Miércoles, 1 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › LA REFLEXIóN DE POLíTICOS E INTELECTUALES SOBRE ALFONSíN
Antonio Cafiero *
Por más que este desenlace era esperado, me ha causado una profunda emoción. He vivido momentos históricos al lado de Alfonsín. Conocí a un hombre excepcional para la política. Fue un hombre muy franco, muy consecuente con su forma de pensar. Fue un adversario tolerante que ha dejado una memoria imborrable por su devoción democrática y por su respeto al adversario. Fue un defensor de las libertades públicas. En los ’80, cuando lo conocí, me di cuenta de que era una persona excepcional. Incluso fuimos rivales pero siempre he reconocido en él su espíritu tolerante y democrático. No sólo pensaba en su partido, sino en términos del país para todos. Hemos disentido muchas veces, pero las veces en las que coincidíamos fueron muchas más de lo que la gente sabe. En el siglo XX hubo dos grandes presidentes democráticos: uno fue Juan Perón y el otro Raúl Alfonsín.
* Ex gobernador bonaerense, dirigente del PJ.
Graciela Fernández Meijide *
La primera vez que ingresé en un organismo de derechos humanos, desesperada por buscar noticias de mi hijo Pablo, fue en la APDH, y Raúl Alfonsín estaba ahí, en una época en que esa actitud no era capitalizable para ningún político. Siguió ahí en la defensa de los derechos humanos pese a que algunos de los que formaban la Multipartidaria especulaban con una convergencia cívico-militar. Alfonsín fue uno de los pocos políticos en entender que la guerra de Malvinas era una locura y que no se debía apelar más a las instituciones militares para solucionar problemas políticos. Ya en la coyuntura electoral planteó que no habría autoamnistía para los militares y eso fue decisivo en el respaldo que alcanzó en las urnas, mucho más que la quema del cajón de Herminio Iglesias. Entendió que lo primero es la vida y por eso prendió la consigna de la Juventud Radical: “Somos la paz, somos la vida”. Con él se acabó la impunidad de los militares, aun con su postura de establecer tres niveles de responsabilidades. Desde los organismos de derechos humanos queríamos una comisión bicameral en el Congreso para lograr una condena moral y él logró una condena judicial, que no es del todo valorada en la sociedad, pero que no tiene antecedentes en el mundo. Alfonsín fue uno de los pocos políticos que no usaron el poder para beneficio personal. Enfrenté sus posturas muchas veces, pero siempre en un marco mutuo de mucho respeto. Por eso puedo decir que fue mi amigo.
* Ex dirigente del Frepaso, ex ministra de Desarrollo Social.
Fortunato Mallimaci *
No deja de impactar la muerte de Alfonsín, el primer presidente posdictadura. Durante su mandato se juzgó a los comandantes de la más feroz represión que sufrió nuestro país, un hecho único en América latina, que abrió la posibilidad de continuar los juicios a los responsables del terrorismo de Estado. Por eso, Alfonsín fue denigrado y odiado por los sectores de poder de la Argentina. No olvidemos que se hablaba de la “sinagoga radical”. Pero también fue el presidente de las “Felices Pascuas”, de las leyes de punto final y de obediencia debida y del Pacto de Olivos. En definitiva, Alfonsín fue un líder político que siempre reivindicó la militancia y la práctica político-partidaria, como una forma de construir y profundizar la democracia.
* Sociólogo, director del Centro de Estudios Franco Argentinos (UBA).
Edgardo Mocca *
Nunca encontré una manera mejor de definir qué es lo que creo que significa ser un político que la figura de Raúl Alfonsín. No faltó quien le reprochara no apartarse de la política tras dejar la presidencia. Un pedido imposible: la política era para él un modo de entender y vivir la vida. Fue un agonista y al mismo tiempo un hombre de diálogo. Un estudioso apasionado y un hombre de acción. La democracia era para él convicción y responsabilidad. Hasta sus errores estuvieron atravesados por la estatura de lo trágico: negoció con los militares sublevados contra la Constitución y cedió la aprobación de leyes de amnistía insanablemente injustas porque prefirió los costos de la impopularidad a lo que entendía era una amenaza para la democracia hacia el futuro; pactó con Menem porque consideró preferible un mal acuerdo antes que habilitar el atropello antidemocrático que se insinuaba. Nadie puede negar que el juicio a los terroristas de Estado nuevamente abierto por la democracia argentina contra la amenaza del olvido y la impunidad es la herencia de aquel juicio histórico contra los jefes de la dictadura que impulsara como primer presidente de la recuperación democrática. Fue un patriota lúcido. Rechazó el convite autocelebratorio de la dictadura, cuando la aventura militar en Malvinas y, a la vez, no dejó nunca de denunciar la prepotencia imperial, aun en el propio rostro de uno de sus representantes emblemáticos, Ronald Reagan. Amó al radicalismo, más de lo que muchos de sus críticos consideraron razonable. Era inevitable la crítica a su pasión militante en tiempos en los que se predica la política descafeinada y la volatilidad de pertenencias e identidades. Alfonsín no estaba, como hoy se predica desde el moralismo antipolítico, más allá de la izquierda y la derecha: fue un hombre de izquierda socialdemócrata y alentó la inclusión de su partido en la agrupación internacional de esa inspiración. No lo ganó nunca la tara del sectarismo, entendía las razones de los demás y defendía las propias con la garra propia del político de convicción. Su nombre es la síntesis central de estos 25 años de democracia. Fue, entre los líderes, uno de los primeros en reconocer a la democracia como el suelo común en el que puede crecer la patria. Su triunfo electoral de 1983 inició una nueva era en el desarrollo político de Argentina. Aun en años duros y en situaciones caóticas, los argentinos no renunciamos a seguir viviendo definitivamente en un Estado de Derecho. Como sabía y predicaba Alfonsín, la democracia se alimenta de las diferencias y de las tensiones; es lo opuesto del pensamiento único, de la petulancia tecnocrática y de las apelaciones morales abstractas. Este tiempo democrático, nuestro tiempo democrático argentino, sigue siendo el tiempo de Alfonsín.
