Lunes, 31 de diciembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Este fue el año, otro año, en que las observaciones de la prensa presuntamente influyente, oral y escrita, continuaron yendo hacia la esquina contraria no ya de las sensaciones (en algunos casos también) sino de las decisiones populares. Es decir: el resultado de las urnas, en general, en todo el país, demostró la obviedad de que los medios espejan humores, instalan noticias, amplifican, sensacionalizan, pero no les alcanza para cambiar lo que siente la mayoría de la gente respecto de cómo le va, o de cómo le va comparado con cómo le venía yendo. Tampoco es que se lo propongan cual si fueran un partido político, que lo son pero no en el sentido técnico del término. Son corporaciones de negocios y su principal objetivo periodístico es la espectacularidad. Vender catastrofismo, digamos. Lo común es que eso tenga que ver con el establecimiento de miedos, de rechazo por los “diferentes”, de que el mundo cabe en un taxi, de que siempre hay alguien más abajo que uno y que lo jode a uno. Pero de ahí en adelante, no siempre la gente es tan tonta como parece.
Este fue el año en que debe festejarse que bajó la pobreza y cuestionarse que la distribución entre ricos y pobres siguió intacta o peor. Y en tanto el gobierno entrante es continuidad del anterior, quizá fue también el año que avisa que se acabaron las excusas.
Este fue el año en que las entidades más grandes del campo volvieron a llorar por lo que les retienen. Como lloran desde que se crearon, salvo en los períodos dictatoriales. Viven la fiesta más grande de la historia y lloran.
Este fue el año en que, con todos los “pero” que se quieran, prosiguió el avance en el juzgamiento de los represores. Von Wernich, Patti, antes Etchecolatz. Muchos más. El mejor país del mundo, si es por eso.
Este fue el año el año en que volvieron a descubrir a los miles y miles de tobas que viven en condiciones africanas, y el año en que la muerte mostrada de algunos de ellos volvió a desaparecer de los noticieros al día siguiente de la explicitación.
Este fue el año en que una de las peores pesadillas reaccionarias terminó de concretarse: el macrismo anunció que los bonaerenses son extranjeros en la Capital y que no tienen por qué atenderse en los hospitales porteños; y el ¿sciolismo? contraatacó con que la basura que generan los porteños será rechazada en los basureros bonaerenses. O sea: fue el año en que la derecha termina demostrando su verdadero rostro, junto con una ex progre que alguna gente, precisamente por eso, votó por izquierda para que ella acabara asumiendo los postulados de la Sociedad Rural, la Iglesia cupular y demás especímenes de la más rancia historia oligárquica de este país.
Este fue el año que se va con el Gobierno asumiendo que la crisis energética es severa –a corto, mediano y largo plazo– después de haber afirmado hasta cansarse que no pasaba nada. Ahora hay que adelantar el reloj y cambiar las bombitas y que las frigorías del aire acondicionado no pasen de 24 y que los bancos estatales promuevan créditos para estimular la producción de esos aparatos. Todo bien. Lo mismo que en todo el mundo, pero podría haberse ahorrado el trabajo de mostrar quién la tiene más larga desde el único sentido del tamaño. Una decisión política y campaña como se deben habrían reemplazado las cosas para mejor. Pero para eso hace falta descansar bastante más en la confianza y determinación populares, en vez de sólo mirarse el ombligo.
Este fue el año en que se renovó la inexistencia del Congreso nacional, como no sea para funcionar cual mera escribanía del Ejecutivo. El ejercicio de la autoridad está bien y se necesitaba un gobierno que mostrase capacidad de mando, al cabo de la espantosa experiencia de la Alianza; pero esa capacidad podría haberse mantenido sin el “requisito” de que el recinto que (se supone y es correcto) debe ser la caja de resonancia del debate nacional, sea casi un conjunto de zombies.
Este fue el año en que se vendió una significativa porción de las acciones de Repsol-YPF a un grupo local, sin que mayormente nadie se pregunte a qué apunta y qué beneficios trae esa operación cuando en menos de diez años Argentina se queda sin autoabastecimiento de petróleo.
Este fue el año en que la policía asesinó a un docente, Carlos Fuentealba, y ya nadie se acuerda. O sí: el crimen acabó con la carrera política de un gobernador, Jorge Sobisch. Es horroroso pero alguno dirá que objetivamente no está mal la contundencia de la lección. ¿Hacen falta horrores como ésos para saber dónde pueden desarrollarse los huevos de la serpiente?
Este fue el año en que los escandalosos dibujos numéricos del Indek no despertaron más revoltijo que en la interna del organismo y en los exasperados comentarios de algunos o varios comunicadores. La yapa acaba de producirse con el anuncio de que hubo deflación en los precios de los supermercados. Pero no hay impacto social. O en otras palabras: fue el año en que se ratificó que la inflación registra las sensaciones con el mismo vigor que a las estadísticas.
Este fue el año que confirmó la tercera desaparición de López. Una en la dictadura, dos la democracia y tres en la consideración periodística y social.
Este fue el año en que el fútbol mostró la feliz faceta de ser uno de los pocos lugares, o el único lugar, donde los postergados pueden contra los poderosos, a pesar de la permanencia de estructuras cuasimafiosas.
Este fue el año en que el periodismo de opinión volvió a estar ausente, por completo, de la televisión abierta. Como, volviendo al principio, los medios son espejo del ánimo social, no le interesó ni interesa a nadie.
Este fue el año que termina con el caso de un valijero cuya valija ya no importa. Sólo importan los cruces de relaciones diplomáticas (o posicionamientos de gestualidad ideológica) alrededor de la valija. Pero ya no la valija.
Este fue el año en que debería abochornar a la mayoría de la sociedad que la política universitaria no exista como debate (en realidad, que la Universidad directamente no figure como tema). Y el año en que las sectas que funcionan allí ratificaron su condición de tales.
Este fue el año en que la oposición volvió a ser comentarista.
Y por supuesto, éste fue un año más en que el balance sólo parece depositarse en la llamada “clase política”, como si todo el resto de la población hubiera asumido –y autojustificado– su papel de espectador ni siquiera atento.
Ese, este último, podría ser un buen disparador para terminar el balance. O para empezar.
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