EL PAíS › LAS QUIEBRAS EN EE.UU. Y LOS NEGOCIADOS EN LA ARGENTINA
El Citi, a la luz del caso Enron
El Citigroup está seriamente comprometido en las fantasías contables que inventó la Enron para disimular su bancarrota. El máximo directivo del grupo tendrá que declarar ante el Senado de EE.UU., que ya investigó al Citi en su rara relación con Moneta.
Por Susana Viau
Siete días después de que lo hicieran cuatro de sus principales colaboradores, Sanford Weill, máximo directivo del Citigroup, deberá hacerse presente en el Edificio Dirksen del Senado norteamericano para dar explicaciones sobre su participación en las maniobras que permitieron a Enron engañar a sus inversores y alterar su contabilidad mostrando falsas ganancias y ocultando pérdidas. La estrepitosa caída de Enron compromete severamente la credibilidad de la empresa de servicios financieros más grande de la Unión. Weill trata de insuflar optimismo hacia adentro y hacia afuera de la corporación, pero sus frases entusiastas no logran disimular que no se trata de un hecho aislado. Es que apenas 16 meses atrás, la actividad del Citi era investigada por los mismos personajes que lo indagarán ahora: el senador Carl Levin, presidente de la subcomisión de investigaciones del Senado de Estados Unidos, y su asesor Robert “Bob” Roach. Claro que entonces lo que el subcomité colocó bajo la lupa fue la relación entre el Citibank y el Federal Bank, un banco fantasma de Bahamas ligado a una oscura entidad financiera sudamericana, el Banco República, y como éste propiedad de un igualmente ignoto personaje latino llamado Raúl Moneta. Fruto de esa vinculación, se constató, en una década habían fluido a través de maniobras de ida y vuelta más de 4 mil millones de dólares. Aquél había sido un affair escandaloso pero distante para la opinión pública norteamericana. Ahora el eje se ha desplazado y las campanas repican por el derrumbe de las acciones en Wall Street, la huida de los inversores y la evaporación de las jubilaciones de cientos de miles de trabajadores estadounidenses. El segundo hombre del Citigroup, Stanley Fisher, ocupó el cargo de vicedirector ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, el mismo que hoy detenta Anne Krueger.
Acento latino
En las ocasiones anteriores, las pesquisas del subcomité sólo se tradujeron en una reprimenda a los citibankers por su desaprensión, y una exhortación a corregir la laxitud de una legislación antilavado que posibilitaba el ingreso al circuito americano de dinero originado en el narcotráfico y la corrupción. El caso del Federal Bank –excepto por la magnitud de las cifras en danza– constituía un lunar más en la seguidilla de traspiés del Citi, que ya en 1999 había tenido un serio dolor de cabeza con su operatoria latinoamericana y la infraestructura de blanqueo puesta al servicio de Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente mexicano. En ambos casos surgió el amplio abanico de opciones que el Citi ponía a disposición de sus clientes o socios. Consistía sobre todo en una maraña de sociedades creadas y reservadas por el Citi a efectos de dificultar la identificación de los verdaderos dueños de las cuentas o facilitar la salida y el reingreso de capitales no declarados o de procedencia ilegal. La existencia de esa compleja ingeniería financiera fue admitida por Amy Elliot, la ejecutiva del área de banca privada de Nueva York encargada de monitorear los intereses de los grandes clientes mexicanos, en el curso de los interrogatorios llevados a cabo por el equipo de Levin.
