Viernes, 10 de agosto de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
El pedido de renuncia a Claudio Uberti, un funcionario mucho más célebre desde su caída que en el transcurso de su gestión, fue un reflejo veloz de Néstor Kirchner. Seguramente, no le bastará ni para empatar otra semana nefasta.
El Presidente, Julio De Vido, Cristina Fernández de Kirchner, Alberto Fernández y Carlos Zannini pactaron el relevo de Uberti tras una áspera reunión realizada anteayer. Testigos inobjetables describen que hubo agrios reproches contra el ministro de Planificación. La narrativa oficial agrega que la más enojada era la candidata a presidenta. “El que la hace la paga”, es la traducción libre de lo que se acordó y se imputó a Uberti “haberla hecho”. Hay quien dice que se especuló con buscar otros responsables, más arriba.
El relato oficialista se redondea desplazando a la petrolera estatal venezolana Pdvsa (o mejor, a algunos de sus cuadros) toda la responsabilidad por la entrada de una pequeña fortuna al país. “Puro apego a los hechos”, musita una primera espada, “un empresario venezolano llevó la plata, sus compatriotas lo subieron al avión. Después no lo defendieron ni negaron su culpa”.
La lectura oficial completa niega que haya habido un hecho de corrupción cometido por funcionarios argentinos y achaca a la gente de Pdvsa un obrar abusivo cuanto menos. Redondea un saldo a favor: ante los hechos consumados, Kirchner exhibe standards comparativamente muy altos de vocación de luchar contra la inmoralidad.
A Uberti se le recrimina extrema ligereza en haber permitido que sus contrapartes venezolanas se encaramaran a un avión privado contratado por funcionarios argentinos.
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Antecedentes: Es verdad que el Gobierno es mucho más reactivo a las sospechas de corrupción que los que lo precedieron. El menemismo extendía su protección durante años, a funcionarios con procesos abiertos y hasta con condenas. Fernando de la Rúa defendió hasta hoy a los senadores que recibieron sonadas dádivas.
El kirchnerismo aplicó cirugía mayor en varios casos, se permitió una licencia cuando procesaron a Miguel Campos (a la sazón secretario de Agricultura) esperando el fallo de Cámara que le dio razón, revocando la medida.
Dos datos a favor pueden sumarse a esta virtud, inferior desde ya al deber primario de evitar la corrupción:
a) la puntillosa acción de los organismos de control (seguridad y bomberos en el caso Miceli, Aduana y/o Policía Aeronáutica en éste),
b) la falta de obstáculos puestos por el Ejecutivo a la acción de la Justicia en estos escándalos y en el de Skanska.
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Un extraño eximente: Sotto voce, en oficinas de la Rosada, se apela a un argumento de costumbrismo político. Podría cifrárselo diciendo cuando alguien con poder delinque, toma mayores precauciones. Se enumeran recaudos al alcance de la mano de cualquier protagonista malandrín. La lista de rebusques, que puede ser ampliada, incluye transferencias financieras al exterior, uso de cuentas de terceros, valijas diplomáticas. En términos políticos y mediáticos no tiene asidero proponer que un montón de indicios en contra comprueba la inocencia.
La materia penal es otro mundo, ahí (sólo ahí) rigen la presunción de inocencia y el principio in dubio pro reo.
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Demasiada hospitalidad: La defensa esbozada por la conducción de Enarsa y por Uberti, expresada en un lacónico comunicado, deja flancos abiertos. No se comenta por qué fue forzoso alquilar un avión privado, detalle siempre enojoso a los ojos de quienes no han salido del purgatorio. Y menos se justifica que se hayan subido al vuelo, de garrón, funcionarios de Pdvsa, el hijo de uno de ellos y el amigo del hijo, portador de la fornida maleta. El transporte pagado con fondos fiscales es un recurso público y no debe utilizarse con más laxitud que la que tendría cualquier automovilista ante un grupo que hiciera dedo.
