EL PAíS › LAS CLAVES DE LA TRAGEDIA
Un santuario en el Once y reclamos de justicia
Familiares y amigos de las víctimas construyeron un altar en su homenaje frente al boliche. A la tarde marcharon hacia el gobierno porteño para pedir justicia. Y fueron a la Casa Rosada.
“El rey de la gloria nos ha preparado un reino para vivir junto a él”, cantaba un evangelista en plaza Once, seguido de un anciano con pandereta. Alrededor, cinco espectadores se esforzaban por obedecer al cantor que entonaba “no nos durmamos”. Su protagonismo allí quedó de lado, como el de los borrachos y las meretrices centroamericanas, por el de los cientos de jóvenes que con sus remeras rockeras se daban abrazos largos en los que envolvían sus llantos. Todos tenían algún conocido que murió en el boliche que ofició de cámara de gas. Un amigo de un amigo, un primo, alguien con quien habían ido a despedir el año escuchando a su banda preferida. Miles se acercaron a la convocatoria de tres sílabas: justicia. Esta consigna los guió por los asfaltos calientes de Buenos Aires, donde gritaron con bronca y tristeza una frase que se estaba oxidando: “Que se vayan todos”. De Once partieron al microcentro: los reclamos se concentraron frente al gobierno porteño y luego también ante la Casa Rosada.
La cuadra de Mitre al 3000, donde se ubica República Cromañón, tiene un paréntesis de rejas azules, cosidas por tallos de flores naturales y artificiales, papeles escritos a las apuradas con oraciones religiosas, imágenes de cristos, pedidos de justicia, nombres de fallecidos y sus remeras sucias y arrugadas. Algunas zapatillas que en vano intentaron sacar a su dueño con vida llevaban rosarios junto con cordones, hacían de florero o albergaban estampitas del Gauchito Gil. A los pies del enrejado policial devenido altar, había multitud de flores y velas. Al costado, en la pared de un viejo edificio abandonado, estaba la lista de los hospitalizados pegada sobre el cartel de las bandas que tocarían en un boliche tropical.
Adrián es un bailarín de tango del Once que el jueves último volvió a las 23 de actuar en el Abasto. Cuando llegó y vio el fuego, agarró una toalla y se metió en Cromañón. “Los únicos que entraban a sacar a los que estaban adentro eran los pibes. Afuera la policía daba órdenes sin hacer nada, los bomberos entraban unos metros nada más para agarrar de brazos de los chicos a los cuerpos que iban sacando”, denunció. A pesar de que iba protegido por una toalla, Adrián dice que “el aire era irrespirable. Se metía por los ojos y no te dejaba ni ver”. Cuenta que sacó a ocho personas, “pero todos parecían estar ya muertos. A lo último saqué a una chica a la que le salía una baba negra de la boca que se movía, por lo que pensé que todavía respiraba, pero no sé qué fue de ella”, relató.
Al llamado de los familiares de las víctimas concurrió un gran número que no estaba directamente implicado en la tragedia. Entre ellos había una mujer que se acercó para dejar en claro que “la vida de la gente vale más que los negocios. Tenemos que terminar con esta situación, porque en este país o te matan de hambre o te queman vivo”. Ella, golpeando dos botellas de plástico, decía a los presentes luego de que un cura recitara unas oraciones ante el altar improvisado: “Vamos a la morgue, porque acá no tenemos nada que hacer. Acá no están los cuerpos de los que queremos”.
Al principio parecía que sembraba sobre el asfalto. Pero su prédica dio resultado. Fue “espontáneo”: a su caminata se agregó en silencio la de la mayoría de los presentes. Sin un trayecto establecido, la muchedumbre salió por la avenida Rivadavia. Quizá porque ya no les quedaban lágrimas ni voz, se hacían oír con palmadas que interpelaban y sonaban como lluvia. Los autos en las esquinas tocaban bocina al paso de la caravana de varias cuadras, mientras los vecinos arengaban desde los balcones.
Al frente de la marcha iba una bandera argentina sostenida por decenas de jóvenes que cantaban “el que no grita ‘justicia’ para qué carajo vino” o “esto es para los pibes que nos miran desde el cielo”, entre otras de sus inventivas. Uno de ellos, Fernando, contó a Página/12 que marchaba “para que no abran a los pibes. Si ya sabemos de qué murieron, ¿por qué no los devuelven a sus familias?” También sostenía la bandera Andrés, que al parar la caravana frente a la Jefatura de Gobierno contó cómo sobrevivió. Estaba pegado al escenario, donde se inició todo. En esa parte del local “todos saltábamos con la música, hasta que se paró. Sobre el escenario los de la banda estaban con la boca abierta mirando al techo. Miramos y vemos que en el medio se hacía un círculo de fuego. Entonces todos empezamos a correr. Yo agarré de la mano a la piba con la que estaba y quisimos llegar a la puerta. Cuando llegamos, estaba cerrada. Nos caímos, y la gente nos pasaba por arriba”. Andrés cuenta que “nos sacaron los bomberos, por eso el que dice que no se animaron a meterse para mí que miente”.
A las 8 de la noche, la muchedumbre realizó ante los vallados de Plaza de Mayo un minuto de silencio. Y volvieron a gritar “Ibarra y Chabán la tienen que pagar”. No se salvó ni el convocante papá de Axel: “Dónde está, y Blumberg dónde está”, entonaron. Hacia las 21, se dirigieron a la morgue judicial para seguir con su reclamo.
Informe: Sebastián Ochoa.