Lunes, 20 de noviembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › UNO DE LOS EX PRESOS DE LA LEGISLATURA CUENTA SU HISTORIA
Es Eduardo Suriano, uno de los acusados de la Legislatura que pasaron 14 meses presos y luego fueron declarados inocentes. Habla sobre la cárcel y anticipa que va a demandar a la jueza.
Por Laura Vales
Hace dos meses, cuando comenzó el juicio oral, no quiso dar este reportaje. No quería hablar con ningún periodista. “Estoy con mucho trabajo”, se excusó.
–¿Y si lo llamo en la semana?
–No sé.
–¿No quiere contar lo que le pasó en la cárcel?
Sacudió la cabeza: –Si yo le contara... –dijo con una mirada tan triste que parecía estar todavía dentro de Devoto–. No se imagina el olor que hay ahí.
Aquel día, él olía a jabón, como si estuviera recién bañado. Se había sentado en el extremo del largo banco de los acusados. Eduardo Suriano es una de las quince personas que pasaron un año y dos meses presas por los disturbios ocurrido el 16 de julio del 2004 en la Legislatura, durante una protesta contra la reforma del Código Contravencional. El lunes pasado, el tribunal las declaró inocentes de los cargos gravísimos por los cuales se las mantuvo en prisión; los jueces coincidieron en que nunca había habido pruebas para que estuvieran detenidas. Sólo dos de las catorce fueron condenadas por daño, un delito menor y excarcelable. Suriano fue absuelto de todas las acusaciones. Entonces aceptó hacer la nota.
“No le puedo explicar lo que es eso –dijo apenas se sentó ante el grabador. El aire se había llenado de un perfume a colonia–. No le puedo explicar porque nadie lo va a entender, desde el olor que hay hasta la forma de vivir. Ahí es otro mundo, otros códigos”. Hablaba de la cárcel, a la que siempre mencionaría de esa manera: “ahí” o “adentro”.
–¿Por qué lo detuvieron?
–Yo vivo a unas cuadras. Había ido a la Farmacity que está en la esquina de Avenida de Mayo y Perú a comprar un remedio. Ya había un clima denso y me quedé a mirar. La gente ya había roto los vidrios de la Legislatura, tiraban cohetes, estaba la puerta rota y todo mojado porque desde adentro los de seguridad tiraban agua con una manguera.
–¿Por qué se quedó si ya había incidentes?
–Hace veintidós años que yo vivo por ahí, mire si habré visto manifestaciones; me quedé a mirar. En mi casa dejé el televisor prendido, pensé que volvía en una hora, pero una hora fueron catorce meses. ¿Sabe cuántas veces me pregunté después para qué me quedé? Yo creo que el lío estaba preparado, porque vi una cosa antes de que empezara lo más grosso. ¿Vio los asistentes de los camarógrafos, los que les llevan la batería? Le habían dado a uno con una baldosa en la cabeza y no sabe cómo sangraba. En ese momento me empapan a mí, me mojan con la manguera, hacía un frío terrible. Me calenté, me calenté mal. Ahí me puse a putear a la policía.
–El fiscal lo acusó de haber tirado piedras
–Sí, piedras sí. De la bronca que tenía. Pero no para romper, le tiré piedras a la policía, habrán sido tres piedras.
–¿Lo arrestaron enseguida?
–Me alejé para irme a casa, habré caminado 30 metros y me detuvieron.
Suriano pensó que iba a quedar un rato demorado en la comisaría. Pero lo llevaron a Devoto; la jueza Silvia Ramond lo imputaría, como a los demás, de daños, coacción agravada y privación ilegítima de la libertad, delitos que se castigan con hasta diez años de prisión.
–No sé si se confundieron o qué, pero los del Servicio Penitenciario no me llevaron al pabellón de ingreso como al resto, sino que me mandaron a “la villa”; no le quiero contar las caras que hay ahí. Tuve que entrar solo. Le juro que no se lo aconsejo a nadie. Yo tenía miedo, qué sé yo...
–Nunca había estado en la cárcel.
–Ni de visita, le tenía terror. Pero bueno, entré, me preguntaron por qué estaba. Unos pibes me dijeron: “Vení, quedate con nosotros que no te va a pasar nada”. A la media hora hubo una pelea. Pelearon ellos, pero para mí fue terrible, porque si yo estoy mal y cometo un delito sé que puedo ir en cana, pero yo no había hecho nada, ni siquiera soy vendedor ambulante, nada. Le digo algo: yo no tengo hijos, pero si tuviera un hijo y él cometiera una estupidez, una zoncera, se lleva algo, no sé, y le toca esta jueza, ¿yo podría estar tranquilo?
–¿Se acuerda de lo que comentó en el tribunal sobre el olor? Hoy también fue lo primero que dijo.
–Me acuerdo mucho, sí. Apenas entrás ahí lo sentís. Se te pega ese olor en la piel, en la ropa. Yo a la ropa que usé adentro la tuve que tirar.
–¿Olor a qué?
–Tan raro, tan feo... como a humedad. Estaban los baños y al lado la basura. Bien le dicen la tumba. ¿Cuándo sale esta nota?
–No sé.
–Lo que quiero es que no se olvide de poner que yo acuso a la jueza y al fiscal por haberme tenido más de un año detenido. Al fiscal Claudio Soca y a la jueza Silvia Ramond.
–¿Habló con ella mientas estuvo preso?
–La vi el día que fuimos a declarar y después cuando tuve que firmar la prisión preventiva. Pero no hablé. Ella se cree, no sé, que es la reina de Inglaterra.
–¿Cuánto tiempo estuvo en “la villa”?
–Seis días, hasta que me llevaron con el resto, al pabellón dos. Ahí estás mejor, pero eso no te quita que pueda pasar cualquier cosa.
Suriano habla de las facas, hechas con los elásticos de las camas; de todo el tiempo que hay en la prisión para hacer una. De las pastillas que circulan en el lugar, de lo que es dormir con un ojo abierto y de las requisas: “No te dejan que los mires a la cara, por empezar, tenés que mirar al suelo, sacarte toda la ropa, dársela en la mano”. De la sorpresa al ver que una enorme cantidad de detenidos eran “chicos a los que les habían encontrado seis porros en el bolsillo”.
Como el resto de los presos de la Legislatura, salió en libertad en septiembre de 2005. Encontró que la casa donde vivía estaba tomada. Desde entonces hace trámites intentando recuperar sus bienes a través de la Justicia. Sin trabajo, hoy vive en una pensión del Abasto.
–¿Sabe qué? –dice cuando la nota ya terminó–, yo pensé que nos iban a condenar a todos. Si nos tuvieron 14 meses presos sin pruebas, ¿por qué no nos iban a condenar? La jueza nos tuvo presos con acusaciones falsas de los policías. El que me detuvo declaró en el juicio oral. La presidenta del tribunal le preguntó: “¿Se acuerda de la persona que arrestó?”. “Yo hace un año que no recuerdo nada”, dijo él. “¿Tuvo algún problema?”. “Tuve un problema”. “¿Cuál?”. “Me di un golpe”. Dijo que se tropezó y no recordaba nada. Eramos 14 giles acusados de haber armado todo, las juezas del tribunal oral sabían que todo estaba hecho mal.
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