Lunes, 4 de septiembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Juan Manuel Abal Medina *
En su columna titulada “Superpoderes”, la socióloga Alcira Argumedo critica una nota de José Pablo Feinmann acusándolo de realizar un maniqueísmo espurio y de defender la propuesta de reforma del artículo 37 de la Ley de Administración Financiera. No llama la atención que Argumedo critique medidas del oficialismo, ya que su historia la ha ubicado generalmente en el campo de la oposición, sino que lo haga utilizando los argumentos de la derecha mediática. Argumentos que, por su combinación de falsedades, desmesuras y lugares comunes, claramente desmerecen su sólida trayectoria de intelectual crítica.
En primer lugar, lo falso. Denominar “superpoderes” a la reforma de un artículo de la Ley de Administración Financiera de Menem y Cavallo puede entenderse como un inteligente hallazgo mediático y opositor, pero desde el campo intelectual es evidentemente una falsedad que no resiste el menor análisis serio. Si se reforma algo que nunca se cumplió, como es el citado artículo, ¿cómo esto puede significar un superpoder? Más aún si las “nuevas” facultades con las que contará el Ejecutivo son las mismas que tienen históricamente centenares de gobiernos en nuestro país y en el exterior (Suecia, Australia o Canadá, por ejemplo). Asimismo, basta rastrear en los archivos para encontrar cuáles fueron los apoyos que recibió esa ley en 1992 (hablándonos de “terminar para siempre con el populismo” y “dar seguridad jurídica a los inversores”) para entender que alguien que, pocos párrafos más abajo, dice reivindicar la nacionalización de los recursos petroleros realizada por Evo Morales no puede lamentarse de su modificación.
En segundo lugar, la desmesura. Si éstos son “superpoderes”, ¿qué nombre hay que darles a los que obtuvo Cavallo en el gobierno de De la Rúa, que incluían entre, muchísimas otras cosas, realizar modificaciones impositivas, cerrar organismos públicos y echar a sus empleados? ¿Hiper–ultra-recontra poderes? O, más aún, si permitirle al Ejecutivo cambiar partidas presupuestarias es “dramático”, ¿qué decir de los años que Alfonsín gobernó sin presupuesto?
Finalmente, lo anecdótico. Siempre nos acostumbramos a escuchar juicios qualunquistas que, generalmente desde la derecha, pretendían condenar a los procesos históricos desde meras anécdotas de sentido común. Desde el típico “cómo Marx iba a ser revolucionario si lo mantenía un burgués como Engels”, pasando por recordar que Trotsky había sido menchevique, hasta condenar el carácter transformador del peronismo por el pasado radical antipersonalista del vicepresidente de Perón y muchos de sus partidarios, el uso de lo anecdótico en el análisis político ha sido simplemente eso, una mera anécdota intrascendente para los grandes actores colectivos populares.
Obviamente existe un campo posible de oposición a este gobierno desde la izquierda que puede exigirle avanzar más y más rápido, pero seguramente ese campo no se constituye tomando los temas y las obsesiones dominicales de “la resistencia republicana” de Mariano Grondona. El límite, creo, es el patético espectáculo de un Raúl Castells marchando junto con Juan Carlos Blumberg, o el de Claudio Lozano reclamando justicia independiente al lado de Mauricio Macri.
* Profesor de Ciencia Política. Subsecretario de la Gestión Pública.
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