EL PAíS › OPINION
SORPRENDENTES REVELACIONES DE UN SOCIOLOGO FRANCES
Si no fuéramos ignorantes seríamos liberales
Por José Pablo Feinmann
Raymond Boudon (exhibiendo un espíritu aperturista, una comprensión honda de las razones de quienes no piensan como él) ha declarado que quienes no hacen esto lo hacen por simple, mera ignorancia. Se ha despachado con una frase que sería arduo definir como otra cosa que, cuanto menos, contundente: “Sólo por ignorancia se puede ser hostil al liberalismo”. O sea, usted no piensa como yo pienso porque no conoce lo que yo pienso; si lo conociera, pensaría como yo. Usted no es liberal porque ignora por completo qué es el liberalismo, doctrina o credo o ciencia o cosmovisión de la realidad tan efectiva, irrefutable, que conocerla es aceptarla.
Boudon (que se ha caracterizado por diferenciarse de Pierre Bordieu, que, es cierto, no era liberal, algo que no sólo no le cerró las puertas del saber y lo hundió en la ignorancia, sino que le permitió escribir notables libros entre los que se cuenta uno sobre la ontología política de Martin Heidegger que, sospecho, jamás habría logrado garabatear Boudon) se dispone, acaso generosamente, para arrancarnos de las garras del Error, a entregarnos una explicación del liberalismo. Por curioso que parezca todo cuanto dice ya lo conocíamos. Por curioso que parezca todo cuanto dice lo había ya dicho, mejor que él, nada menos que Karl Marx, a quien Boudon dispensa escasas simpatías y cuyo pensamiento se dedica a simplificar a niveles asombrosos: Marx no habría pasado de entender la historia como lucha de clases, simplificándola de modo atroz e insalvable. No sería adecuado decirle a Boudon que él es hostil a Marx por ignorancia, dado que sería aceptar su esquema autoritario de pensamiento, pero es legítimo decirle que, de Marx, lo ignora todo o, al menos, se ha construido un marxismo a su medida, el exacto marxismo que le permite despreciarlo. Más aún: Boudon, podríamos decirle, si el marxismo fuera eso que Ud. dice, nosotros también le seríamos hostil. Sin embargo, el marxismo (o, cuanto menos, el señor Marx) es tan complejo que se permite saber más del liberalismo que usted y explicarlo mejor.
Cuestiones ideológicas
¿En qué estamos? Estamos discutiendo ideas. Detrás de las ideas viene todo. O las ideas acompañan todo cuanto sucede. Los hombres viven y mueren por ideas. No exageremos: no por ideales. Por ideas, que tal vez puedan transformarse en ideales, pero no se trata de trascendentalizar tanto las cosas. Hablemos, sencillamente, de ideas. Boudon dispara agresivamente una: sólo por ignorancia se puede no ser liberal. Si alguien dice algo así se condena o se destina a decir qué es el liberalismo. Boudon (que tiene unos obstinados setenta años: “obstinados” significa aquí que sigue diciendo, sin mayores variantes, lo que siempre dijo, actitud que acaso merezca el mérito de la coherencia pero, irrefutablemente, el desmérito del tedio) dice que el liberalismo surge a mediados del siglo XIX (en rigor, antes) y “fue un movimiento que se opuso al bloqueo continental de las corn laws, que eran leyes que, en Inglaterra, establecían un precio mínimo para las importaciones de trigo, con la idea de proteger la industria cerealera británica”. (La Nación, agosto/04.) Créase o no, sabíamos esto casi desde niños y, no obstante, no abrazamos el liberalismo.
Veamos la cuestión de más cerca: las corn laws (leyes de cereales) implicaban una protección para los agricultores británicos, más ligados a la aristocracia que a la pujante burguesía industrial. La burguesía, que necesita alimentar a su proletariado urbano, necesita pan barato. ¿Por qué comprárselo a los terratenientes? ¿Por qué no importarlo de las colonias? De las colonias trigueras. Sí, de esa lejana república del Sur que acaba de ganar su Independencia, suceso que nuestros barcos celebraron a cañonazos en el estuario de ese ancho Río de la Plata. De modo que la burguesía se anota un gran triunfo. Agrede a los terratenientes. Le llama “ley del hambre” a las leyes cerealeras. Nada de proteccionismo. Seamos liberales. Abracemos el librecambio. Traigamos trigo barato de las colonias. Tendremos pan barato para nuestros obreros. Al bajar el costo del pan bajaremos el costo del salario, que, como todos saben, es el costo de lo que sale mantener a un obrero. Si algo tan esencial para esa manutención, como el mismísimo pan, nos sale más barato, más ganancia tendremos. ¡Así nace el liberalismo! Vea, Boudon, eso estaba en David Ricardo. Y aquí, en la Argentina, lo explicó formidablemente un economista de nombre Ricardo M. Ortiz, quien, pese a no ignorar nada de eso, no se hizo liberal. Cosas que pasan.
