SOCIEDAD › COMO SERA EN LA COSTA LA TEMPORADA QUE YA EMPEZO
Rumbo al boom
Los operadores confían en que, este verano, el turismo en las playas argentinas llegará al nivel de los exitosos ’94 y ’95. Aquí, una reseña de las novedades en Mar del Plata, Pinamar y Villa Gesell que ya están en marcha.
Por Alejandra Dandan
Desde Mar del Plata
Imperturbable. Como si el brillo de los ’90 no hubiese pasado, la costa reinstala alternativas superstar para consolidar la presencia de las jóvenes masas de turistas de la clase acorralada, aquellas que tras la devaluación cambiaron los viajes al exterior por las reposadas playas nacionales. Destinos exclusivos para queers, para hundirse en fangoterapias, duchas californianas, peluquerías al paso y en la arena, sistemas de soleado rápido, spas y cientos de escuelas de surf abren la temporada de Mar del Plata. Raves más tours a las casonas de la clase política ganan espacio en Pinamar. Mientras, Gesell resiste: intenta una romántica vuelta a los orígenes. Tamarindos, balnearios sin cemento, y una discutida recuperación de su generación flower power (ver aparte).
La Caseta. Mar del Plata. La temporada arranca. Jorge “Cuchillo” González, el veterano arquitecto que cada año instala los códigos de las nuevas tendencias, tiene la parada de verano a punto de despegar con todo ocupado. “El año pasado, a esta altura, me quedaban 25 carpas que alquilaba por día, este año no sé si me quedan 15 o 10”, dicen en la oficina de informes. Alrededor, mucha madera, mucho piso de terrazas, mucho deck, mucho blanco. Dos hombres de seguridad sobre la línea del mar, uno de noche, uno en cada deck de promociones, y dos en la puerta de la entrada. Tarjeta de estadía para invitados.
En la oficina de informes atiende una empleada:
–Lo nuevo este año es el área de relax –arranca como acostumbrada–. Relax con pileta. Así como la temporada pasada abrimos el jacuzzi, este año es la pileta. La vas a ver si das una vuelta por ahí.
¿Las piletas frente al mar? Y sí. Es lo nuevo, lo que viene. La tendencia. Cada balneario con la suya. Más grandes, más chicas, de agua salada o no. En las playas del sur y en las del centro. Punta Mogotes tiene la suya; Playa Grande también la ha colocado. En la oficina de informes de la Caseta siguen dando cuenta de la nueva tendencia:
–Además de las piletas, están los gazebos.
–¿...?
–Gazebos: carpas de madera con masajes.
Son seis. Un gazebo de masajes californianos (sobreabundancia de piedras). Otro para tratamientos corporales. Otro de yoga con pilates (es decir yoga con pesas). Otra de masajes con barro, llamados para la ocasión “fangoterapias”. Una de cosmiatría. Un box de peluquería al paso en la playa. Locutorio. Internet. Escuela con las campeonas femeninas de surf mundial... y finalmente, modos fáciles, rápidos y abreviados de “solearse”. Como si el sol no bastara, los playeros han encontrado una fórmula para el dorado permanente, y rápido, para porteños apurados: no es la cama solar, explica nuevamente la de Informes. “Está de auge total”, aclara la muchacha antes de dar listados de bondades, beneficios, tonos, promociones y colores.
El Tula no es un muchacho peronista, tampoco uno de los soleados de verano. Es ese cocinero que se asoma como extraña avis en las terrazas del balneario. Una de las leyendas del puerto de Mar del Plata. Eterno tripulante de altamar, marinero obstinado, compañero “más hippie que militante”, dice, de la generación perdida. Su especialidad: las planchas de pescado fresco marino. Sus rarezas: las salsas. Su lógica: la capacidad para sentirse adentro y al mismo tiempo fuera de este lugar: “Los porteños son así –arranca–: trabajan 15 meses sin parar, 15 meses seguidos; vienen, quieren todo en 15 días de vacaciones y se van”.
Hace unos días le pidieron un poco de excentricidad para sus platos. “Cero sushi –dijo–, todo criollo”, pero tuvo que ceder con las mazamorras. Ama el surf. Odia las moscas: una planta de menta, de tomillo y de orégano cultivadas en la barra del restó de playa ahora las espantan.
Verano intenso
Las playas del sur marcan las tendencias publicadas en las revistas de modas, pero derraman sus excéntricos estilos de verano intensivo hacia el centro y norte de Mar del Plata. Mogotes y Playa Grande ganaron sus pasarelas con piletas. Para la Municipalidad de General Pueyrredón se trata de una cuestión de imagen y de marca. “Sierra de los Padres, Mogotes y Playa Grande se están imponiendo como submarcas: se venden más allá de Mar del Plata”, explica Carlos Patrani, presidente del Ente de Turismo de Mar del Plata, popularmente conocido como Emtur.