* Politólogo.
Ricardo Sidicaro *
De trato campechano pero de la talla de gigantes, Raúl Alfonsín entró en la historia mucho antes que ayer. Tuvo la sensibilidad de captar la importancia del hecho carismático que significó el retorno a la democracia y encontró el modo justo de expresar el anhelo de la ciudadanía. Nada de la herencia institucional, económica y social dejada por la dictadura favorecía un retorno digno a la vida constitucional y todo pudo haber sido como en las transiciones anteriores y como las que iban a conocer otros países de la región. Alfonsín asumió la ética de las convicciones y nos devolvió la autoestima republicana con el Juicio a las Juntas. Aquel gran protagonismo inicial estaba destinado, como inevitablemente ocurre en la dinámica de las democracias, a quedar atrapado en las relaciones de fuerza y los dilemas de la ética de las responsabilidades. La convicción de que todo fue mejor que si otro hubiese ejercido la primera magistratura en aquellos años somos numerosos los que la mantenemos. Casi nadie se había percatado en 1983 de que la Argentina casi no tenía Estado y que esa carencia desgastaría a cualquiera que estuviera a su cabeza. La conciencia cívica y la perseverancia democrática de don Raúl, sin buscarlo, tuvieron el gran mérito de hacer creer que había un Estado. Fue esa especie de espejismo lo que estimuló a los críticos de su gestión que pedían más rigor gubernamental frente a los enemigos del pluralismo o a los depredadores de la economía. El fin de su gobierno y la vuelta al llano, como era lógico, deterioraron su imagen. En los tiempos actuales, Alfonsín gozó del reconocido respeto de la mayoría de la ciudadanía. Cuando falleció Hipólito Yrigoyen, el diario La Prensa, con pluma infame, escribió: “Ayer murió un comisario de Balvanera que fue dos veces presidente de la Nación”, pero multitudes lo lloraron en las calles. Difícilmente alguien escriba hoy sobre Alfonsín con la bajeza de La Prensa de 1933, pero es seguro que somos muchos los que lo lloraremos y lo recordaremos.
* Sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Ricardo Forster *
Estamos despidiendo a uno de los políticos claves de las últimas décadas del siglo XX, un hombre decisivo en la transición democrática. Fue un político de una generación que pensaba a la política muy vinculada con sus orígenes, con sus herencias intelectuales, con sus adscripciones partidarias; no era uno de estos políticos actuales advenedizos, que se forman de la noche a la mañana. Marcó dos o tres hitos en la historia argentina. Los más importantes fueron el Juicio a las Juntas y el acuerdo de paz con Chile por el Beagle, que fue decisivo para la transición democrática. Alfonsín fue un orador extraordinario. Personalmente, para mí fue una felicidad el momento de su triunfo, en el ’83. A muchos de los que veníamos de la noche de la dictadura, más allá de que él fuera radical (y yo no lo era), su triunfo nos pareció un hecho auspicioso. Cometió errores; su momento de inflexión fue Semana Santa, de ahí en más renunció a profundizar una línea democrática popular. Pero más allá de eso, y ya habrá tiempo de analizar sus equívocos, todos hoy hablan bien de Alfonsín, pero en los años de su presidencia las corporaciones económicas lo destrozaron. Y ciertas clases medias que lo lloran, despidiendo al gran demócrata, en aquellos años fueron rabiosamente antialfonsinistas y decían que con la Junta Coordinadora retornaba el comunismo a la Argentina. A Alfonsín se le hizo un golpe económico. Su caída estuvo vinculada con la hiperinflación de las corporaciones y también con la desestabilización de los sectores opositores, como el PJ. Alfonsín fue un hombre honesto en una clase política a la que no le sobran los honestos, un republicano en el mejor de los sentidos de la tradición republicana, no en el sentido que algunos le quieren dar hoy al republicanismo.
* Filósofo, integrante de Carta Abierta.
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