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En primer lugar, resulta imprescindible aclarar que sólo hay Populismo de izquierda. El populismo es la versión renovada de la Emancipación cuando ya está agotado el tiempo histórico de la Revolución y su supuesto sujeto histórico. Su momento es siempre contingente, situacional y se construye alrededor del vacío del sujeto y la equivalencia inestable de diferentes demandas insatisfechas que sólo a partir del punto de almohadillado de un significante sin significación se organiza como un Pueblo que es capaz de afrontar un antagonismo.

Un antagonismo instituyente de una nueva confrontación social. Por el contrario, la ultraderecha pretende instaurar una totalidad que se sostiene frente a una excepción que la amenaza en su anhelo de identidad plena y homogénea. No hay populismo de derechas, se trata de la ultraderecha de siempre.

En este aspecto, si se quiere mantener a toda costa una Europa sin memoria, sin haber extraído las verdaderas consecuencias de la Shoa, dominada enteramente por los mercados y el cinismo de los políticos neoliberales, si se ahogó sin piedad a Grecia en su intento solitario y soberano, si se ridiculiza y parodia y difama permanentemente a los movimientos latinoamericanos en sus intentos de construcción política contra-hegemónica con respecto al Imperio, si se han cedido los asuntos de la construcción popular, la soberanía, el antagonismo, para presentar a la Europa alemana del euro como la panacea de la democracia progresista occidental, que después no se alarmen de la escalada fascista que atraviesa a los sectores obreros y populares del continente con respecto a la inmigración.

Hace rato que los políticos conservadores y los autodenominados progresistas tienen en el huevo y la serpiente juntas frente a sus ojos y solo les horroriza el “populismo” de Podemos, una fuerza que junto a otras se atreve a proponer el único límite que aún puede valer frente al avance de la ultraderecha: la construcción de una Europa libre, justa y soberana con respecto al dispositivo corporativo dominante.