Ortiz desarrolló la teoría de la “franja fértil”. David Ricardo –en sus Principios de Economía y tributación– había, sensatamente, dicho: “Añadiendo a nuestra isla una franja fértil podremos traer de ella las materias primarias para elaborar el pan de nuestros obreros. Nos saldrá más barato que el costo que nos imponen nuestros terratenientes, aristócratas destinados a desaparecer ante el impulso de la burguesía industrial”. Y también del proletariado, que se le une. Y, vea Monsieur Boudon, hasta Karl Marx acepta la idea. “Los obreros ingleses han hecho sentir a los librecambistas que no se dejan seducir por sus ilusiones y mentira. Y si, a pesar de eso, se han prestado a aliarse a ellos en contra de los terratenientes fue, simplemente, para acabar con los últimos restos del feudalismo y no tener frente a sí más que a un solo enemigo”. Se trata del excepcional Discurso sobre el problema del librecambio que Marx pronuncia en Bruselas el 9 de enero de 1848. ¿Lo conocía usted, Monsieur Boudon? No lo dude: Pierre Bordieu, sí. Bien, lo notable de la cuestión es que Marx, conociendo tan bien las leyes del librecambio, siguió siendo marxista y no se hizo liberal. No hay caso: hay gente que ni sabiendo, aprende.
En suma, si el liberalismo, según M. Boudon, nace con la derogación de las corn laws, entonces es casi una creación tan argentina como el dulce de leche o el colectivo, por mencionar sólo un par de nuestras grandezas históricas. Ahora, inesperadamente, gracias a Boudon añadimos el liberalismo. ¿Qué decir? ¿Cómo el mundo nos pide modestia? Venimos súbitamente a descubrir que hicimos posible el liberalismo. Era cierto: Dios es argentino. Porque Dios, qué duda cabe, es liberal. Y la tierra del trigo generoso, el país que posibilitó aniquilar las corn laws fue la Argentina de la abundancia fácil. Y nuestra oligarquía le vendió cereales a bajo precio a los industriales británicos, quienes, para ello, derribaron las leyes proteccionistas y abrieron las puertas del liberalismo para que entraran triunfalmente por ellas los ganados y las mieses que cantó Lugones. Algo salió mal. Para nosotros, digo. Los ingleses se dedicaron a la industria. Alimentaron a su proletariado y fabricaron máquinas y máquinas herramientas. Y cierto día, a fines de la década del ’20 del siglo ídem, los términos de intercambio aniquilaron el valor de las mieses y la tierra fértil, los campos generosos del país de la abundancia fácil no sirvieron para mucho. Y nosotros, que inventamos el liberalismo, fuimos sus víctimas.
¿Por qué? Porque nos dejamos envolver por “el carácter hipócrita común a todos los sermones liberales” (Marx, ob. cit.). Porque no fuimos proteccionistas, lo que nos habría permitido ser industriales y no hundirnos no bien se hundieron los valores de las industrias primarias, ligadas a la tierra, al pasado, al feudalismo. Y Marx lo había dicho: “El sistema proteccionista es el medio para crear en un pueblo la gran industria (...) Por eso vemos que en aquellos países en que la burguesía comienza a imponerse como clase, en Alemania, por ejemplo, hace grandes esfuerzos por implantar aranceles protectores”. Pero en Alemania estaba Bismarck, y aquí nuestra ociosa, dispendiosa oligarquía ganadera y nuestra timorata burguesía importadora. Así, ni con Dios.
Tres funciones del Estado liberal
Veamos el último esfuerzo didáctico de Boudon. Se dispone a hablarnos de un texto al que llama –acaso con alguna desmesura– “eterno”. “Adam Smith decía (dice él) que el Estado tiene que ocuparse de la seguridad primero; de la Justicia después y, en tercer lugar, de la iniciativa privada cuando ésta no hace lo que debe”. Se trata de una “interpretación” de Smith, que era mejor persona que Boudon y todos los liberales que andan por ahí. Veamos: si el Estado se ocupa de la seguridad primero y de la Justicia después, tendríamos que la seguridad se instaura al margen de la Justicia. Seguimos, los argentinos, ocupando la vanguardia del liberalismo a la Boudon. Porque aquí, en esta dulce tierra, se pide eso: seguridad sin Justicia. Seguridad ante todo. Y hasta la gente se apasiona tanto por esta petición que sigue al primer inesperado y hasta extravagante personaje que aparece y hasta enciende velitas místicas para seguirlo.
Pero, Monsieur Boudon. Usted no conoce el pensamiento de los maestros del liberalismo. Adam Smith no era un cavernícola, no separaba la seguridad de la Justicia. La seguridad era parte de la Justicia. Y hasta Hobbes era claro en esto. Y, por último, Adam Smith sí –absolutamente sí– consideraba tarea del Estado derivar los desbordes de la iniciativa privada hacia el interés general. De aquí que ustedes, que dicen conocerlo y lo conocen, pero lo olvidan para desarrollar negocios cuyas ganancias sólo pueden ser fabulosas por medio de la oligopolización de la economía, lo olviden, lo traicionen. Ustedes, los liberales de hoy, a quienes nosotros, acaso para diferenciarlos de buenas personas como Adam Smith, llamamos (neo)liberales, no son hostiles al liberalismo (Smith detestaba la concentración monopólica) por ignorancia sino por esa indigna, compulsiva codicia que es hoy el rasgo identitario que minuciosamente los dibuja.