EL PAíS › DIMES Y DIRETES DE LAS MOVIDAS RESPECTO DE BRASIL
Apuntes sobre Lula, Kirchner, Bielsa y hasta Ronaldo
La integración regional, una bandera democrática que sigue en deuda. Las razones del atraso y las flojas lecturas que lo agravan. Además, la crónica de siete días en los que el canciller juntó una reunión con embajadores, un ruidoso gesto sobre Cuba y una curiosa intervención sobre el ALCA. Washington, una sede que incomoda. La Rosada avala lo esencial, pero cuestiona lo demás. Y un relato de cómo Ronaldo juega para Itamaraty.
Opinion
Por Mario Wainfeld
“Bielsa no dijo nada referido a Brasil que no le hubiera dicho Kirchner a Lula. O Lavagna al ministro de Economía Antonio Palocci. O Cristina y Alberto Fernández al asesor presidencial Marco Aurelio García. Es más, Rafa le anticipó al Presidente durante el viaje a Alemania que la relación atravesaba un mal momento que ameritaba una intervención fuerte. Y Néstor asintió”, comentan en el primer piso de la Rosada, dejando constancia de que las declaraciones del canciller sobre Brasil no sorprenden ni contradicen a otras agencias del Gobierno. Pero luego añade “eso sí, a Kirchner no le gustó nada el artículo sobre el ALCA que publicó Rafael en estos días. Y tampoco se banca la difusión mediática que tuvo su encuentro con embajadores en Washington”.
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La historia del Mercosur se deja contar en paralelo con la de la restauración democrática. Siguiendo al economista Gustavo Svarzman, pueden distinguirse cuatro etapas en los últimas dos décadas.
1) La fundacional, plasmada por los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney tenía como núcleo la estabilidad política. A la salida de las dictaduras militares, con la aventura de Malvinas muy fresca, era sustancial consolidar la democracia, aventar la posibilidad de un regreso de los militares. Alejar la hipótesis de conflicto con el país hermano, un nodo para las dictaduras militares era un punto central. Por algo, Alfonsín y Sarney se fotografiaron en Uruguayana, un puente fronterizo entre dos países que no urdían carreteras en común para prevenir virtuales invasiones. Era un Mercosur político, cifra Svarzman, de presidentes y cancilleres. Los acuerdos económicos, muy circunscriptos, no eran lo esencial.
2) La de los ’90 orientada a los equilibrios macroeconómicos. Se concreta con ulterioridad a las crisis fenomenales de ambos países, hiperinflación incluida, que remata en los planes de estabilización, convertibilidad por acá, real por allá. Fue un Mercosur en el que tallaban alto los ministros de Economía. Es el “lado izquierdo de la acción de Domingo Cavallo” sintetiza, en tono de solfa, Svarzman. Se piensa en integración económica, en el mercado brasileño como una salida para las pymes argentinas. Sin resignar las (ominosas) líneas maestras de las economías nativas, claro.
3) La de las crisis de fines del ’90 en la que, más allá de las fotos entre presidentes y los buenos deseos, que jamás se dejaron de lado, muy poco pudo hacerse. Cada cual atendió su naufragio, siendo que Brasil preservó mejor que la Argentina su industria. Algo que alude no sólo al gobierno brasileño sino a la conciencia de clase de su burguesía que también le saca un par de cabezas de estatura a la argentina.
4) La actual, caracterizada por gobiernos progresistas, amicales entre sí y tras un año de crecimiento de toda América latina. Una etapa que es en sí misma, un escenario novedoso. Algo que, en general, excede los imaginarios de los políticos, de los funcionarios de carrera, de los sectores corporativos argentinos que, por decirlo piadosamente, suelen atrasar veinte años. O, si se quiere ser más moderado, estar muy desajustados.
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La Cancillería argentina suele alentar un pensamiento competitivo con el Brasil, acuñado en tiempos de gobiernos desarrollistas y pensamiento geopolítico militarista. Su imaginario apenas transgrede los tiempos de Uruguayana.
El vecino es, a estar a ese pensamiento, antes que nada un competidor y un riesgo. Itamaraty es un centro de excelencia, pero esencialmente un adversario a vencer no un socio a sumar. Ese relato suele resentirse por añadir una tendencia usual en los argentinos en el siglo XX que es una desproporcionada imagen corporal propia. Lo que muchos intérpretes, se supone calificados, parecen no registrar cabalmente es la fenomenal diferencia de tamaños entre la Argentina y Brasil. Aunque usted no lo crea, amigo lector, Brasil es mais grandi. No porque ellos lo digan, soberbios sino porque, ay, lo son.
