Domingo, 7 de febrero de 2016 | Hoy
Por Ariel Dorfman
El cuento por su autor
Aunque es mi cuento más reciente (lo publiqué en inglés en la revista The New Yorker en noviembre de 2015), “El Evangelio según San García” tiene un origen lejano en el tiempo. Cuando Angélica y yo salimos de Chile a fines de 1973 después del golpe militar, pensamos a menudo en los alumnos nuestros, los alumnos de tantos colegas, que habían quedado, de un día a otro, sin el amparo de su profesor favorito.
Si me ha tardado más de cuatro décadas ahondar en esa situación –cómo reaccionaría un grupo de estudiantes ante el intento de algún espurio maestro sustituto por ganarse su adhesión– fue tal vez porque intuí que subyacía a esa tragedia otras tristezas y dilemas que necesitan un desarrollo que fuera más allá de la denuncia, por urgente que fuera, de la represión y la violencia.
De manera que fui eliminando casi toda referencia inmediatamente histórica o circunstancial, poniendo énfasis en la ambigüedad y el misterio, sin que sepamos a ciencia cierta, o incierta, las razones de la desaparición repentina y oscura de García, ni tampoco si alguno de sus doce discípulos (como en el caso de Cristo) es culpable, aunque sea en forma inadvertida, de su probable muerte. Para ello quise armar un narrador fluctuante y colectivo, una estrategia literaria que había intentado por primera vez en la novela Viudas. Esta indeterminación coral, amén de cambios en la perspectiva temporal, debería agregar a la angustia de quienes leen el relato, instándoles a que se pregunten sobre el poder mesiánico y sus límites. Demasiadas veces en la historia de nuestros tiempos (piensen en Mandela, piensen en Allende, piensen en la Argentina de los últimos cincuenta años) la desaparición de un líder carismático ha dejado tras sí vacío, desorientación, melancolía. Supongo, entonces, que “El Evangelio según San García” es, finalmente, un eslabón más en el duelo latinoamericano, la orfandad en que nos hemos ido quedando, como la de esos estudiantes resistentes que, como los personajes de Beckett, no tienen otra alternativa que esperar, seguir esperando.
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