EL PAíS › DIA DE TENSION Y ACUSACIONES
EN EL GOBIERNO POR EL EPISODIO CUBANO

Con la resaca de La Habana en Ouro Preto

La tensión con Cuba casi desapareció después de que la médica Hilda Molina abandonó la embajada argentina. Pero en el Gobierno quedan asuntos por resolver. La reunión Kirchner-Bielsa.

Por Sergio Moreno y Martín Piqué

El canciller Rafael Bielsa pasará todo el fin de semana desentrañando los vericuetos del caso de la médica cubana Hilda Molina. Luego de analizar hasta los más ínfimos detalles, presentará el informe que le exigió Néstor Kirchner. Será el lunes. Ayer, la suerte del embajador Raúl Taleb estaba echada. “No sé si Eduardo (Valdés, el jefe de gabinete de la Cancillería) va a pagar”, se esperanzaban anoche fuentes calificadas del Palacio San Martín. Sin embargo, el Presidente pensaba distinto, según confiaron fuentes de la Casa Rosada a este diario, y así se lo transmitió al canciller en una reunión que ambos mantuvieron anteayer, en Belo Horizonte. La preocupación principal de Bielsa es probar que la escalada del caso Molina no fue impulsada desde la Cancillería, una sospecha que sobrevive en sectores del propio Gobierno.
En una conversación con este diario, un diplomático de altísimo nivel contó la versión predominante en Cancillería sobre cómo se sucedieron los hechos. El relato tiene varios escenarios –Cuba, Alemania, Brasil, Argentina– y protagonistas inesperados, como los cancilleres de España, Miguel Angel Moratinos, y de Venezuela, Alí Rodríguez Araque, ex titular de Pdvsa. Entre la narración de los detalles, la fuente admitió que en el tratamiento del tema se cometieron errores: los atribuyó a una “sobreactuación” y no a una supuesta “operación” para distanciar a Kirchner de Fidel Castro.

Venezuela y España

El momento álgido del caso se produjo el miércoles a primera hora. A las seis de la mañana de Cuba, la médica y su madre aparecieron en la puerta de la embajada argentina. Bielsa se enteró al instante. Se encontraba en Berlín, donde eran las once y estaba por reunirse con el canciller alemán, Joshka Fischer. Tras enterarse de la situación, Bielsa llamó a Kirchner pero no pudo comunicarse. Sí encontró al embajador de Cuba en Buenos Aires, Alejandro González Galiano, a quien puso al tanto. Luego ordenó que le abrieran las puertas de la embajada pero, aseguran en la Cancillería, también ordenó a sus subordinados que aclararan que dejarla pasar no significaba que le concederían el asilo.
La preocupación de Bielsa era que el caso “escalara” con una solicitud formal de asilo. Y que los cubanos o el Gobierno pensaran que una mano oscura estaba detrás de Molina. El canciller, entonces, recurrió a “dos países amigos” (España y Venezuela) para contarles lo que estaba pasando. Habló con el canciller Moratinos –uno de los estrategas del PSOE, que acusó al PP de ser cómplice del golpe de Estado contra Hugo Chávez– y con su par venezolano, Alí Rodríguez. A ambos les pidió que hablaran con Cuba y dieran prueba de la autenticidad de su versión de los hechos. Más tarde se comunicó con el canciller cubano, Felipe Pérez Roque. “Oficialmente todo estaba tranquilo. Había comprensión”, reconstruyeron desde la Cancillería.
Kirchner se enteró de que Molina estaba en la embajada cuatro horas después de que ingresara a la sede. La conversación telefónica entre Bielsa y el Presidente se produjo tras la entrevista del canciller con el alemán Fischer. Después del contacto, la templanza del Presidente fue mutando hacia el enojo a medida que tomaba fuerza una lectura crítica sobre los últimos movimientos de la Cancillería. Uno de los hechos que generaban suspicacia era la entrevista de Bielsa con Colin Powell. Comentarios de ese tipo se escucharon en el vuelo a Belo Horizonte. También en las oficinas de la Casa Rosada. Bielsa comprobó rápidamente que había un cambio de opinión hacia él. Mientras tanto, tomó el caso en sus manos (en su entorno admiten que hasta el miércoles el tema Molina estaba a cargo de Valdés). Su propósito era que la médica y su madre abandonaran la embajada y se fueran a su casa. Así podrían seguir con las gestiones ante el gobierno cubano para que ambas viajaran a Buenos Aires. Con Taleb fuera de circulación, Bielsa encargó la gestión al embajador argentino en Honduras, Alfredo Forti, amigo suyo desde hace años. Forti logró que Molina se fuera de la embajada. Era la noche del jueves. Había pasado un día y una noche en la representación diplomática. Bielsa se enteró de la novedad mientras cenaba con Kirchner en Belo Horizonte.

A solas

El jueves a la noche, recién llegado a Belo Horizonte, el Presidente se encerró en su suite con el canciller. Hubo una conversación un tanto acalorada donde Kirchner fue, como de costumbre, frontal.
–No tengo nada personal contra Valdés –arrancó el patagónico–, pero ésta no es la primera vez que mete la pata y genera un problema. Ya le perdoné otras anteriores, pero ésta no se la voy a dejar pasar.
El canciller intervino para defender a su jefe de Gabinete, pero Kirchner estaba más que convencido. Dijo: “El (por Valdés) no se da cuenta de que el Gobierno no es la ciudad de Buenos Aires; tendría que haber dejado de hacer operaciones”.
El diálogo, aunque duro, relajó (un poco) los ánimos.
“Estamos más tranquilos. La cuestión se iba a poner muy complicada si se quedaban en la embajada. Por suerte se fueron.” La frase pertenece a uno de los funcionarios que acompañó al Presidente. Aunque nadie quiso hacer catarsis en público, en la delegación que regresó ayer de Ouro Preto se respiraba un aire más calmo. El clima se distendió tras la salida de Molina y su madre de la embajada argentina en La Habana. En la comitiva pensaban que eso había disipado el fantasma de una crisis diplomática. “Ahora podremos manejar el tema con más reserva”, confió a Página/12 un integrante de la delegación.
A este capítulo de la crisis que no llegó a ser le falta un cierre: la posición oficial sobre el destino de Valdés y de Taleb que, al decir de encumbrados habitantes de Balcarce 50, ya está definido.

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El canciller, Rafael Bielsa, el Presidente, Néstor Kirchner, y el ministro de Economía, Roberto Lavagna, en la cumbre de Ouro Preto.
 
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