En el mismo sentido declararía en marzo del año pasado Martín López, citibanker encargado de las relaciones con el Grupo Moneta, cuando fue citado por Levin y su jefa de investigadores, Linda Giustitus, al Edificio Dirksen del Capitolio. López definió al Federal Bank como “una offshore, vehículo para ayudar a los clientes de banca privada” del Banco República. ¿Qué significaba “ayudar”? Nada menos que “asistirlos en su deseo de guardar depósitos fuera de la Argentina, a salvo de las inestabilidades económicas del país”. Ese esquema de funcionamiento de su asociado Grupo Moneta (en el CEI) no inquietaba al Citi. Al fin, respondía al mismo patrón que se impulsaba desde sus propias jefaturas, dominadas por la figura de John Reed. ¿Y cuál era el beneficio que extraían ellos de ese mecanismo? Con su tono anodino y exento de valoración, López lo explicó:”Los depósitos en el Federal Bank pertenecen a clientes del Banco República y el Grupo Moneta utiliza esos depósitos para dar préstamos a través del Federal Bank a otra entidad del Grupo Moneta: República Holdings”. República Holdings era accionista del CEI y por lo tanto socia del Citi. “Cultura del silencio”, denominó el subcomité a los velos con que se encubrió esa parte nada desdeñable de la actividad financiera.
La conclusión que sacó Giustitus luego de estudiar las relaciones entre el Federal Bank, el Banco República y el Citibank no dejó dudas acerca de la importancia del tema: “La cifra (más de 4 mil millones) supera a la de cualquier otra offshore investigada por el Staff de Minoría en ese período”. La frase produjo escozores en los argentinos que habían viajado a Washington para asistir a las audiencias. Pero la opinión pública y la prensa estadounidenses dieron la espalda a la investigación. Al fin y al cabo se trataba de un asunto remoto, típico de territorios permeables a la corrupción.
Temor y temblor
La caída de Enron y las revelaciones acerca de falsos balances, dibujados para ocultar las pérdidas (unos 1000 millones) ante los inversores y, al mismo tiempo, permitir a sus ejecutivos desprenderse a buen precio de sus “stock options” (bonificación consistente en la opción de compra de acciones a precios preferenciales), puso en evidencia la complicidad de consultoras y grandes bancos. Con Enron se enfangaron Arthur Andersen y también Citibank y J.P. Morgan. A cambio de esas jugadas de alto riesgo los bancos percibieron beneficios adicionales y suculentos honorarios. “Enron –dijo Bob Roach– no podía haber sido capaz de llevar a cabo una contabilidad falsa que involucró miles de millones de dólares de no haber sido por la activa participación de importantes instituciones financieras dispuestas a aceptarlo e incluso a promoverlo.”
De acuerdo con los informes del subcomité, entre 1992 y el 2001, el Citibank prestó a Enron alrededor de 4800 millones y recibió más de 200 de la empresa en concepto de honorarios y comisiones por contratos a futuro de petróleo y gas que eran, en realidad, préstamos disfrazados. En los libros de Enron los préstamos eran registrados como “ventas”, con lo que hacía descender su deuda en un 40 por ciento y elevar sus ingresos en un 50. Para ello se usaron sociedades radicadas en paraísos fiscales. Según Roach, el Citibank ofreció esa misma ingeniería a otras catorce corporaciones, algunas de las cuales aceptaron el diseño.
El día que comenzaron las audiencias (hearings) en el Senado y el equipo de Levin informó que el Citi había colaborado en el engaño plasmado por “el gigante energético”, las acciones de la entidad cayeron en un 17,7 por ciento. En 48 horas sus papeles habían bajado 25 puntos en la Bolsa de Nueva York y la previsión de las ganancias del trimestre quedaba entre paréntesis, aunque los directivos del Citigroup prefirieran achacar el incumplimiento a las secuelas de la crisis argentina. La Security and Exchange Comission –SEC, Comisión de Bolsa y Valores– también sigue con preocupación el desarrollo del escándalo que llama a las puertas del Citigroup, si bien sus pesquisas se mantienen siempre en estricta reserva. Tanta, que sólo una casualidad y una infidencia permitieron a este diario descubrir, en junio de 1999, la presencia en Buenos Aires de dos de sus funcionarios, comisionados para determinar hasta qué punto el crash de los bancos de Moneta involucraba al Citi y con él, a Estados Unidos. Hoy, al calor de los temores de los ahorristas y los temblores bursátiles, son muchos los que se preguntan hasta cuándo resistirá el Citi la tensión que crean la rentabilidad de sus negocios y la heterodoxia de sus métodos.