EL PAíS
“El desarrollo no se importa, es el resultado de una construcción”
El economista Aldo Ferrer presentó su nuevo libro Densidad nacional, en el que compara experiencias de desarrollo de otras latitudes para determinar sus causas profundas.
Por José Natanson
“El desarrollo no se importa. No hay un manual que podamos comprar en Londres o Frankfurt. Es el resultado de una trayectoria histórica, de una construcción de largo plazo”, sostuvo Aldo Ferrer el martes, en la presentación del libro Densidad nacional, que compara experiencias nacionales en otras latitudes con el objetivo de determinar las causas profundas del desarrollo.
La presentación se realizó en la biblioteca Ricardo Güiraldes y quedó a cargo de Carlos Borro, director general del Libro del gobierno porteño, y de José Nun, coordinador de la colección. “No hay una receta única para el crecimiento”, comenzó su intervención el titular de Enarsa, ex ministro de Economía y autor del best seller La economía argentina, que ya lleva 30 ediciones agotadas. A contrapelo del institucionalismo neoliberal, que recomienda importar sin más las instituciones de los “países exitosos”, Ferrer está convencido de que el desarrollo es una creación esencialmente nacional, a la que cada país llega de modo diferente.
Esto no significa, por supuesto, que no puedan buscarse denominadores comunes. El último trabajo del autor de la frase “vivir con lo nuestro” compara los casos de la Alemania del segundo Reich, las 13 colonias inglesas de norteamérica (inicio de Estados Unidos), el Japón después de la restauración Meiji y los países del sudeste de Asia en los ‘90.
“Son casos diferentes. Ocurrieron en el siglo XIX y el XX, en contextos de globalización diferentes, en países de tamaños variados, con características propias y problemas especiales, como las enormes tensiones étnicas que frenaban a Malasia, hoy el más exitoso de los Tigres. Sin embargo, todos ellos lograron saltos importantes de desarrollo: ¿qué tienen en común?”, se pregunta Ferrer. Y, luego de pensar y pensar, encuentra algunas constantes:
- La mayor parte de la población participó de los frutos del desarrollo. Aun con desigualdades, e incluso tensiones, en todos los casos se comprobó una integración social creciente.
- Las elites dirigentes mantuvieron el control de los recursos estratégicos. Los liderazgos acumularon poder dentro del espacio nacional y no en función de terceros países o de los centros de poder mundial.
- Aunque se trató de sistemas diferentes (monarquías constitucionales, absolutismos, democracias), se comprobó una estabilidad institucional de largo plazo que permitió transar los conflictos internos.
- Finalmente, los países que lograron el desarrollo tuvieron la capacidad y la lucidez de fomentar el pensamiento crítico, que funcionó como fundamento del orden económico. Un ejemplo: en el siglo XIX, mientras Inglaterra defendía el sistema librecambista y la apertura comercial, Estados Unidos profundizaba el proteccionismo para no quebrar las industrias de los estados del norte. Lo mismo ocurrió con Corea o Taiwan en tiempos de Consenso de Washington.
Estas cuatro condiciones determinan lo que Ferrer denomina “densidad nacional”. El esquema es interesante y amplio, aunque podría señalarse la exclusión de algunos países que consiguieron mejorar su performance económica y que, aun cumpliendo con algunos de los puntos mencionados, no se ajustan exactamente al esquema: Irlanda y Chile son dos ejemplos notorios.
En cualquier caso, como señaló Ferrer, lo indudable es que Argentina se apartó del esquema desde un principio: la temprana concentración de riqueza alrededor de una clase terrateniente; la temprana intervención del capital extranjero en las empresas; el record mundial de inestabilidad institucional entre 1930 y 1983, y la falta de pensamiento crítico redundaron en un cuadro de “bajísima densidad nacional”. Ahora bien: ¿es posible construirla? “No sólo es posible –responde Ferrer–. Es la única vía para el desarrollo.”