EL PAíS › SEGURIDAD ESTATAL

Halcones y palomas

La revelación de que policías bonaerenses asesinaron a Darío Santillán en Avellaneda fue un shock en el Gobierno.
Quiénes ganaron y quiénes perdieron.

 Por Sergio Moreno

“La política de seguridad no solo no cambió sino que salió fortalecida; por eso me quedo”, dijo anoche el secretario de Seguridad Interior, Juan José Alvarez, a sus colaboradores cuando abandonaba, a las 22.30, la residencia de Olivos. Minutos antes, Alvarez había recibido un llamado de su par bonaerense, Luis Genoud, donde le anunciaba su renuncia al cargo. El ahora ex ministro de Justicia y Seguridad de Felipe Solá, ante la evidencia de que la policía de Avellaneda asesinó a Darío Santillán, asumió la responsabilidad política de la muerte. El propio Solá desandó ayer el sinuoso camino que había emprendido un día antes, al hacer suya la teoría, pergeñada por la Bonaerense, de que los dos muertos del miércoles fueron víctimas de una reyerta entre piqueteros.
La política de seguridad a la cual hizo referencia Alvarez es la que vino propiciando desde que asumiera el cargo, en los efímeros y tumultuosos días de Presidencia de Adolfo Rodríguez Saá. Tolerancia ante la protesta social, prevención y no represión. Anteayer, en Avellaneda, los rostros sin vida de Darío Santillán y de Maximiliano Costeki (que fue foto de tapa de este diario) parecían ser el brutal final de dicha praxis oficial.
A media tarde, el ministro del Interior, Jorge Matzkin, teatralizó un mensaje donde sus palabras y gestos recordaban los económicos y marciales bandos que emitía el gobierno militar. Fue corto, de apenas cinco minutos. No se permitieron preguntas. El gesto del ministro era adusto, casi amargo. Matzkin dijo que el Gobierno sabía qué había ocurrido en Avellaneda, cuál era el plan que había atrás de los episodios, que el fin de hechos como el de anteayer era voltear al Gobierno, que habían enviado informes a los gobernadores de todo el país para alertar sobre la maniobra. Remató con la amenaza de que en la Argentina no hay lugar para los violentos. Sólo le faltó decir que la insurrección estaba en marcha. A esa hora, el Gobierno había puesto las culpas en territorio de los piqueteros. La política de tolerancia ante la protesta había fenecido. Ganaban los halcones que, dentro y fuera del Gobierno, piden endurecer la represión.
Matzkin dijo lo que dijo, fungiendo de vocero del Gobierno, apoyado en un informe de la Side que da cuenta de un congreso piquetero y de declaraciones de diversos dirigentes políticos que supuestamente pretenden terminar con los días de Eduardo Duhalde en la Casa Rosada. El informe tiene el rigor que suelen tener todos los laboriosos trabajo de la Side.
“A las cinco de la tarde ganaron los halcones; a las diez de la noche ganamos las palomas”, dijo a Página/12 un miembro del gabinete que está plenamente convencido que la repetición de otra jornada como la de anteayer encendería los motores del Sikorsky que Duhalde tomaría para huir por los techos de la Rosada.
Alvarez pasó casi toda la jornada con el Presidente. Al igual que el miércoles, fue el último que abandonó Olivos. Luego de la aparición de Matzkin, el secretario de Seguridad explicó al Presidente que en los otros once cortes de calles que se produjeron anteayer, con fuerzas de seguridad que tenía a cargo, no se produjeron incidentes ya que no hubo represión. Y sacó a relucir la novedad del día; el comisario a cargo del operativo en Avellaneda, Alfredo Franchiotti, y dos de sus subordinados eran los principales sospechosos de haber asesinado a Santillán en la estación de trenes de la ciudad bonaerense. A esa hora, en Página/12 se habían reconstruido los hechos a partir de las fotografías tomadas por reporteros de este y otros diarios. Duhalde tomó el teléfono y habló con el gobernador Solá. “Métanlo en cana”, le exigió. Solá dio la orden. Más tarde, por televisión, reconoció su error, una actitud que no suelen tener muchos dirigentes políticos hoy día.
“¿Quién mató al otro chico (Costeki)?”, preguntó el Presidente. “Aun no lo sabemos”, respondió Alvarez. El secretario está convencido de que hubo infiltración en la marcha de los piqueteros, pero no ha logrado todavía desentrañar quiénes fueron los infiltradores. Debería seguir buceando en la bonaerense, ya que a Maximiliano le dispararon antes de llegar a la estación de Avellaneda, cuando escapaba de la furia policial.
Las dos muertes, los otros dos heridos de bala gravísimos que aun están internados en el Hospital Fiorito, se yerguen como la prolongación dramática pero natural de las palabras que ha venido derramando el jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, alertando que no se permitirán más cortes de rutas o calles, o su propia dureza al replicar ayer por la mañana la actitud gallarda del diputado Luis Zamora. La marcial irrupción de Matzkin a las cinco de la tarde, como si saliera a la arena con espada de matador, abonaron la percepción de que el camino que iba a adoptar el Gobierno era el que lleva a las puertas del averno, para abrirlas.
“Yo no pudo devolverle la vida a esos dos chicos, pero puedo evitar que haya más muertos”, le disparó, después de confirmar la prisión de los policías bonaerenses, Alvarez a Duhalde.
Duhalde le pidió al secretario de Seguridad que hoy lo acompañara en su helicóptero, el mentado Sikorsky, para arribar juntos al acto de la Prefectura. Alvarez está convencido de que tanto él cuanto su política salieron fortalecidos del día más negro del gobierno interino del bonaerense. También de que la represión impulsa al Gobierno al abismo y a la democracia a un terreno incierto. Cree, por tanto, que los halcones se han alejado, pero aun sobrevuelan la Casa Rosada.
La puja, revelada por Página/12 días atrás, lejos está de haber concluido. La fragilidad con la que este Gobierno toma sus decisiones abre innumerables escenarios futuros. Si los pretores de la mano dura, dentro y fuera del Gabinete, aprendieron la lección es un arcano develar. La historia enseña que para esos centuriones, la letra no entra con sangre. Más aún cuando la sangre es la de los demás.

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