EL PAíS › DESDE EL FIN DE LA GUERRA DE MALVINAS SE QUITARON LA VIDA 269 VETERANOS

Una historia marcada por el suicidio

Murieron después de la última batalla casi tantos como en combate, y casi el mismo número de los muertos por el hundimiento del “Belgrano”.
Retrato de los ex combatientes en una guerra que, imaginada desde el régimen militar para ganar apoyo popular y eternidad, fue una gran aventura.

 Por Miguel Bonasso

En su pieza Ha llegado un inspector, el dramaturgo inglés John B. Priestley encarna dramáticamente una tesis incuestionable: el suicidio no es un mero acto individual, es una acusación contra “los otros”, el recordatorio de que la sociedad ha perpetrado con alguno de sus hijos el peor de los crímenes, que es el del olvido. Esa tesis se potencia con el número: desde la derrota en Malvinas se han suicidado 269 veteranos de guerra. Poco menos que los 326 jóvenes compatriotas que murieron en combate. Casi el mismo número de víctimas que produjo el hundimiento del “Belgrano”. Una tragedia colectiva que debería sacudir la conciencia de los argentinos.
Si llegara a estas tierras un inspector como el de la obra de Priestley no necesitaría de muchas indagaciones para diagnosticar una grave patología social. Se trata de una gigantesca culpa colectiva.
Hace ya 17 años, durante una entrevista que este cronista realizó en México, el ex soldado Miguel Angel Trinidad tenía entonces 22 años, y el reportaje fue un diálogo entre dos generaciones mutiladas.
Trinidad, que entonces era secretario general del Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas, relató su peripecia guerrera con minuciosidad, dramatismo y no poco sentido del humor. Con la madurez del que nació despierto y, además, ha crecido de golpe. Con el paso de los años muchos otros testimonios, entre los que sobresale el del colega y amigo Edgardo Esteban, dejaron ese nudo de amargura que en la narración de Trinidad marcaba un hito decisivo en la parábola del veterano: la feroz desilusión del “regreso a la Patria”.
Vale la pena –tantos años después– recordar un tramo de aquel relato tan cercano a los días del conflicto:
- “Sin pretender hacerme el trágico y aunque no me lo creas, para algunos fue más jodida la posguerra que la guerra. Porque en la guerra, aún con el temor de perder la vida (que es lo peor que te puede ocurrir) al menos con los sentimientos (que es lo único que puede sobrepasar al instinto de supervivencia), uno sentía que, mal o bien, estaba haciendo algo. Cuando regresamos nos encontramos con una confusión total en Argentina; con una suerte de querer todo el mundo quitarle pedazos al cadáver. (El cadáver era el país). Y en ese momento todo pretexto servía”.
- “A nosotros nos resultó doloroso comprobar, cuando todavía estábamos en las islas, un día antes de la rendición, que todo el mundo estaba pendiente en Buenos Aires del Mundial de Fútbol que se estaba jugando en España. La Capital Federal vivió la guerra de manera muy distinta a como la vivió, por ejemplo, el sur del país. No por culpa del pueblo, sino de los que mandaban; de los que manipulaban los medios de comunicación, en suma: del gobierno militar.
- “A la guerra se la confundió con un partido de fútbol entre Argentina e Inglaterra. Por eso te digo que me vino bien no encontrarme enseguida en la calle”. (Trinidad, como otros jóvenes soldados fue retenido durante varios días en un cuartel de la guarnición de Campo de Mayo. Allí fueron interrogados por oficiales de la inteligencia militar y se les advirtió que no comentaran nada de lo que habían visto durante la guerra. Un capitán llegó más lejos e inauguró la famosa “desmalvinización” que alcanzaría su apogeo en la democracia con una orden disfrazada de consejo: “Ahora vayan a casa y olvídense de Malvinas”).
- “Cuando yo salgo a la calle, por el apuro, salgo de uniforme, vestido de verde. Yo no esperaba que nadie dijera nada...yo digo...la ciudad era igual. La gente, algunos me miraban como un bicho raro. Y yo parecía un indio, porque miraba los edificios como si los viera por primera vez. Los de mi barrio, te digo. Y sentí tanta indiferencia en la gente. No hacia mi; yo no quería que me vinieran a mi. Yo esperaba ver otras caras. ¡Bueno, se perdió una guerra! Esperaba ver a la gente cabizbaja. No. Como si nada hubiera pasado”.
- “Llego al edificio de departamentos donde vivía. Llego y en la puerta estaba el portero -con el que me había peleado antes de Malvinas- y estaba con un vecino. Y el vecino, que sabía que había estado en la guerra, ni me saludó. Y yo, claro, no lo saludé. Recién sentí el calor de la familia cuando mi madre abrió la puerta...”.
- “Si eso me hubiera pasado apenas bajaba del avión...no sé lo que les hacía. Porque no hubiera soportado ver a la gente así, en su rutina de siempre, cuando habían muerto tantos...”
Pasaron los años, los ex combatientes se dividieron en varios centros (según su cercanía o lejanía respecto de las Fuerzas Armadas), y a la indiferencia de los vecinos en los primeros días se sumó la incuria oficial para resolver sus problemas concretos.
Su causa, legítima, quedó relegada incluso para muchas organizaciones sociales y políticas que luchaban contra el statu quo, porque se los suponía “fachos” y “cercanos a los milicos”.
Hoy muchos de ellos, especialmente los que se han dado cita en la Plaza de Mayo, reivindican su pertenencia al campo popular, su enfrentamiento visceral con cualquier aventura golpista o represiva y su crítica a un gobierno al que ven arrodillado frente a Gran Bretaña y Estados Unidos.
Pero todos los veteranos merecen que una sociedad, que empezó a despertar el 20 de diciembre, los rescate esta tarde de las aguas del olvido.

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El 3 de abril de 1982, al día siguiente del desembarco, tropas argentinas desfilan por la Avenida Ross de Port Stanley, capital de las islas.
 
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