Miércoles, 4 de marzo de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
La decisiva presencia de la Presidenta, que catalizó el acuerdo, y la firma de un acta (un papel, por fin) fueron los dos datos centrales de la enésima jornada de discusión entre las partes. Un haz de cuestiones debatidas se tradujo en compromisos, que los ministros Débora Giorgi y Florencio Randazzo prometieron implementar a buena velocidad. Los líderes del agro enfatizaron su desconfianza (era imposible que se privaran), pero reconocieron “avances”, “puentes” y encomiaron la contribución de la primera mandataria.
Como se dijera días atrás en este diario, el orden de los factores de las conversaciones podía alterar el producto. Los firmantes hicieron prevalecer lo más acuciante y, al tiempo, lo más factible de consensuar, un poco de buena leche, por así decir. Las remanidas retenciones a la soja y el ente estatal de comercialización sumado a la agenda en estos días son puntos de discordia. El ansia negocial común hizo que, sin dejar de mentarlos, se los pusiera delicadamente entre paréntesis.
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En materia de carnes, como también se contó en este diario, había un terreno común para trabajar. El secretario de Agricultura, Juan Carlos Cheppi, venía estudiando el impacto que tendría en el mercado local una ampliación de las exportaciones, las conclusiones estimativas eran que podía ser bajo o nulo. El aumento de volúmenes y la disminución de los encajes eran reclamados por el sector. Ese alivio podía conjugar con mejores ingresos para las arcas fiscales, se encontró la bisectriz.
Con relación a los lácteos, el encuentro del martes anterior había señalado rumbos que conjugaban con las demandas más importantes para los productores. Se las redondeó, se las puso en negro sobre blanco y se suprimieron las retenciones a esas exportaciones.
La disputa con “el campo” tiene que ver con diferencias políticas e ideológicas, incluso con distintos modelos de país. Pero la imposibilidad de concretar pactos parciales derivaba también de impericia a menudo chocante, continuas vulneraciones del abecé de la negociación. En los últimos meses, se urdieron movidas constructivas para ir manejando un entramado tan complejo y empiojado. La primera fueron las tan maltratadas conversaciones previas entre Julio De Vido y Hugo Biolcati, que allanaron el camino más de lo que se irá reconociendo. La segunda fue la reunión de la semana anterior, en la que se redujo la dosis de reproches retrospectivos y se pusieron medidas sobre la mesa. El tercer hito fue el cónclave de ayer.
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La liturgia de tantas jornadas fragorosas cambió un poquito. Hubo, como es norma, dos conferencias de prensa sucesivas, pero esta vez la primera fue la del Gobierno.
Los discursos fueron dispares pero todos validaron el rol de la Presidenta, como factor sustancial para abrochar el arreglo. En el trámite de este conflicto, la figura presidencial fue sobreexpuesta al error o a la diatriba. Una parte correspondió a la intolerancia de la Mesa de Enlace, de sus bases y de un tramo importante de la oposición política. Pero también hubo errores tácticos del oficialismo y aun de la mandataria: se “movió la dama” (una jugada extrema, que debe dosificarse) con apresuramiento, sea en demasiados discursos, sea participando en encuentros fallidos, como sucedió en 2008. Esta vez fue distinto, apareció para generar un saltito de calidad. No es simple configurar una autoridad de crisis que ejerza el mando, marque el rumbo y, a la vez, se proponga como prenda de acuerdo. Cristina Fernández se puso esa pilcha ayer.
El Consejo Económico Social podría ser un buen escenario para construir esa referencia política, que sería bien funcional en un contexto de restricciones e incertidumbre. Los pininos dados con el “campo” oxigenan esa iniciativa, imposible de cimentar en un marco de extremo antagonismo con un sector de la (por llamarla de un modo ampuloso y excesivo) “burguesía nacional”.
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Toda mirada sobre el Palacio es provisoria, tantos son sus pasillos y cortinados. En una primera ojeada, si el contrato se va cumpliendo, Giorgi y Randazzo se apuntarán un poroto. Y resaltará la ya conspicua ausencia de Sergio Massa en todos los trámites. Cheppi mostró tener más presencia y aportó más saber técnico que su desvaído precursor Javier de Urquiza.
