Lunes, 16 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Una cosa, sí, no es para nada curiosa. Quizá sólo esa cosa: la Corte anuló los indultos de la rata.
Porque no tiene nada de curioso que ése sea el resultado de la inclaudicable lucha de los organismos de derechos humanos y de todos los individuos sueltos que jamás cejaron en la búsqueda de justicia, ni siquiera en los peores momentos de soledad social. Gracias, a todos ellos, por esa epopeya moral y política que es ejemplo en el mundo entero. Desde el viernes, en la Argentina hay algo menos de impunidad. Bastante menos. Y ni siquiera lo minimiza el fallo a favor del asesino Antonio Bussi, que habilita el título de diputado del torturador Luis Patti. Avances y retrocesos hubo muchos en todos estos años. Pero, al cabo, siempre fue un serrucho de sentido ascendente que registró un paso histórico hacia adelante con la anulación del episodio más repugnante de la rata.
Y hay algo más en lo que no se reparó. El general Santiago Riveros, por cuya causa se vehiculizó la anulación de los indultos, es el mismo que enero de 1976, como representante argentino ante la Junta Interamericana de Defensa, declaró que la guerrilla ya estaba derrotada desde el fracaso del copamiento del ERP en Monte Chingolo. Este genocida dijo entonces que el poder de fuego de las organizaciones armadas se extinguió en ese fracasado operativo, en la más demoledora admisión de que el golpe de Estado de dos meses más tarde no tuvo, de ninguna manera, el objetivo de acabar con las estructuras guerrilleras. Jamás (ni siquiera cuando el capitán Adolfo Scilingo reconoció y describió, muchos años después, los vuelos de la muerte) volvió a haber desde un terrorista de Estado una confesión semejante, acerca de que el golpe significó un plan de exterminio que nada tenía que ver con urgencias o necesidades operativas de orden militar. Vaya símbolo: es justo por este estiércol con forma humana que casi tres décadas después se acaba judicialmente la bandera máxima de la impunidad.
Por lo demás, y en orden aleatorio:
¿No es curioso que se difundan, pegadas, denuncias de corrupción sobre dos mujeres funcionarias, justo cuando una mujer es oficializada como candidata presidencial?
¿No es curioso que el Gobierno desmienta específicamente las acusaciones contra Picolotti, pero no se preste a responder preguntas en una conferencia de prensa?
¿No es curioso que se insista en no hablar de “crisis” energética, mientras simultáneamente se apuran acuerdos y subsidios con las empresas del área, y mientras se informa de cortes de luz crecientes, y mientras las colas para cargar gas insumen varias cuadras?
¿No es curioso que Clarín recupere la memoria denunciativa justo cuando está trabada la aprobación para quedarse con el monopolio de la TV por cable, a través de la “fusión” entre Multicanal y Cablevisión?
¿No es curioso que las denuncias e “investigaciones” periodísticas recaigan, invariablemente, sobre funcionarios y perejiles?
¿No es curioso que el kirchnerismo siga perfilando como opositores y enemigos a las corporaciones de prensa, más luego a la Iglesia, más luego a la oligarquía agroganadera?
¿No es curioso que la foto de la oposición sea Sobisch, la rata, Puerta, Toma, Pereyra de Olazábal (Ucedé, para ubicar de alguna manera), Rodríguez Saá, Patti, Saadi?
¿No es curioso que al cabo de la embestida contra Clarín cenen en público el jefe de Gabinete y uno de los editores del diario, entre otros?
¿No es curioso que nunca jamás estalle un escándalo de corrupción en torno de algún gran empresario?
¿No es curioso que nadie se pregunte cuáles son las fuentes informativas del periodismo denuncista?
¿No es curioso que ya no se hable de Skanska?
¿No es curioso que los medios que se alarmaron en nombre del “periodismo independiente” por la ofensiva oficialista contra Clarín hayan dejado de cubrir el caso Picolotti al día siguiente de la descarga de Alberto Fernández, para concentrarse en la suerte de Carrascosa?
¿No es curioso que siempre el único malo de la película sea el impresentable Guillermo Moreno, secretario de Comercio Interior?
¿No es curioso que la Justicia investigue a más de 500 entes estatales y empresas privadas por usar facturas truchas, y que inevitablemente la única lista que se difunde sea la de los entes estatales?
¿No es curioso que Mirtha invite a almorzar a los de la foto?
¿No es curioso que justo en campaña electoral se les ocurra deslizar el aumento de las tarifas para los barrios de los ricos?
¿No es curioso que las denuncias de corrupción kirchnerista aparezcan cuando le otorgan a Hadad el canal 15 del cable, para su señal de noticias de 24 horas?
¿No es curioso que esté hablándose de todo esto cuando se habla de que el Gobierno quiere quedarse con Clarín mediante testaferros pertinentes?
¿No es curioso que nos hayamos olvidado de López?
¿No es curioso que los medios convoquen a responder si para uno Carrascosa es culpable o inocente, como si uno tuviera elementos de juicio para contestar alegremente?
¿No es curioso que sólo merezca líneas perdidas la cantidad de facultades de la UBA que se declararon en emergencia presupuestaria?
¿No es curioso que los problemas con la luz y el gas estén instalados hace largo rato en el interior, pero que se hable de probable colapso del sistema energético únicamente cuando los problemas llegan a la Capital?
No. Nada es curioso. Nada de todo esto es curioso. Todo es perfectamente veraz o verosímil (de hecho, alguna de las preguntas precedentes es tramposa), si se comprende que a la política no la construyen solamente los políticos. Los periodistas somos actores políticos, los medios de comunicación son grandes actores políticos, la Iglesia es un actorazo político, la forma de tratar el juicio a Carrascosa es una novela política. No hay cosa ni sujeto en este mundo detrás de los cuales no se esconda algún interés político, cuando de informar se trata. Pero pareciera que la mayoría de “la gente” se dedica a consumir la película como si sólo existiesen los buenos y los malos. Como si la información circulante no debiera ser apenas un marco referencial que debe filtrarse preguntándose qué, quién, cuándo. No para hallar respuestas, necesariamente, sino para obligarse a dudar. Y mucho más cuando hay de por medio jugadores de poker del tamaño de los que por estos días aparecen enfrentados. Quien no hace eso no es una persona informada. En el mejor de los casos es un simple consumidor. En el peor, una marioneta.
Si apenas se trata de los buenos y los malos, entonces sí que es muy curioso todo lo que pasa.
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