Con la mira puesta sobre la comitiva, tampoco es razonable la condición de agente informal de Uberti. Las relaciones con la república bolivariana de Venezuela son excelentes; los presidentes tienen intenso trato cara a cara; el ministro De Vido se tutea con Hugo Chávez, se traslada a menudo hacia allá. La Cancillería tiene sus redes, Enarsa sus autoridades, todos disponen de incumbencias (regladas por ley, limitadas) para manejar una política de cooperación e integración. El rol de Uberti, al contrario, no tiene buena justificación.
Un emisario sin competencias precisas es una floja credencial republicana. La asignación de competencias estrictas es uno de los bastiones del Estado moderno, cuando se difuminan se abre camino al amiguismo, la discrecionalidad, el descontrol, la falta de seriedad o conductas todavía más reprobables.
Para redondear, aun tomando al pie de la letra la versión del Gobierno, el desempeño previo de la comitiva facilitaba el descontrol, si es que no lo propiciaba.
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Teorías conspirativas: La teorías conspirativas proliferan en los corrillos de funcionarios. Dar cuenta de ellas insumiría toda la extensión de esta nota, chequearlas es un albur. La base de todas es que es muy sospechosa la diligencia de los controladores. La profusión de rumores desnuda la existencia de internas muy crueles, de desconfianzas colosales. Un fin de ciclo excitado con síntomas (parciales pero notorios) de pérdida de afectio societatis. A ojo es patente que el internismo se encabritó y rompió la rienda corta que manejó Kirchner durante años.
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Agendas: Discurrir si debe seguir la seguidilla de dimisiones será menú diario de hoy hasta las elecciones. También se abre el juego para apostar cuánto incidirá lo sucedido en el resultado final. El cronista se declara incapaz de presagiar la conducta colectiva de millones de votantes, excede su capacidad de pronóstico. Sí es sensato apuntar que estos sucedidos tendrán un lugar relevante en la agenda de campaña. También impactarán en la de Cristina Fernández, si confirma en las urnas la ventaja que viene teniendo. Varias figuras, no sólo los que ya se fueron, serían impensables en un nuevo gabinete, equivaldrían a un golazo en contra, convertido desde el medio de la cancha con el puntapié inicial.
La oposición, que no las tiene todas consigo, ve diluirse algunos de sus tópicos favoritos: el frío se disipa, el colapso energético no aconteció, el consumo propende a convalidar la suba de precios, incluso la que no retratan los índices dibujados.
El Gobierno anunciará pronto aumentos de jubilaciones y de asignaciones familiares, serán recusados por demagógicos e insuficientes pero entibiarán muchos bolsillos. La víscera más sensible, metaforizaba el General herbívoro.
Así las cosas, la corrupción pinta para ser el núcleo de la retórica opositora, con mejores fundamentos que los que podría haber soñado a principios de año.
Elisa Carrió y Roberto Lavagna tendrán un bonus: se batieron contra De Vido desde afuera y desde adentro del gobierno. Ambos acrecentarán su patrimonio simbólico, vaya a saberse en qué proporción.
Habrá qué ver cuánto le suma a Lilita su perfil intransigente, su condición de máxima cuestionadora del Gobierno. Y si para el ex ministro de Economía es negocio o déficit tener más “chapa” de gestor y objetivamente menos distancia con el actual oficialismo.
Ricardo López Murphy está muy lejos, desamparado por Mauricio, su condición de ministro de la Alianza cuando el escándalo del Senado aminora su legitimidad para denunciar. Menos aún podrán hincar ahí el diente los peronistas de Potrero de Los Funes.
En la otra vereda, estos papelones tensionan el difícil equilibrio que busca Cristina entre la continuidad y el cambio. Diferenciarse de los caídos es simple, despegarlos de la gestión global, mucho más arduo.
Si la senadora llega a triunfar, la desdicha previa y superada podría facilitarle un par de gestos ejemplares, que podrían presentarse como señales del advenimiento de una nueva etapa. Pero nadie piensa en ese horizonte, cuando está de por medio el 28 de octubre.
Quedan más de dos meses y el escenario se ha complicado para el oficialismo que daba la impresión de correr solo, un semestre atrás. Las turbulencias son grandes, aunque es un enigma su repercusión electoral. Para terminar de fastidiar al Gobierno, se deben (por decirlo del modo más piadoso y neutro) a sus propios deslices.
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