EL PAíS › OPINION - LO SUCEDIDO EN POLITICA EN 2004 Y LO QUE PUEDE VENIR
Así pasan los años
La recuperación económica fue, durante el año pasado, el pilar del consenso del Gobierno. La calle albergó los mayores desafíos en su contra. La caja, recurso y obsesión. Las cuitas de la oposición y del centroizquierda. La relación de Kirchner con el PJ. Y algo sobre lo que se viene y sobre lo pendiente.
Por Mario Wainfeld
Néstor Kirchner utilizó su tiempo del 2003 para demostrar que no era el Chirolita de Eduardo Duhalde, que se daba maña para encolumnar al PJ, que tenía una agenda propia, muy decidida en materia de derechos humanos y de regeneración institucional. Para probar, en suma, que la Argentina era gobernable “por centroizquierda” y no por derecha. El 2004 fue momento de demostrar que la recuperación económica se sostenía, que el desempleo podía bajar y que el Gobierno era apto para mantener (no sin tropiezos) su hegemonía inicial. Año de crisis, de desafíos, de errores, de correcciones. Las zozobras existieron pero, vistas con la relativa perspectiva que da el balance anual, pasaron casi desatendidas para los mercados y para la vida cotidiana de los argentinos. Aunque la realidad no es nunca todo lo que los protagonistas desean, el fin de año del 2004 se emparenta bastante con lo que Néstor Kirchner pudo (combinando sensatez y optimismo) maquinar allá por enero o febrero.
Kirchner repolitizó la democracia sin “ganar la calle”. El suyo es un liderazgo delegativo, fundado en su peso en la opinión, mensurable en los sondeos o vía la sensación térmica. La movilización popular (salvo la muy litúrgica que puede organizarle el PJ) sigue siendo en la Argentina predominantemente opositora o, cuando menos, reivindicativa. Lógico es, en tiempos ulteriores a diciembre de 2001, que la calle sea el territorio donde se acuñan los retos más firmes al Gobierno. En forma sucesiva, los piqueteros, Juan Carlos Blumberg y algunos gremios se hicieron sentir en el espacio público. En distintas fechas del año pasado varios barruntaron que esas movidas desestabilizarían al oficialismo. Lo jaqueó, en especial, la aparición sorpresiva del papá de Axel, pero el oficialismo supo retomar el control.
Sin entrar en el respectivo detalle, valga señalar que frente a esos sosegates el Gobierno, con el Presidente a la cabeza, fue bastante más sofisticado y menos frontal que lo que sugiere su retrato más convencional. De cara a Blumberg, al movimiento de desocupados, a los gremios, el Gobierno se valió de herramientas múltiples y no sólo del palo o la zanahoria. La cooptación, la negociación en surtidos niveles, la adopción de ciertas medidas propuestas por el challenger integraron su bagaje de recursos. A veces, a niveles inquietantes, como cuando un gobierno paladín de los derechos humanos prohijó la sanción en el Congreso del “paquete Blumberg”, un conjunto de leyes penales que afrentan a la democracia y que incendian cualquier biblioteca de derecho penal.
Plata en caja es poder
La crisis energética fue un cimbronazo que el Gobierno encaró a su manera. Con hiperquinesis, velocidad... y pagando. Tener una caja sólida evita algunos percances, aunque eso cueste. Dicen los que saben que así, comprando el fuel venezolano y el gas boliviano (que viene trepando a precios faraónicos), el 2005 no deparará mayores percances.
Contar con harta plata cash no es un golpe de dados, un avatar azaroso, sino la consecuencia de una convicción que Kirchner comparte con Roberto Lavagna: un colchón forrado en dinero es, sencillamente, poder. Nada más abstracto que el dinero, escribía Borges, porque es un repertorio de futuros posibles. Lo que hoy dormita en la caja puede ser, mañana mismo, tanto un dique a la crisis energética cuanto aumentos salariales..., justo, justo cuando los titulares de los diarios enfilaban para cualquier otro lado.
El Presidente no es apenas un ortodoxo afecto al equilibrio fiscal, es un afanoso buscador de superávit. Quienes lo conocen resaltan su obsesión diaria por conocer a cuánto ascienden las reservas en el Banco Central, que ya exceden cualquier lógica económica convencional en un régimen de libertad cambiaria. “Estar líquido” conforta a Kirchner, lo sosiega psicológicamente. Varias cajas adicionales posee el Gobierno, a costo bajo en tiempos de chatura de los intereses bancarios. El ciclo del mundo financiero le ha sido propicio, tanto como el del mercado de commodities, el Príncipe también tiene (por ahora) la fortuna de su lado.
