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“Mis leprosos”
Por Horacio Verbitsky
El duhaldismo ensayó ayer la original operación de escindir al presidente Néstor Kirchner de su esposa y candidata, Cristina Fernández. A él hay que acompañarlo para sacar al país del infierno, dijo. A ella enfrentarla, porque no es bonaerense y utiliza la provincia como un hotel. De este modo mostró el estrecho margen con el que comienza la campaña con vistas a las elecciones de octubre. El principal activo del matrimonio Duhalde es su capacidad residual de hacer daño, desde las posiciones institucionales que aún ocupa. Pero si la ejercitara sólo incrementaría los índices de rechazo que miden todas las encuestas, sólo superados por los del ex presidente Carlos Menem.
Descartada esa posibilidad, proclama su adhesión a un gobierno que lo ha escogido como el adversario a vencer. De ahí los remilgos de maestra contrariada que se esfuerza por disimular su enojo y el silencio de su esposo, como si sólo ella fuera parte de la disputa. Está claro que tanta contención y ocultamiento no buscan ganar la elección sino perder por menos, para conseguir algún diputado más pero, sobre todo, para permanecer en la escena política, a la espera de una oportunidad mejor si el gobierno tuviera algún traspié.
La única propuesta que se desprendió de la modesta oratoria duhaldista fue olvidar el pasado para concentrarse en la asistencia social, como si la crisis no fuera consecuencia de la política económica que la dictadura impuso con métodos criminales y como si procurar el castigo para sus responsables obstaculizara el empeño por revertir las consecuencias sociales que son su herencia. También en este caso, el intento por escindir dos aspectos complementarios reveló la penuria de un razonamiento que no se basa en la realidad sino en su negación.
Pero tal vez lo más notable fueron los términos de su reivindicación del asistencialismo, como si ésa fuera la significación histórica de Evita. Para alabarla recurrió a una extraña enumeración cuantitativa sobre la cantidad de empleados y de vehículos que tenía la Fundación Eva Perón. Once mil empleados y siete mil vehículos “que iban de un lado para otro lado”, dijo, como si hablara de una empresaria de la ayuda social o, en realidad, expresara la nostalgia por su propio aparato perdido.
De allí pasó a una asombrosa cita de la monja Teresa de Calcuta, quien no podía modificar la situación de los pobres de la India pero por lo menos se ocupaba de aliviar a un centenar de leprosos. “Estos son mis leprosos”, dijo la Señora que decía la religiosa. Omitió que estaba casada con Cristo y no con quien en forma directa o indirecta gobernó durante una década el territorio asolado que ahora se resisten a abandonar.
Por un lado esta penosa imagen de la pobreza y la exclusión entendidos como una enfermedad incurable a la cual sólo pueden ponerse paliativos y que generan derechos de propiedad sobre “mis leprosos” o mis pobres que no me dejaré quitar por una intrusa. Por el otro, el discurso eléctrico de CFK, quien exaltó a Evita como dirigente política en lucha con su pueblo contra los poderosos de su tiempo. Las cartas de cada bando quedaron sobre la mesa, a la vista de todos.