EL PAíS › OPINIóN

Bailando por un sueño

 Por Luis Bruschtein

Mauricio Macri y Francisco de Narváez tienen muchas cosas en común. Los dos llegaron a la política desde el mismo grupo social. Los dos son hijos de empresarios, los dos se presentaban como la renovación de la política, renegaban de la clase y de las prácticas políticas y se autoerigían en sus superadores. De alguna manera, ese discurso heredaba el viejo desprecio de las oligarquías por la política y los políticos, muchos de los cuales funcionaron como sus empleados. También tienen muchas cosas parecidas con Ricardo Fort, otro empresario mediático. Porque la relación entre Macri y De Narváez se parece a una de las telenovelas “hiperrealistas” que protagoniza el hombre del chocolate.

Empezaron como amigos, con los mismos guiños, aunque Macri hizo el precalentamiento en Boca. Los dos estudiaron con atención el fenómeno del menemismo que había mutado al peronismo de fuerza nacional y popular a herramienta del neoliberalismo. Pero mantuvieron distancia del peronismo, hicieron alianzas con sectores menemistas o simplemente desplazados por la interna justicialista y ganaron sus elecciones. Con su triunfo sobre Néstor Kirchner en el distrito bonaerense, De Narváez sacó carta de nacionalidad. Ya nadie le discute sus credenciales. Es un peronista “histórico”.

Macri no es peronista, pero necesita una pata de esa corriente para sostener su candidatura presidencial a nivel nacional en las próximas elecciones. El 28 de junio de 2009, De Narváez fue subordinado a Macri pero ahora la situación se dio vuelta. El que tiene la carta más fuerte es De Narváez. Es lógico que todos esos cambios saquen chispas en una relación que necesita ajustarse a las nuevas condiciones.

También se parecen en que los dos actúan rigurosamente un libreto elaborado por un comando de asesores, que a su vez se rigen por una chorrera de datos matemáticos que surgen de permanentes encuestas. Ese ha sido uno de los mayores aportes a lo que ellos llaman “la nueva política”, en contraposición a una “vieja política”, que en todo caso rápidamente adoptó los mismos recursos.

Por eso es difícil descubrir reacciones políticas espontáneas en cualquiera de los dos casos. Todavía no tienen bagaje para liberarse de esa tutela. A los dos les falta la prueba final, la de 2011, y se preparan para ella. El desborde de De Narváez y el posterior recule con chirrido de frenos tienen ese encuadre.

Si fue un consejo de sus asesores o un desborde espontáneo, la arremetida de desprecio y bronca de De Narváez contra Macri era algo que de alguna manera le convenía. De Narváez todavía está definiendo su perfil en el peronismo, donde se jugará su futuro político, cosa que al principio no veía con tanta claridad. Necesitaba poner distancia con su viejo aliado no peronista. Y de la misma manera le convenía después la disculpa pública para no romper lanzas totalmente. La oposición aspira a llegar a una segunda vuelta todos juntos. No puede haber rupturas definitivas.

Si fue guionado por sus carísimos asesores o si les nació de su forma de ser, resulta curioso que el efecto final sea tan parecido a las peleas de Ricki Fort con su ex novia Virginia, a sus declaraciones de amor, sus enojos y lagrimones televisivos. Fort argumenta como si estuviera en el Senado de la Nación y el público sigue esos tiquismiquis como si fueran más importantes que lo que se dice en el Senado.

Poco después del 28 de junio se distribuyó por Internet un video donde hablaba Macri, supuestamente sin darse cuenta de que estaba siendo grabado, y decía con una sonrisa de “Fort hablando sobre su ex novia”: “¿Lo de Francisco con sus avisos? ¿Cómo hace la cuenta legal? Se fue a la mierda”. Y ahora De Narváez se manda la propia en un estilo Gra Alfano. Y pide disculpas públicas diciendo que eso no es lo que quiere que se haga en la política. También pide disculpas como un personaje del universo Tinelli. Así, con el mismo sentido berreta se transmitió la reinauguración del Colón por Macri. O sea: es una forma de hacer política como Bailando por un sueño.

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