La oposición.
Mueven las blancas
La iniciativa es para el Presidente una obsesión. Cambiar las reglas de juego es un recurso incomparable para dominar a los adversarios. Sorprender, alterar el terreno, imponer agenda, desconcierta al otro. Ese saber integra el código genético de cualquier dirigente peronista de primer nivel y Kirchner lo es.
El enigma es un atributo del poder, Kirchner accede a él de un modo, diríase, oblicuo. No posee una personalidad enigmática, lo suyo no es el misterio sino la frontalidad, la enunciación sin ambages. Pero cambiar el tablero es un modo de sorprender, de sacarle la alfombra al que está enfrente. La decisión instantánea dosifica y centraliza el manejo de los tiempos. Para el que compite con Kir-
chner, el día a día es un arcano porque la Rosada tiene el timón y un kit bastante consistente de recursos materiales y simbólicos.
La ruptura tectónica que produjo Kirchner con su peculiar programa, apuntalado por la fidelidad al éxito del PJ, convulsionó a otras fuerzas políticas. Sus contendientes no encuentran un discurso global para oponérsele, sufren cooptaciones o “robo de banderas”. El Gobierno ha combinado el juicio a la Corte con una política de avanzada en derechos humanos, con equilibrios fiscales y estabilidad monetaria, con más un cambio de rumbo en relaciones laborales y salarios. Las identidades alternativas se pusieron en estado de asamblea, en especial las del centroizquierda y afines. La CTA atraviesa una discusión interna tan vasta como la del tablero del progresismo nacional, que va desde el oficialismo confeso de Luis D’ Elía, hasta la pertinaz crítica del diputado Claudio Lozano.
Ningún partido opositor tiene un programa integral que oponer al oficialismo. La crítica institucional es el común denominador que aúna a Elisa Carrió, Ricardo López Murphy y Mauricio Macri. La líder del ARI se mueve con mucha más ductilidad en un terreno que le es fértil. Su discurso afinado la distingue, en esa temática, muy por encima de los tartajeos de Macri o López Murphy. Carrió ha sabido sobrevivir al bienio sabático parlamentario que muchos vaticinaban que sería su tumba. Ha elegido un estilo muy opositor, muy “gobierno céntrico”, tanto que ha diluido su perfil de centroizquierda. Sólo lo conserva cabalmente en su iniciativa de ingreso ciudadano a la niñez, que trajina en enorme soledad, sin aliados del espectro progre. Pero, puesta a cuestionar al Gobierno (sin concesiones ni reconocimientos ulteriores a septiembre de 2003, fecha en la que sitúa los últimos aciertos de Kirchner), hasta controvierte un aumento de salarios. También se ha mostrado muy distante frente a la avanzada de la Iglesia de los últimos tiempos. En el caso Ferrari reservó las más duras palabras para el gobierno de Aníbal Ibarra. A la Iglesia sólo la criticó como católica por “no tolerar a los intolerantes”. O sea, tildó de “intolerante” a Ferrari, en línea con los ultramontanos. Y circunscribió el debate con una corporación poderosa, de marcado tinte autoritario y derechista, a una interna entre su grey, excéntrica al marco de la república. Así y todo, con su calidad expositiva intacta, con un discurso mucho más rico que el de la abrumadora mayoría de sus competidores, Carrió tiene una importante intención de voto en la Capital. Su perfil opositor, republicano, le augura un buen resultado en ese distrito, así no conserve el primer puesto que le dan las –prematuras– encuestas actuales. López Murphy es un bulldog en la neblina. Le falta cintura política, no le cabe cuestionar a un gobierno celoso de los equilibrios fiscales y está por verse si puede hablar de corrido de algo que no sea economía. Su apuesta básica es apelar a la identificación del votante histórico del radicalismo que podría resignadamente acompañarlo como a un mal menor.
Mauricio Macri es un dirigente de limitados recursos, pero, seguramente, de mayores virtualidades. Dos elementos conspiran a su favor. El primero, su permeabilidad al peronismo, una baraja que luce insustituible si se quiere derrotar en las urnas... al peronismo. El segundo es el voto vacante de derecha, cuyo peso no es de desdeñar (piénsese en las reñidas elecciones nacional y porteña de 2003), que puede coagularse detrás no digamos de cualquiera pero sí del primus inter pares.
