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“Por la expropiación ya.” Con esta consigna y acompañados por numerosas organizaciones sociales, los trabajadores del recuperado Hotel Bauen marcharon a la Jefatura del Gobierno porteño para reclamar por la titularidad definitiva. Fueron recibidos por el jefe de Gabinete, Raúl Fernández, quien –resaltaron– se comprometió a realizar las gestiones necesarias para impulsar el proyecto en la Legislatura. “Igualmente no vamos a bajar los brazos”, alertaron recordando las constantes trabas de estos dos años de gestión en los que recuperaron casi el 80 por ciento del hotel y crearon 70 puestos de trabajo.
“Parece que se han abierto los canales de diálogo”, augura el presidente de la cooperativa Bauen, Marcelo Ruarte, ante la posibilidad de formalizar finalmente la expropiación. El proyecto iba a contemplar una titularidad temporaria, pero ahora los trabajadores evalúan la posibilidad de conseguir la expropiación. Diego Kravetz, diputado porteño que participa en el proyecto, explicó que eso implicaría que la cooperativa se haga cargo de la deuda de los ex propietarios con el Estado.
En un año y medio de gestión los trabajadores recuperaron 170 de las 240 habitaciones que tiene el hotel y con una inversión de 70 mil pesos abrieron una confitería que llamaron Utopía, volviendo a la vida el edificio de Callao y Corrientes. El reclamo por la expropiación logró más eco en las tres semanas en las que aprovecharon el segundo aniversario de la cooperativa para lanzar una campaña de recolección de firmas. “Hoy pasé por la cochera de Corrientes y vi el candado. Todavía está ahí, pero cómo cambiaron las cosas, ¿no?” El candado que recuerda Gladys es el que custodió el hotel un año, negándole la posibilidad de entrar. Ya hace dos que ella y otros 19 trabajadores decidieron romperlo.
Muchas cosas pasaron desde aquel el día en que veinte empleados con cinco sueldos y varios aguinaldos atrasados pasaron las chapas que cerraban el hotel. En estos días, el hotel parece ostentar aquellas cuatro estrellas de las que se jactó durante tantos años: la lustrada madera de los pisos y paredes, el brillante bronce de la escalera que serpentea en la entrada y en las pinturas que visten la confitería.