Lunes, 27 de junio de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
A la vista de todo lo que se está destapando sobre la corrupción de los últimos años –que es absolutamente repudiable y sólo cabe esperar que se llegue a condenas rigurosísimas quienesquiera sean los responsables–, hay que decir también otras cosas. Y la primera es que se está destapando solamente una mitad de la corrupción en la Argentina. Porque igualmente repugnante es la que involucra al gobierno actual, desde el Presidente hasta el hato de funcionarios, amigos y familiares que lo acompaña, y también a su prensa cómplice y beneficiaria que está encargada de amplificar de un lado lo que silencia del otro.
Lo anterior no se escribe por afán de empatar sino porque, dada la fuerte percepción popular de que la justicia en la Argentina siempre está al servicio del poder de turno, todo indica ahora que eso es exactamente lo que sucede.
Quizás lo único reconfortante, para las personas decentes, sea ver cómo caen caretas y se derrumban mitos. Porque la verdad de los hechos, aunque duela, siempre es bienvenida. Así lo sostuvo esta nación durante muchos años como única manera de restaurar la democracia: con Memoria, Verdad y Justicia.
La primera parece garantizada más allá de que ahora resurgen algunos monstruos, amparados por el macrismo. Y el tercer concepto ya se sabe que es la gran tarea pendiente de este país, la cual dependerá de que el pueblo argentino recupere el protagonismo que hace seis meses cedió a una banda de avorazados mercaderes celebrados en el mundo (de los negocios).
La cuestión que ahora ocupa el centro de las grandes necesidades argentinas es, entonces, y sin dudas, la Verdad. Ese tercer vocablo por cuya lucha se enaltecieron las Madres y Abuelas hoy respetadas en todo el mundo (entero) y que en este presente argentino vuelve a estar en entredicho. Por lo que parece aconsejable empezar a llamar algunas cosas por su nombre.
Y en primer lugar que si por pensar como pensamos muchos arrecian las descalificaciones acusatorias de ser K, ultra K o recontra K que impusieron los mentimedios, hay que responder que ésas son formas de persecución fascistas. Ya sabemos que cuando en este país te adjetivan, como cuando dicen que no tenés que victimizarte, es porque te están vigilando y se preparan para reprimir. Y si además se les nota la inclinación por la violencia como ya mostraron en algunas represiones, entre ellas y especialmente la de Rosario el Día de la Bandera, que la telebasura ocultó rigurosamente, pues eso también se llama fascismo. Y no está demás recordar –aunque no falten los que digan que es una comparación exagerada– que así empezaron los nazis en la Alemania de los años 30 y 40.
De donde es coherencia, nomás, lo de estos señores de trajes caros y lenguas mentirosas que, digámoslo de una vez, no son solamente neoliberales o gente de derecha (lo que no es necesariamente malo si sus comportamientos son democráticos y acordes a la Constitución) sino que son fascistas. Por su clasismo, su racismo, su hipocresía, su arrogancia, su machismo y su latente intolerancia, quizás sea hora de declarar que tenemos un gobierno fascista, más allá de que fue muchísima gente democrática y honesta la que los colocó en el poder, y más allá de que también hay muchos funcionarios honorables en todos los estamentos del actual gobierno.
Es en su comportamiento y en sus decisiones donde se advierte que el macrismo es, en esencia, fascista. Porque perfeccionan la entrega de los últimos restos del patrimonio colectivo, pero ya nos endeudaron por tres generaciones, jodieron a millones de jubilados que todavía no se dan cuenta del desfalco que descubrirán en un par de años, engordaron tramposamente la Corte Suprema de Justicia, marchan hacia la casi segura venta de Aerolíneas Argentinas e YPF, y todo eso haciendo negocios fabulosos con parientes y amigos, a la vez que se preparan ostensiblemente para “dar palos”.
Como en el cuento del animal aquél que algunos se preguntaban qué bicho era hasta que uno, con simple sentido común, razonó que si el animal tenía cuatro patas; melena marrón; cola larga terminada en mata negra; enormes colmillos de carnívoro y venía de África y rugía como un león... pues era un león, nomás.
Ante el desastre que ya es nuevamente la Argentina –y sin que decirlo implique negación del también desastre que nos dejó la soberbia, la necedad y la corrupción tolerada y jamás investigada ni perseguida de los últimos años–, lo que nos queda es resistir moralmente y con firme valoración de todo lo bueno que se hizo en esos años. Y cabe recordarlo porque es justo y necesario, y porque es y será la bandera de lucha de un pueblo que jamás apoyó la corrupción pero sí abrazó las políticas sociales de equidad, la economía sometida a la política, la recuperación de la industria nacional, el pleno empleo y la igualdad de oportunidades, la soberanía y la autodeterminación, el firme compromiso latinoamericanista y la constante reivindicación pacífica de nuestros derechos sobre las Malvinas.
Cada tanto habrá que refrescarle estas memorias al país. Y otras también, como aquel duelo de candidatos una semana antes del ballottage del año pasado, cuando el Sr. Mauricio Macri acusó a su rival: “en qué te convertiste, Daniel, decís cosas horribles que voy a hacer, despidos, devaluación, tarifazos, nada de eso es cierto, son cosas horribles...”.
Y sí eran cosas horribles. Lo son. Y las está haciendo él mismo, mientras el aludido Daniel y quien lo designó candidato, bien gracias.
Que las cosas por su nombre.
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