El PJ. Siempre fuimos
compañeros
Si las elecciones nacionales ocurrieran hoy, el peronismo sacaría una ventaja importante y ganaría en una cantidad abrumadora de provincias. A su vez, el kirchnerismo tendría mucho más peso que en 2003 dentro de las listas del PJ. La foto actual sugiere que el tenso juego entre el Presidente y el PJ por ahora es de suma positiva, una condición que no está garantizada a perpetuidad.
Kirchner no confía en su partido y no quiere presidirlo, si quisiera ya lo vendría haciendo ha rato. Pero tampoco rompe con una fuerza que lo acompaña con su proverbial fidelidad al que manda.
La relación con el duhaldismo tiene sus treguas y sus choques regulados. Nunca hubo un equilibrio estable, sino una secuela de escaramuzas, guerras de trincheras y treguas. Eduardo Duhalde parecía venir aceptando que su poder territorial fuera achicándose, reservándose el derecho de pataleo o contraataque cuando se percibía demasiado asediado, como ocurrió en estos días. Su feroz ofensiva contra Felipe Solá en esta semana es un cambio en la inercia de los últimos meses. Cuesta imaginar que no sea un mensaje a Kirchner (ver nota aparte).
Pero más allá del juego de la interna, sigue irresuelto un quid de otra densidad, una diferencia que por ahora solo aparece en el horizonte y que podría llevar a un choque más frontal. Es la contienda con el financiamiento espurio de la política bonaerense, el tramado que borda a la dirigencia territorial con bandas de delincuentes y con policías corruptos. Categorías –da la impresión– no siempre sencillas de escindir. La batalla contra la inseguridad que el Gobierno ha asumido como propia puede derivar en la necesidad de desbaratar ese tramado, lo que podría ser un límite a la relativamente pacífica convivencia mutua. León Arslanian desempeña, en ese escenario, un rol central y paradójico. Es la máxima apuesta del sistema político para combatir la corrupción policial y el delito organizado. Es una carta fuerte de Kirchner y Solá. Es un aliado histórico de Duhalde. Su ambición política, no menor, se juega en ese cargo, seguramente el más ingrato de la política local. Con enorme decisión y coraje viene domando el potro sin haber escalado el conflicto interno, por lo que sigue contando con el aval de Kirchner, Duhalde y Solá. La inercia de su labor, la demanda social de seguridad y transparencia pueden compelerlo a avanzar contra algunos bastiones del PJ bonaerense. ¿Lo hará? ¿Contará entonces con Kirchner, con Solá, con Duhalde? Habrá que ver qué ocurre en ese futuro no inminente, no inexorable pero bien factible.
Los cambios no queridos
A disgusto del Presidente, muy desafecto a variar su elenco de colaboradores, el Gobierno atravesó durante el año algunas crisis degabinete. Gustavo Beliz, Torcuato Di Tella, Alfonso Prat Gay, el embajador en Cuba y el jefe de asesores de Cancillería vieron la tarjeta roja, en contingencias bien diversas. A los fines de un balance provisorio, las sucesivas peripecias no dan la impresión de haberlo mellado a fondo. En todos los casos, los relevos vinieron apareados con cambios de política. Kirchner es, en su trabajo diario, bastante más conservador que su retórica. Anhela previsibilidad, excedente fiscal, detesta el debate interno, elude los cambios. Pero puesto ante un escollo se sale doblando la apuesta.
Una conclusión riesgosa se viene incubando en el círculo íntimo presidencial a partir de las convulsiones del 2004. Los eyectados no fueron pingüinos, sino contingentes aliados de variopintos perfiles. Sus salidas problemáticas alientan la tendencia cerrada, desconfiada, endógama del sector más pingüino. “Los de afuera” son imprevisibles, caprichosos, les falta espíritu de equipo, describen los que se acodan a la mesa chica. Abrir el juego se traduce como una incitación al suicidio. Desde luego, se trata de una lectura autocomplaciente y errada. La falla no estuvo en ampliar el (muy estrecho, casi familiar) ámbito de confianzas. Lo errado, si lo hubo, fueron las personas seleccionadas. Pero el declive hacia la autosuficiencia y una cerrazón mayor es un riesgo real para el futuro del Gobierno, máxime en lo que hace a ...
... los cambios que
pueden venir
Hoy por hoy suena ilusorio imaginar que no habrá más relevos en el equipo del Gobierno. Es más, hay dos que están en cualquier análisis, que son comidilla en cualquier quincho donde se mastique cordero patagónico. Rafael Bielsa podría dejar Cancillería en pos de una candidatura a primer diputado por Capital. Y la eventual salida de Roberto Lavagna cuando termine el canje es un escenario posible.
