Lunes, 28 de diciembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
El estudio de opinión pública sobre “La democracia y sus instituciones”, realizado por la consultora Pulso Social, viene a ratificar con datos el descrédito que, a simple vista, se percibe sobre la democracia en muchos espacios de la sociedad. Pero no debería caerse en la simplificación de que los ciudadanos encuestados rechazan la democracia para adherir a cualquier otro sistema o forma de gobierno, o bien, para regresar a formas de autoritarismo trasnochado. Es cierto que algunos, en momentos de ira y hasta desesperación, terminan apelando a frases que piden el retorno de “la mano dura” y hasta “de los militares”.
Mirando en detalle el trabajo de Pulso Social se puede discernir que son los más jóvenes quienes menos entusiasmo demuestran por la democracia. No es difícil concluir que quienes así opinan no conocen otra forma de gobierno y, por lo tanto, se les hace difícil una comparación. Los adultos que vivieron los tiempos de la dictadura, por ejemplo, tienen más elementos para valorar y cotejar entre sistemas. La opinión de estos últimos está menos ligada a los resultados de la coyuntura. Con un poco más de panorama se puede llegar a concluir que las carencias y las dificultades actuales pueden ser más fácilmente adjudicables a las fallas de los hombres y de algunas de las instituciones, a la corrupción o a otros factores circunstanciales antes que al sistema como tal.
En uno y otro caso, las críticas a la democracia pueden ser atribuidas, por una parte, a la despolitización creciente de la ciudadanía. Para valorar el sistema hay que encontrar sentido a la propia acción dentro del mismo. La mera emisión del sufragio no es suficiente como para sentirse parte de aquello que llamamos pomposamente sistema democrático. Pero seguramente lo que más incide en la construcción de la opinión que refleja el sondeo, es la relación entre democracia y calidad de vida. Las personas valoran el sistema por el resultado práctico y ostensible que deja en sus vidas. Y si la vida cotidiana no es manifestación de una calidad de vida satisfactoria –con toda la complejidad de componentes que supone hablar de calidad de vida– es imposible que se le pida que valoren el sistema. No hay disociación posible.
La calidad de vida es a la valoración de la democracia, tanto como el sistema mismo aporte al bienestar de los ciudadanos. Por extensión, como también lo señala el estudio, los dirigentes políticos no podían salir mejor parados.
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