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De cómo Kirchner tuvo su baño de gente en un territorio menemista

Entre Ríos y Concordia le dieron la espalda en las elecciones.Pero al desembarcar allá, el Presidente no se privó de burlar el protocolo, salirse del libreto, llevar el estilo K al Litoral.

 Por Diego Schurman

No necesitó del Caballo de Troya. El aterrizaje en tierra menemista fue a cara descubierta y con el desparpajo de siempre. Néstor Kirchner llegó a Entre Ríos y en pocos segundos impuso el Estilo K, con gestos fuera de protocolo, guiños cómplices hacia la gente, y un decálogo de frases que se ya son marca registrada de su gestión.
La Conquista K empezó por Concordia, donde Augusto Alasino es símbolo de la ostentación menemista, sobre todo por aquella fabulosa mansión que construyó en el corazón de un barrio de medio pelo. Si aquel dirigente es pasado en la escena nacional, Carlos Menem aún tiene entre los entrerrianos varios alfiles.
¿Algunos botones de muestra? El presidente de la Cámara de Diputados, Orlando Engelmann; el presidente del bloque de diputados, Emilio Castrillón, y el presidente del bloque de senadores, Hubo Berthet, mano derecha del Choclo Alasino. Un dato para no olvidar: la última elección presidencial, el 27 de abril pasado, Menem arrasó con los votos. Y Kirchner quedó tercero, detrás de Adolfo Rodríguez Saá.
Aun así, el desembarco de Kirch-ner en el aeropuerto de Concordia no fue como el de Normandía. Ni secreto ni masivo. Al contrario, fue bullicioso y con una comitiva reducida, pero que bastó para movilizar a gran parte de la ciudad. Lo recibió el gobernador Jorge Busti, aquel que –sincerando la fuerte presencia menemista en la provincia– se negó a darle un respaldo abierto a su candidatura presidencial.
Como era de prever en la era K, hubo un desbande de funcionarios, periodistas y curiosos. Era una barahúnda. Aníbal Fernández buscaba a Kirchner como lo haría un nene con su mamá. “¿Adónde está?”, preguntaba al aire el ministro del Interior, sin dejar de sonreír a los que lo felicitaban por el triunfo de Quilmes. ¿Alguna vez se habrá imaginado la presencia de un hincha cervecero por esos pagos?
Julio De Vido sobresalía en la multitud por su traje clarito y peleado con la plancha. Al ministro de Planificación lo desbordaron varios hombres que en un trayecto de veinte metros pretendían arrebatarle algún “sí” o una cita futura. En otro extremo, ceñida de un impecable modelito blanco, Alicia Kirchner se sorprendió cuando una caterva, apilada detrás de un alambrado olímpico, empezó a vivarla. Se acercó. Repartió besos. Y se llevó un manojo de sobres con pedidos. La nota la dio una verborrágica mujer, que se ufanaba de apoyar a los Kirchner desde el primer momento, pero que a la hora de adular a la ministra de Desarrollo decía “Patricia!!! Patricia!!!” en vez de Alicia.
En ceremonial ya lo saben. Para trasladarse, el Presidente exige una combi sin vidrios polarizados y con puerta corrediza. Quiere ver y que lo vean. Y, sobre todo, quiere tener facilidades para saltar hacia la gente como lo haría un clavadista en el mar de Acapulco. Por eso, el acto de inauguración del Hospital Delicia Concepción Masvernat cumplió a rajatabla el Ritual K. El Presidente ingresó al predio por donde no debía, o sea por el medio de la marea humana, con una custodia reducida y sin temor de estar obligado a pasar al día siguiente por la tintorería.
Como en botica, hubo de todo. Reclamos de trabajo, previsible en una provincia saqueada por la pobreza. Alientos por Racing y hasta regalos de comida casera, paradójicamente una ofrenda habitual del que no tiene qué comer.
–Vamos a recibir al presidente Carloooooooooooooooooosss... –arrancó el locutor, y en la comitiva oficial a varios se le fueron los ojos de órbita. El fantasma de Menem sobrevoló por unos segundos la zona. Finalmente remató con el apellido correcto. Y por las dudas repitió “Carlos Néstor Kirchner”, y todos respiraron. Setecientos ochenta y tres besos después, con el pelo revuelto y un flequillo que hasta Carlitos Balá envidiaría, el Presidente llegó al palco, blanco como un palmito. Puede que el calor de Concordia, como se ufanó, no haya hecho estragos en el Pingüino patagónico. Pero el de la gente casi lo deja sin oxígeno.
Kirchner, se sabe, no es precisamente un canto a la prolijidad. Pero al lado de Héctor Patrignani parecía Gino Bogani. Después de la travesía, el sudor del jefe de la custodia presidencial hizo estragos: traspasó la camisa clara y se apoderó de su ambo beige. Parecía ataviado con un uniforme militar de camuflage.
Astuto, Ginés González García se abrió de la comitiva K. Y le permitió llegar al palco, no sin antes perder la brújula, con algo más de resto. El ministro de Salud se paseó con una copa de agua que terminó convirtiéndose en bendita para un Kirchner deshidratado.
“No quiero alcahuetes, quiero a la gente para hacer una patria distinta”, soliviantó el señor K, a pesar de su disfonía. Una bandera atrevida, a un costado, sintonizó con el desafío: “Menem + Cresto = corrupción, desocupación, hambre”. Juan Carlos Cresto, el intendente de Concordia, estaba subido al palco en su papel de anfitrión. No fue la única transgresión. Minutos antes, mientras se trasladaba al Hospital, Kirchner se topó con otro estandarte: “No a los despidos de Busti”. Su compañero de viaje era precisamente el gobernador.
Un caballero, de dudosa cordura y destinado al soponcio, mostraba un singular encolumnamiento con Kirchner: “¿Saben cuál es el reservorio más importante de agua dulce? El Perito Moreno”. Despertó la atención tanto como uno de los regalos que llegaron a las manos del Presidente: el libro Maldito tú eres de Hernán Brienza, sobre la vida de Christian Von Wernich, el capellán de la policía que participó en sesiones de torturas durante la última dictadura.
El cierre de la visita fue un típico Caos K. Con el Presidente en medio del remolino y su vocero Miguel Núñez como un abrojo para no ser arrastrado por la corriente. Cerca de ellos la temperatura trepaba por encima de los 40 grados. “Estamos subiendo la escalera del infierno”, bramó el Presidente. No hablaba de él, sino del país.

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Kirchner en su salsa. Cuando viaja pide combi sin vidrios polarizados y desafía a sus custodios.
 
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