Las voces oficiales son reacias para imaginar los relevos y, por otra parte, es claro a esta altura que Kirchner es quien los determina. Pero a nadie le disgusta especular, chichonear un poquito. Durante la crisis ulterior al traspié con el Banco de Nueva York (que agrietó la relación entre el Presidente y Roberto Lavagna) cundió en el más cercano entorno presidencial un discurso autosuficiente, casi arrogante, pariente muy próximo de lo comentado una líneas más arriba. “La economía la conduce Kir-
chner.” Desplegado, ese pensamiento explica que es el Presidente quien tiene en su cabeza el modelo industrial a construir, el que maneja todos los datos importantes, quien toma las decisiones finales. Así las cosas, la conclusión (que más de uno ha verbalizado, que nadie reconocerá) es que en algún momento podría haber un cambio de guardia en Economía, sustituyendo a Lavagna por alguien que no dejara dudas acerca de que “Kirchner maneja la economía”. Un economista de menos peso –discurre algún inquilino de la Rosada–, de perfil más bajo o aún un pingüino “todoterreno” con manejo apenas de los fundamentos de la ciencia económica. Por ahora, se trata de una especulación, abonada por relatos brotados de las más cotizadas habitaciones del Palacio acerca de la irrespirable relación entre el ministro de Economía y la Rosada, en especial con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández.
Ajustarse los cinturones
El discurso del poder, en las sociedades de masas contemporáneas, necesita impregnar el sentido común de las gentes de a pie. En Argentina hay un discurso del poder, expandido entre personas de la calle, que asegura que los jóvenes son un peligro para el resto de la sociedad. La experiencia tiende a probar que el mundo formateado por los adultos es indeciblemente agresivo y hasta letal con los jóvenes. La tragedia del boliche Cromañón es un argumento más en ese sentido.
Argentina, un país que padece el capitalismo con todas sus lacras al rojo vivo, viene obstinándose en abolir su futuro. La destrucción-retirada del Estado es determinante en esa catástrofe. El Estado es el único que puede regular o controlar la voracidad impiadosa del capitalismo.
Por otra parte, sólo el Estado, jamás el mercado, puede mediar entre generaciones para generar un avenir diferente. El ahorro, el régimen jubilatorio, la educación son transferencias intrageneracionales que sólo un agente del bien común (jamás sólo quien está impelido por el móvil de lucro) puede procurar. Un país que relegó esas prioridades es una selva para sus próximas generaciones.
El actual gobierno no es fanático del mercado. Su –valorable– intervención en los conflictos gremiales más recientes revela que no cree en la mano invisible ni tampoco en equilibrios de fuerzas sólo aparentes. Pero el oficialismo está coqueteando con un riesgo usual para los gobernantes. El relativo éxito de sus medidas puede inducirlo a creer que ya ha encontrado la panacea, la piedra filosofal. Que alcanza con la prolongación de lo ya hecho para acabar con la pobreza y el desempleo.
Muchos problemas novedosos persisten. No se basta para repararlos un moderado keynesianismo montado en los efectos virtuosos de la devaluación (aun con un Estado atento y presente). El movimiento piquetero consiguió instalar la idea de que los desocupados son “trabajadores desocupados”. Con el tiempo habrá que agregar que algunos desocupados son “inempleables”, personas a quienes el mercado de trabajo (por su propia dinámica) jamás acogerá. También será necesario entender que la pobreza abarca aún a muchos trabajadores con empleo. Y que el conurbano bonaerense requerirá algo más específico que el derrame del siglo XXI.
El Gobierno deberá abordar estos temas propios del infortunado comienzo de siglo, que exigen mucho más que la inercia de lo ya emprendido. La política tendrá sus dimes y diretes, pero los gobiernos terminan siendo juzgados básicamente por sus desempeños en materia económico-social. Cuesta creer que el actual puede ser la excepción. Ojalá que no lo sea.
El canje de la deuda privada tendrá su clímax durante el estío del 2005. La negociación con el FMI ocupará entonces el centro de la escena. Durante la primavera, florecerán los comicios. Entre tanto –cabe imaginar– crecerá la puja distributiva y ocurrirán cien hechos inopinados, pues esto sigue siendo Argentina, qué tanto.
El 2005 tendrá, así es el ser nacional, sus sorpresazos. Aunque sólo se completara su agenda más previsible, será un año para alquilar balcones. Todos los son en estas pampas. Ojalá que también sea un año de buena y digna vida para todos los habitantes de este suelo, incluyendo a usted, paciente lector.