Hombres de carrera con poca revisión de lo que aprendieron hace añares viven más atentos a la competencia con Brasil que a la necesidad de integración. Relegan a segundo plano una hazaña necesaria, algo que pudieron hacer Francia y Alemania, dos países que tenían al comenzar la segunda mitad del siglo pasado, más cuitas que ventilar entre sí, incluidas varias guerras cuyas heridas aún sangraban. Ese ejemplo no pregna mucho la mente de funcionarios de la Casa, como se automoteja la Cancillería en uno de tantos mohines aristocráticos.
Uno de sus funcionarios más calificados y profesionales cuenta una anécdota que pinta ciertos desvelos de la Casa. “Cuando se estaba por concretar la misión militar conjunta en Haití, Brasil organizó un partido de fútbol entre una selección local y el scratch brasileño. Iban a ir todas las estrellas brasileñas. Itamaraty repartió millones de banderitas y miles de camisetas verde amarelas entre la población. Lula iba a ir. E invitaron a Kirchner. Bielsa estuvo tentado de llevarlo”, comenta a este diario, como reproche explícito a la falta de savoir faire del canciller.
“¿Y?”, inquiere Página/12 con ingenuidad.
“¿Se imagina a Kirchner rodeado de haitianos con la bandera brasileña, festejando los goles de Ronaldo?”
Página/12, por sentido común o falta de experticia (tache lo que no corresponda), no advierte que esa virtualidad sea tan grave. Es más, le resulta simpática. Pero eso no conjuga con la mirada de buena parte de lalínea de Cancillería. La Argentina, parecen pensar, debe ser el telebím del expansionismo brasileño, siempre presente.
El socio que es efectivamente hegemonista, dado a no consultar, facilita esa exégesis que, de todos modos, es un pobre punto de partida.
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La actividad semanal del canciller incluyó también el ya mentado artículo pro ALCA publicado en Clarín y una reunión con el hijo argentino de la disidente cubana Hilda Molina. Cuesta no conceder a esos hechos cierta unidad conceptual, que es un exceso de fruición por los Estados Unidos. Estas acciones conjugan el pensamiento vivo del Departamento de Estado.
El hecho más chocante mirado desde latitudes más australes, es la nota periodística. Se trata de una postura bastante solitaria del canciller. Su simultaneidad con el cónclave con varios embajadores en Washington tributa algo al azar. Colaboradores de Bielsa aclaran que la nota había sido enviada al diario con cierta anterioridad. Aún así, lo escrito describe el pensamiento de Bielsa.
El Presidente le hizo saber por teléfono que no lo comparte y que fue un error haberlo publicado, cuentan contertulios muy vecinos a Kirchner. Más allá de esas divergencias, es evidente que la opinión pública argentina, en términos de mayoría abrumadora, está muy prevenida contra el ALCA, como una punta de lanza del intervencionismo americano.
Es real que el ALCA es un fetiche que irrita a la burguesía paulista a la que, en medio de gestos duros, acaso haya querido dirigir un mensaje oblicuo el canciller. Pero es aún más real que una nota en un diario argentino interpela antes que a nadie a los ciudadanos argentinos. Un equívoco en el que suelen incurrir diplomáticos profesionales (que se percibió varias veces en el entuerto entre la Argentina y el Vaticano) es que las relaciones internacionales tienen sus propios códigos, inasibles para las personas comunes. Liturgias y rituales esotéricos, sólo asibles por los iniciados, evasivos para las gentes de a pie. Pues bien, los tiempos vienen cambiando y en sistemas democráticos donde crecen las exigencias de transparencia y publicidad, ciertos hábitos (en verdad siempre más congruentes con dictaduras o monarquías) deben ponerse severamente en revisión.
La liturgia no sólo existe entre camarillas profesionales, también debe concernir a la opinión masiva. De cara a ella no ha de haber en el mundo un lugar más desdichado que Washington para conversar (en tono crítico por añadidura) de las relaciones con Brasil. Bielsa explica la elección en términos prácticos. Dos embajadores que participaron están por allá, él mismo andaba de viaje.
Algunos de sus detractores en la Cancillería comentan que el hombre jugaba en paralelo una apuesta a placé. Refieren que esperaba que subsistiera empantanada la elección de secretario general de la OEA y que eso derivara en una chance para su propia candidatura. De ahí su promocionada presencia en la capital del imperio para esta versión que corrobora off the record al menos, uno de los embajadores que estuvo en el cónclave.
