Lunes, 19 de octubre de 2009 | Hoy
Por Gustavo Veiga
Indignado por la promesa incumplida del concejal Silva, Martín Irrazabal pensó que podía interesar a Mauricio Macri y Gabriela Michetti con su caso. Le había ofrendado al PRO su primera experiencia como militante para la campaña del 2007 y creyó que tenía derecho a ser escuchado.
“Llamé a la secretaría privada de Gabriela Michetti y comenté el tema. Les mandé todo por mail y una señora, que no sé quién es, me respondió: eso lo tenés que reclamar ahí, nosotros no tenemos nada que ver, arreglátelas por tu cuenta. Eso habrá pasado más o menos a mediados del 2008, cuando Michetti estaba en la vicejefatura de gobierno de la ciudad. Y también llamé a la secretaría privada de Mauricio Macri, le mandé la foto que teníamos juntos y todo. Tengo el correo todavía en la computadora, pero nunca me contestaron”, recuerda Irrazabal con el desencanto dibujado en su rostro. En la actualidad, se refugió en su fe religiosa. Asiste a la Iglesia Evangélica y dice que “eso me da fuerzas para seguir”.
Omar Marañón, su amigo, da cuenta de otra fe, la que tiene en Martín: “Yo estoy orgulloso de él, aunque me tiré al abandono. Trabajo en la calle pidiendo monedas porque tengo que llevar plata a mi casa. Había empezado en el área de discapacidad con Degregorio, doblaba boletas electorales, asistía a los actos y ellos me prometieron que iban a darme trabajo. Hasta estuve de fiscal en Villa Corina y ni me pagaron. Tengo tres chicos y vivo en una casilla que se mantiene con un tirante porque se me está cayendo a pedazos”.
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