El ministro de Planificación tiró algunas líneas maestras, algo que su viejo archirrival Alberto Fernández no pudo lograr en su desgastante brega de 2008. Quedará para el debate si De Vido tuvo mayor destreza o recibió mayor delegación de facultades desde Olivos, o las dos cosas.
Los cambios en las políticas ganadera y lechera no tienen por qué equivaler al (necesario, aún para bien de la gestión oficial) ocaso de Guillermo Moreno. Pero sí implican un reconocimiento de la obsolescencia de algunas herramientas coyunturales que Moreno impulsó, encarnó. Cundió en el Gobierno una fascinación por esos instrumentos que pudieron ser útiles por un lapso pero se sostuvieron más allá de lo aconsejable, sin tomar razón de sus crecientes contraindicaciones.
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Los ritos de este entuerto permiten presagiar que las declaraciones ponderadas de los ruralistas virarán a registros más ácidos. La sobreexposición mediática, la lógica pulsión de los cronistas por avivar las brasas más enconadas, la interna que recorre a esa dirigencia calentarán las lenguas. No hay ningún precedente para ser muy optimistas: ya es un clásico la payada de tono enardecido. Pero es deseable que Gobierno y oposición tengan la profesionalidad y el savoir faire para acotar el escalamiento de la bronca. Las bancadas oficialistas tendrán que vérselas con una encendida verba opositora cuando se traten las leyes pactadas ayer, más les valdrá valerse de té de tilo para mantener la calma.
Está claro que el conflicto no tendrá fin, porque las partes se aprontan a confrontar en octubre. Las elecciones, como siempre, serán un plebiscito sobre el Gobierno, esta vez agregarán como ítem las retenciones. La cantidad de dirigentes políticos que se postulan como campeones del agro no registra precedentes en la historia democrática argentina, todo un detalle que puede signar años venideros.
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En las conferencias de prensa los funcionarios sonrieron más que los dirigentes patronales. Los rostros enfurruñados de los cuatro discordaban con la cantidad de medidas que consiguieron. Quizá tuvieron alguna disputa entre ellos pero, básicamente, les conviene mantener el ceño fruncido. Lo suyo será, con las colosales diferencias del caso, la lógica del gremialismo combativo: considerar todo logro una conquista arrancada al régimen. Mantenerse en la trinchera opuesta hasta octubre es un objetivo estratégico. Claro que el cambio de circunstancias conspira contra la acción directa, que ejercitaron despiadadamente antaño. La opinión pública no luce proclive a darle anuencia. Y sus aliados políticos (sobre todo los que gobiernan provincias o municipios) prefieren no mover el avispero. Vaya a saber quién paga los costos políticos de una alteración de la paz social en un año electoral, ni los gobernadores ni los intendentes “pro campo” quieren arriesgarse y hacer la prueba.
El Gobierno, a su turno, cuenta con poco margen para convocar a la sociedad a una gesta que no sea la de capear la crisis de la mejor manera posible. La Argentina ni está en la peor situación del mundo ni en el peor momento de su historia, pero eso no autoriza a desdeñar la gravedad del momento ni a restarle centralidad.
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Gordon Brown (uno de los pocos líderes mundiales que forzó un corner a favor en medio del colapso capitalista) y Barack Obama se encontraron sin agregar mucha claridad a la confusión imperante. Suiza, que suele funcionar como un relojito, también entró en recesión, sí que con guarismos helvéticamente sobrios. El número de desempleados en España crece. Europa del Este recibe su cabal bienvenida al capitalismo, una crisis avasallante. El vecindario está alborotado, han caducado certezas y modos perversos de hacer política económica. Como en la venerable frase de Gramsci, lo nuevo no termina de emerger.
Ante tamaño horizonte, bueno es que se reduzca la dimensión de un conflicto aunque, ya se dijo, no es factible ponerle fin. La gobernabilidad es difícil de conservar en estas pampas, consolidarla es un valor en sí mismo.
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