Como fuera, la sede elegida fue, por quedarse corto, poco feliz.
En Balcarce 50 también se rezongaba por la sonoridad con que la Cancillería propaló el encuentro con el hijo de Molina. Su caso, el de un argentino que quiere ver a su madre, amerita una acción enérgica de Argentina. Kirchner y el jefe de Gabinete están convencidos de que para lograrlo, será funcional no irritar a Fidel Castro con fuegos artificiales mediáticos. Los primeros pasos del flamante embajador en Cuba, Darío Alessandro, van en el mismo sentido. La entrevista con el médico Quiñones, de la que la Rosada se enteró casi literalmente por los diarios del sábado, es una divergencia táctica, ciertamente de menos pesos que el alegato pro ALCA o la opción por Washington.La estrategia negociadora argentina con el FMI tiene un apoyo de la administración Bush, que libra su propia batalla contra los organismos internacionales de crédito. Esa coincidencia funcional no debería inducir a desvaríos a los funcionarios argentinos. Si las asimetrías y las diferencias con Brasil existen, las que separan a estas pampas de Estados Unidos son siderales. La gestualidad del ministro de Relaciones Exteriores no pareció registrar ese detalle.
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Lavagna, un precursor del Mercosur, viene aceptando “rasguñarlo”, retrasando su proceso, para defender a la industria local de lo que él considera excesivos avances brasileños. En eso, está del todo en línea con el Presidente. Economía hace un mundo de dejar en claro esa decisión con las corporaciones industriales, a las que todo el Gobierno está tratando con un cariño que no tenía en sus primeros tiempos. Otrora, optaba por una distancia desconfiada que le hacía bien. En los últimos tiempos, hay demasiados guiños oficiales hacia un empresariado que gana mucho dinero, y por ende, aplaude en el Salón Blanco, pero que no tiene autocrítica ni empuje schumpeteriano ni compromiso social.
A Economía lo preocupa otra circunstancia que sólo se comenta en la intimidad del equipo del ministro. La economía brasileña se viene enfriando riesgosamente para los intereses argentinos, estiman colaboradores muy próximos al ministro que estudian bien ese paño. Las tasas de interés son muy elevadas, los vencimientos por deuda externa muy costosos, la situación política brasileña se enrarece lo que puede derivar, no en una recesión, pero sí en un parate que llovería sobre Argentina en menos de lo que canta un gallo, se conturban cerca del despacho del ministro.
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“No se preocupe tanto por lo que haga la Cancillería”, consuela (?) a este diario un comensal de la mesa chica de Kirchner. “Cuando hay que resolver de veras los problemas, las cosas las hacen otros. Cuando se complicó la situación con Chile por la crisis del gas, no fueron Bielsa y la canciller chilena las que zanjaron la cuestión. Fueron Kirchner, Miguel Angel Insulza acá en la Casa de Gobierno” evoca, Y añade: “cuando hubo roces con Brasil, el acercamiento se produjo en una reunión en Río que Cancillería había preparado pésimamente. Ahí los que se arremangaron fueron Alberto Fernández y Lavagna”. “El lunes a la noche Kirchner viaja a Brasil y ahí todo se va a enderezar”. Ah, bueno.
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En algo concuerdan Cancillería y la Rosada. Se trata claro, de cuestionar a un tercero, un factor que lubrica consensos. Eduardo Duhalde, despotrican en Balcarce 50 y en el coqueto Palacio San Martín, funge casi como un vocero de las políticas brasileñas. Fascinado por la figura de Lula, por la que siente una genuina simpatía (que Kirchner comparte en medida muy módica), el ex presidente suele plegarse a todos sus criterios.
Tantas son las críticas de pingüinos de pura cepa que alguien desinformado pensaría que Duhalde recaló ahí por haber sido favorecido por un sorteo de la Lotería Nacional y no por una decisión presidencial.
Tan reiteradas son que parecen omitir que lo de Duhalde es poco más que un sello de goma, eso sí, con mucho millaje arriba.
