CULTURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA CHILENA MARCELA SERRANO
En busca del paraíso perdido
Está presentando aquí Hasta siempre, Mujercitas, su nueva novela, en la que vuelve a retratar el universo femenino y traslada a la ficción escenarios de su infancia en el sur de Chile.
Por Silvina Friera
Es una mujer de carácter que galvaniza lo que le molesta, apelando a un repertorio de gestos delicados: una ceja que apenas se eleva, como interrogando a su interlocutora o buscando complicidad; una risa moderada, pero contagiosa, y las manos que se balancean o se tensan de acuerdo con lo que diga. Marcela Serrano advierte que está cansada de los reduccionismos del mercado editorial y periodístico. Con un tono irónico, le pregunta a Página/12: “¿Qué cresta quiere decir literatura femenina?”. La escritora chilena vino a Buenos Aires para presentar su último libro, Hasta siempre, Mujercitas, una novela en la que los personajes femeninos –Nieves, Ada, Luz y Lola– se reflejan en los caracteres de las cuatro hermanas –Mega, Jo, Beth y Amy– de Mujercitas, el clásico de la escritora norteamericana Louise M. Alcott. “Fue el primer libro que leí en mi vida. Ni (Emilio) Salgari ni (Julio) Verne entraron en mi universo de chica.”
Revisitar Mujercitas fue como volver al primer amor que tuvo, no sólo como lectora. “Empecé a escribir novelas, que eran una copia ridícula de Alcott, cuando tenía diez años”, confiesa Serrano, una de las escritoras que más vende en Latinoamérica, desde la aparición de su primer libro, Nosotras que nos queremos tanto, en 1991. “Lo único que tomé prestado de mi vida fue mi experiencia en el campo, mi infancia en el sur de Chile, cosa que no había hecho en ninguna de mis novelas anteriores.”
–¿Por qué?
–Quise recordar un ámbito rural que ya no existe, porque el mundo se industrializó definitivamente. Para la gente que vivió en carne propia la vida del campo fue muy doloroso perder un espacio extraordinariamente autocontenido. Mi padre era dueño de una hacienda y cuando llegó la reforma agraria en tiempos de (Salvador) Allende, se la expropiaron. Yo era izquierdista y estaba a favor del gobierno de Allende y, con todas las contradicciones que eso implicaba, entregamos la casa y nos despedimos de los trabajadores. Eso me marcó la vida y me dejó una enorme nostalgia. Y es la primera vez que literariamente acudo a esa nostalgia.
–¿Pudo resolver esos sentimientos encontrados frente a la expropiación?
–Me porté regio (risas). Racionalmente era lo justo: era una locura esa cantidad de hectáreas y la forma en que se manejaban. La razón se opuso a la nostalgia. Pero cada vez que viajo al sur, no puedo mirar el campo porque me pongo a llorar, aunque sé que hice lo correcto.
–¿Sigue pensando que la crítica no la trata demasiado bien?
–Me han tratado mejor, aunque no me desvelo con ese tema. Sin ir más lejos, Alcott no entró al canon literario porque los hombres no la leyeron, la consideraban una escritora menor. Esto fue cambiando a la fuerza, porque las mujeres comenzamos a ser leídas masivamente y muchos se preguntaron qué hacer. Y, entonces, inventaron eso de la literatura femenina y armaron el paquete con moño: (Isabel) Allende, Serrano, (Angeles) Mastretta y (Laura) Esquivel. Fabricaron una cohesión en torno de la literatura femenina que es mentira. ¿Qué cresta quiere decir literatura femenina?
–Quizás, en su caso, esté relacionado con que la mayoría de sus lectores son mujeres.
–Las mujeres cada vez son más lectoras porque eligen qué leer. Llevamos una vida tan dispersa y fragmentada, que no nos cuesta nada tomar un libro y apropiarnos de la vida de la novela. El hombre es más lineal y está rígidamente instalado en su quehacer. Si insisto con el universo femenino es porque se escribió demasiado sobre el alma masculina. La revolución en el mundo entero la están protagonizando las mujeres, que somos psicológicamente más complejas e interesantes.
–¿Cuáles serían sus obsesiones literarias?
–Tienen que ver con un punto de vista femenino, que nace no sólo por lo autobiográfico sino por mi interés de lectora. Otra de mis obsesiones es la fuga, el querer escaparme. Y sé que tarde o temprano voy a desaparecer. Y la tercera... no sé si llamarla los paraísos perdidos, pero sé que está relacionada con el espacio, con un lugar más bien nostálgico, quizá el espacio de la niñez.
–¿En qué sentido dice que piensa desaparecer? ¿Podría ser apartándose de la escritura?
–En una de mis novelas, Nuestra Señora de la Soledad, una mujer se fuga físicamente, se hace la muerta. La gracia de escribir es exorcizar tus fantasías. Los pasos que doy se encaminan hacia la fuga. Los escritores no somos rock stars. Nosotros leímos a Tolstoi sin conocerle la cara.