Piletas, pasarelas, el ya clásico balneario nudista de La Escondida y la vuelta de Claudia Acerbi con su proyecto de playa gay. Hace dos años, la exclusividad sepultó al balneario pensado sólo para las minorías sexuales. Apenas abrió, provocó algún escándalo entre las enfervorizadas huestes de católicos locales, sobrevivió, pero dicen que sus precios exclusivos terminaron derrumbándolo. Esta vez la mentora y creadora de KaluTravel se asociará con los promotores de La Morocha para reabrirla. La Morocha fue una parada playera dedicada a los jóvenes que tuvo buen rating el año pasado. Según fuentes oficiosas, esa fusión garantiza el regreso del espacio que no será ya exclusivo sino un Kalubeach abierto.
¿Quiénes son los que estarán allí, en las playas del sur, o los que seguirán llegando en los próximos días? Para analizarlo, los entrenados en la puesta a punto de la máquina del verano siguen de cerca números, procesos, historias. Comparan las proyecciones de este año con las mejores temporadas, épocas doradas que ahora parecen legendarias. Uno de ellos es el propio Carlos Patrani. “Vamos a estar como en la temporada ’94, ’95”, dice y es todo un dato. “Esos años fueron los últimos de gran afluencia de turismo interno antes del amesetamiento que se produjo a raíz del uno a uno y la salida de gente fuera del país.”
Los acorralados regresaron a las prácticas de turismo made in Argentina después de la gran debacle de diciembre del 2001. Desde ese momento, el flujo hacia la costa ha comenzado a crecer. Son más los turistas cada año, pero además son más los días de estadía. Según las proyecciones, este año habrá un 5 por ciento más en la costa atlántica con un promedio de estadía de 13 a 14 días, dos más que el año pasado. Para los que piensan el verano, estos indicadores son los que necesitan capitalizar: deben consolidarse como alternativa sólida para la clase acorralada que siempre está dispuesta a emigrar.
Aun con los números en alza, nadie está del todo tranquilo. La costa, y su marketing, a veces es una bomba de tiempo para los que buscan salvarse con los negocios de verano. “Porque acá –razona Patrani– el factor excluyente termina siendo el clima.” Ni piletas, ni barros terapéuticos, ni masajes californianos. Lo único que hacen los marplatenses por estos días son rituales a beneficio del sol y del buen tiempo. El 85 por ciento de los visitantes que hacen pie en Mar del Plata, por ejemplo, llega de Capital Federal, Gran Buenos Aires y las localidades del interior de la provincia. Es decir, puntos demasiado cercanos: “Llegan rápido y con facilidad –dice el funcionario–, pero con la misma facilidad con la que llegan, cuando consideran que el tiempo no los acompaña, se van”.
Los de afuera
¿Extranjeros? Ellos son dos, una pareja de sudafricanos en las playas del sur de Mar del Plata. A los concesionarios del balneario les resulta menos complicado explicarles el asunto de los alquileres de carpas y de sombras a alemanes, italianos o brasileños que andan dando vuelta. Todo el mundo entendió que, aunque en buena parte del mundo cada quien puede alquilar o tener derecho a una reposera, acá no se accede a ella sin pagar 40 pesos por día por una carpa o 30 pesos por una sombrilla. Pero no, “¡ellos querían sólo reposeras!”, dice nuevamente la chica de informes de La Caseta. “Les decía que no, ¡y al otro día volvían a preguntarlo de nuevo!”
Todavía no son demasiados, pero el tipo de cambio también ha alentado extranjeros hasta estas regiones marítimas. El histórico 0,8 por ciento de turismo extranjero de Mar del Plata ahora ha aumentado a un brutal (para los locales) 2 por ciento. “Recibimos el desborde de Buenos Aires”, dice Patrani. El desborde no es otra cosa que una parte de la sobreabundante masa de seres de procedencia extranjera que andan pululando en la ciudad capital. Con o sin el impulso de los operadores de la costa, los operadores de turismo internacional logran llevarlos hasta la zona del mar al menos durante dos días. De allí en más, las estadías se alargan de acuerdo a la percepción. Según el Emtur, ahora suelen quedarse porque en la ciudad se encuentran con una sobreabundante estética urbana, ruidosa, con el suplemento del mar y con posibilidades de desenvolverse tranquilamente a la noche sin demasiados temores a la inseguridad.
“Porque de exótico, exótico no tenemos nada”, aclara Patrani. “No tenemos Patagonia, no tenemos cataratas, ni cordilleras: sólo podemos vendernos como un mar a 45 minutos de vuelo de la metrópolis, como podrían tenerlo en Canadá, en Nueva York, o en cualquiera de las ciudades europeas.”