en Campo de Mayo y se le acercó un gendarme.
–Todos los jefes roban y nadie hace nada –dijo el subordinado.
–Discúlpeme, yo soy jefe y no robo –replicó Silveyra.
–Jefe, acá entran cigarrillos y en lugar de quemarlos todos, los están vendiendo.
A partir de esa charla Silveyra se puso a investigar por su cuenta hasta que tuvo los elementos para una denuncia penal. Determinó que el 3 de abril de 2002 entraron cuatro contenedores con dos mil cajas de cigarrillos de 50 cartones cada una. Unos eran Derby, de fabricación nacional pero en ese momento de venta prohibida en el país. Los otros, Boots, norteamericanos. La Agrupación Unidades Operativas con sede en Campo de Mayo ordenó quemar los cigarrillos. Y los gendarmes quemaron. Pero poquito. Después de la primera voluta de humo el jefe de Unidades Operativas, Jorge Villalba, pidió encargarse él mismo de la tarea. Para eso debía tener a su cargo las 1100 cajas que faltaba destruir. En los días siguientes Silveyra vio salir camiones y también registró que una parte del cargamento quedó en galpones cerrados dentro de Campo de Mayo. En junio, después de un allanamiento, Canicoba procesó a Villalba y a otros cinco gendarmes, Roberto Esper, Fabián Barrandeguy, Julio Arceredillo, Carlos Lazzarini y Mario López.
Duhalde al final relevó a Miranda pero a Silveyra le fue mal. Sufrió una persecución interna con desplazamientos hacia cargos de menor importancia y fue castigado por la Gendarmería luego de su pecado capital: haber denunciado la manipulación de los cigarrillos requisados y su reingreso en el mercado negro directamente a la Justicia y no a la Gendarmería. Silveyra se defendió entonces con el argumento de que un gendarme no es más que un funcionario público y que, en esa condición, debe cumplir con la obligación de denunciar penalmente la sospecha de un delito. Recién con Néstor Kirchner presidente Silveyra fue reincoporado a la Gendarmería y por su cuenta pidió el retiro.
La actual cúpula de la Gendarmería, la cúpula mirandista, tiene un origen extraño. Tanto Otero como su número dos Eugenio Sosa habían pasado a retiro durante la gestión del secretario de Seguridad Sergio Berni, que designó a Omar Kanneman como director y a Edgar Carrizo como subdirector en septiembre último.
Bullrich mantuvo a ambos del mismo modo que preservó la cúpula de la Policía Federal. Pero de manera sorpresiva los relevó a fines de diciembre. El dato anómalo para las prácticas comunes en seguridad es que no cortó la cadena de mandos más abajo como se hace habitualmente para designar un nuevo director sino que reconvocó a los mirandistas.
“Debemos reparar una injusticia que cometió Berni”, fue el argumento de Bullrich a un sorprendido Kanneman, quien contó a sus amigos que notó incómoda a la ministra. La especulación es que en rigor quien promovía el relevo era el secretario de Seguridad Eugenio Burzaco.
“Ministra, no importa si yo sigo o no”, dijo en un momento resignado Kanneman. “Pero lo que usted debe preservar por sobre todas las cosas es una de las columnas que sostiene a la institución: el orden jerárquico. Si designa a un hombre que está en disponibilidad y que ya fue sobrepasado por otros oficiales superiores no está contribuyendo a ese orden.”
Un allegado a Kanneman que pidió reserva de su identidad dijo que el mirandismo trabajó sobre Burzaco para lograr los cambios.
Otero fue director de Apoyo Logístico, un puesto clave para la estructura operativa de la Gendarmería.
Sosa estuvo a cargo del Operativo Escudo Frontera Norte, justamente con la misión de custodiar una zona que fue blanco de las críticas de Bullrich cuando era diputada.
El mirandismo no debutó con todos los honores en otra de las joyas de la Gendarmería, el Plan Unidad Cinturón Sur que desde julio de 2011 incluye la participación de la Prefectura y de la Gendarmería en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.
A la Gendarmería le toca justamente el área que abarca la villa 1-11-14, donde atropellaron a la murga y después dispararon.
En Facebook está publicado el relato de Gustavo “Marola” González, el director de la murga. Vale la pena leerlo en detalle porque describe el abuso de poder: “Avanzaron, sin importarles que hubiera menores. Y así fue como lastimaron a los dos primeros nenes, rozándolos con el coche, mientras pasaban de prepo por el medio. Al ver esta reacción de los oficiales, les dije a los chicos de la murga que rápidamente le abrieran paso al patrullero y al camión que lo seguía, pero en cuanto terminaron de pasar, apareció un gendarme desde atrás del camión, conocido en el barrio como ‘El Polaco’, para increparnos directamente: ‘¿Acá son todos guapos?’... A eso, yo mismo le respondí otra vez que había muchas criaturas, que no hiciera nada, pero no terminé de decirlo, cuando ya me había empujado. Y sin esperar que cayera al piso, empezó a tirar con su escopeta, tal como pueden ver en la foto, donde me levantan la remera. Desesperado, mi hijo Jonathan se puso adelante mío. Y le dieron en la pierna, apenas arriba del tobillo, arrancándole la carne con una bala de plomo. Sí, una bala de plomo que seguro era para mí”.
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