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¿Interfieren los episodios de esta semana en la candidatura de Bielsa en Capital? La percepción es que por ahora no. El flamante titular del PJ porteño, Alberto Fernández, sigue pregonando que Bielsa es un buen candidato que vencerá a dos presidenciables, Elisa Carrió y Mauricio Macri. Y asegura tener encuestas que apuntalan su creer. El Presidente no deja de tener su tirria con el canciller a quien considera demasiado proclive a exponerse en los medios y demasiado dispuesto a complacer acasi cualquier auditorio. Dos cuestionamientos que habrán tenido su abono en estos días. Pero también piensa que Bielsa es un buen candidato para el electorado porteño, que suele parecerle versátil, demasiado mudable, veleidoso.
Tampoco le causó gracia, por valerse de un eufemismo, que Eduardo Valdés, ex asesor de Bielsa a quien detesta, se presentara en el acto de Obras Sanitarias para hacerle llegar la “adhesión de Rafael” a Cristina.
La ausencia de Bielsa en ese acto hace refunfuñar a integrantes de la cúpula del PJ. Alguno entre ellos, se anima a reprocharle el incumplimiento de una (hay que reconocer, demasiado penosa) “prueba de amor”. “Rafa debió reafiliarse al PJ reorganizado”, se enfada un peronista de la nueva etapa, mientras el candidato sigue afiliado a su partido Gesta.
De cualquier modo, por ahora, nada indica que Bielsa deje de ser el precandidato de la Rosada a encabezar la boleta de diputados porteños.
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Parafraseando a Miguel Rep, la grandeza y la chiqueza propenden a la coexistencia, cuando no a la promiscuidad. La definición de posturas altisonantes del gobierno argentino respecto de su principal aliado estratégico coexisten con internas oficiales, internas de Cancillería, posicionamientos respecto de la candidatura a diputado nacional de Bielsa, con movidas en torno a su eventual sucesión en el Palacio San Martín.
Como telón de fondo, persiste lo que debería ser esencial. La Argentina viene procurando, desde la recuperación democrática, una mayor asociación con su gigante vecino. Un proceso que marcha, como casi todo por acá, a los barquinazos. Muchas cosas han cambiado en dos décadas, entre otras gracias a que la estabilidad democrática no tiembla ante la amenaza militar, pero sí está pendiente del tonante malhumor de los pueblos.
Promesas incumplidas, planes económicos arrasadores, corrupción dantesca han alterado el panorama de los ’80 que hoy nos parece edénico, No lo era, claro, porque lo caracterizaba un pésimo diagnóstico de la realidad expresado insuperablemente en la monserga alfonsinista referida a las virtudes de la democracia... “se come, se vive, se educa”.
Hoy día las lecturas de la realidad siguen siendo muy desfasadas. La Cancillería argentina se encona con la tendencia brasileña de ocupar cuanto sillón prominente se vacíe en algún organismo internacional. Le asisten algunas razones para ello. Pero transformar ese caso en el núcleo de la cuestión, siendo que lo esencial es desentrañar cómo se avanza en formas cabales de integración es una grave desviación profesional.
El ala política se enfada porque Lula aspira a un liderazgo continental, siendo que el presidente de Brasil lo es por portación de tamaño.
Lo real es que Argentina y Brasil han pasado veinte años sin urdir acciones posibles. Nuestras lenguas, tan contiguas ellas, no integran el curriculum escolar del vecino cercano. Francia y Alemania hicieron prolijamente lo contrario, siendo que sus idiomas son más distintos y que sus odios eran más patentes. No lo hacen ahora, cuando son prósperos. Lo concretaron a la salida de la guerra, porque tenían un proyecto estratégico.
Cultor del paso a paso, el Gobierno ya se resiente por su carencia de políticas de Estado y su escasa aptitud para consolidar institucionalidad. Ese es un faltante que transgrede largamente los límites de esta semana.
Lo sucedido en estos días acaso ni merezca la larga nota que (si ha llegado hasta aquí) ha soportado el lector. Lo que sí interesa es que las anécdotas, casi todas menores, aluden a los modos cotidianos en que dilapida una ocasión.
Ocurre que las ocasiones suelen pasar a gran velocidad, que los intérpretes, encarcelados en atavismos y prejuicios, tienden a dejar escapar. La contingencia de 2005 es toda una ocasión. Nuestro país y elBrasil vienen creciendo de modo apreciable. Y tienen gobiernos afines en materia política. Dos circunstancias que no suelen darse juntas. Si con un 6 por ciento de crecimiento del PBI, Kirchner acá y Lula allá, no se consiguen avances estratégicos en materia de integración, estamos en problemas.
Lo que podría decirse de otro modo, más tajante. Estamos en problemas.