Lunes, 15 de septiembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Ricardo Aronskind, Sergio Morresi y otros *
Bolivia ha iniciado últimamente una rica experiencia de reforma política y social de claro signo democrático e igualitario, que se enmarca dentro de la tendencia de una serie de gobiernos de la región a priorizar el bienestar y la soberanía populares por sobre las demandas de los poderes locales e internacionales, sin desatender los derechos civiles y políticos tan duramente conquistados. Este proceso ha devuelto las expectativas a quienes queremos una Latinoamérica equitativa, capaz de delinear su propio rumbo y de generar esperanzas de progreso para todos sus habitantes.
La revuelta que están protagonizando los sectores más elitistas, retrógrados y racistas de la sociedad boliviana no sólo expresa el rechazo a todo esfuerzo por construir una sociedad justa y con dignidad para todos, sino que golpea sobre esta trabajosa construcción de una integración genuina del subcontinente para contar con un perfil propio en el proceso de mundialización.
La prudencia y mesura con que el presidente Evo Morales ha conducido hasta el momento la crítica situación debe contar con el respaldo contundente de todos los que entendemos a la democracia como un proceso que no se agota en los actos electorales, sino que apunta a establecer la plena igualdad entre todas las personas. Igualmente contundente debe ser el repudio a estas manifestaciones violentas de lo más cavernícola e intolerante de la sociedad latinoamericana y a quienes las condonan con argumentos de un pragmatismo espurio.
* Matías Muraca, Gabriel Nardacchione, María Elena Ques, Eduardo Rinesi, Gabriel Vommaro, investigadores y docentes del área de Política del Instituto del Desarrollo Humano, Universidad Nacional de General Sarmiento.
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