EL PAíS › LAS ACUSACIONES CONTRA LOS VARGAS Y LOS APRIETES POLICIALES
“No dudaremos en quemar la comisaría”
La complicada relación entre los vecinos de Las Catonas, en Moreno, y la Policía Bonaerense de la zona tiene su historia y sus anécdotas. Entre los hombres que participaron de la pueblada hay uno que se había presentado en la comisaría 2ª de Moreno para denunciar los números de chapa de los autos que a diario ingresaban en la casa y el desarmadero de la banda de los Vargas. “Pero del apriete que le dieron al vecino no le quedaron ganas de insistir con su denuncia”, explica a Página/12 Luis Bordón, padre de Sebastián, el chico que hace cuatro años fue asesinado por policías mendocinos. Esa historia es apenas una de las que se cuentan en el barrio Las Catonas sobre las ilegalidades toleradas por la Bonaerense. “Acá el mensaje es claro. Nosotros les dijimos a los ladrones, si siguen, se la damos. Ahora la policía tiene que saber que si a un solo vecino le pasa algo nosotros no vamos a dudar en quemarles también la comisaría”, le aseguró una mujer de ojos negros y familia numerosa a este cronista.
Dos tiroteos fueron las gotas que casi hicieron rebalsar el vaso. El primero, un mes antes del estallido, fue cuando medio barrio esperaba el micro para irse a trabajar, a las seis de la mañana. Entre ellos estaba Gustavo, un empleado con su maletín en la mano. “Ahora dame la plata”, le dijo uno de los dos ladrones. “¿Qué plata? No tengo.” “Dame todo.” Y salieron corriendo, disparando. Se metieron en uno de los edificios del barrio 3 de Diciembre, los monoblocks de Las Catonas. “Llamábamos a la policía, a la segunda, pero tardaban. Al final, como a las dos horas, cayó una patrulla de comando. Y dijeron que tenía que hacer la denuncia a la comisaría. Gustavo se fue a hacerla, pero no sirvió de nada”, cuenta una de las amas de casa que incendió el aguantadero de Vargas.
Fabián Campos es un abogado hijo de una familia con décadas en la zona. Pocos días antes de la quema volvía de su trabajo al mismo horario de siempre, las seis de la tarde. “Es un relojito”, comentan sus vecinas, dando a entender que lo esperaban especialmente uno de los Vargas y otros dos ladrones. A punta de caño, cuando iba a entrar el auto a su garaje, se lo quitaron. Pero como en una película de perdedores, a los ladrones el auto se les quedó atascado en el barro de la lluvia reciente, antes de que pudieran hacer una cuadra. Lo empujaron, quedaron marrones del barrial, y salieron corriendo. Fabián, tal como ya tenían organizado, fue casa por casa avisándoles a los vecinos que salieron a las veredas: “Me robaron, me robaron”, pero ya era tarde. Poco después, la policía le devolvió el saco, la billetera y las llaves del auto que habían sido encontradas por uno del Comando. El fiscal de la causa ordenó muy rápido un allanamiento: “Pero alguien avisó porque los chorros salieron en un Duna blanco justo antes de que llegara la policía y se cruzaron con la camioneta y el patrullero de la segunda justo a la vuelta. La cana hizo como si no hubiera visto nada”, contó a Página/12.
La misma tarde, casi de noche, del 27 de octubre aparecieron cinco patrulleros y dos camionetas cargadas de personal de Infantería de la bonaerense en el barrio. Dijeron que buscaban testigos. Los vecinos salieron de sus casas y volvieron a enfrentar en grupo a un comisario inspector que encabezaba el grupo. “El único vecino que decidimos que declare es el que recibió los tiros hoy a la mañana, los demás si tienen que hablar lo van a hacer ante la fiscalía, no en la seccional”, le dijeron. A partir de las discusiones que los vecinos mantuvieron durante las reuniones previas al domingo caliente se decidió que ya nunca un solo vecino se pararía débil ante un policía, corrupto o no corrupto. Por eso esa noche casi ni lo dejaron hablar al jefe: “¿Para qué trae a la infantería?”, le escupieron hasta que los uniformados se retiraron. “Es que uno ya sabe, si ve la infantería tiene que correr.”
El lunes 28, el que bajó fue directamente el jefe de la Departamental, comisario Cabrera. Buscaba a Luis Bordón. Pero otra vez lo recibió la vecindad en pleno. Atónito ante la recepción organizada con que seencontró, el comisario, que esperaba hablar con una comisión de tres personas, preguntó:
–¿Con quién hablo?
–Con todos –respondieron al mismo tiempo varias voces.
–¿Con quién me reúno?
–Con todos –volvieron a decir, pero ahora en una frase masiva.
–¿A quién miro?
–¡A todos! –cerraron.
–Confíen en mi palabra –apeló entonces el comisario.
–¡Usted es un mentiroso! –lo señaló con el dedo Alejandra, una mujer del barrio que lo recordaba de la represión del 19 de diciembre.
–¡Usted! ¡Usted es un mentiroso! Porque el 19 cuando la gente se juntó delante del Carrefour usted hizo pasar a las mujeres a buscar comida y cuando estaban adentro ordenó reprimir.
–¿En qué estábamos? –dijo entonces Cabrera.
–¿Usted para qué vino? –empezaron a preguntar esta vez los vecinos. Fue suficiente para que el amable comisario se retirara.