EL PAíS › OPINION
Hay que ayudar a Argentina ahora
Por Alejandro Foxley *
En el mes de febrero, la situación en la Argentina siguió deteriorándose. Al congelamiento de los depósitos bancarios le han seguido anuncios de nuevos recortes de salarios, de la probable imposibilidad de pagar a los empleados públicos, de fuertes caídas en la recaudación de impuestos, además del comienzo del fatídico ciclo de alta inflación.
Las penurias que están soportando cotidianamente los argentinos no parecieran tener fin. La pregunta abierta es cuánto puede resistir un país, su tejido social básico, sin caer en la anarquía y el colapso de todas las instituciones.
Lo impresionante para un observador externo es cómo este desmoronamiento de la economía argentina ha recibido la indiferencia del gobierno de Estados Unidos y un cruzarse de brazos del Fondo Monetario Internacional. No es ésta la actitud con que EE.UU. ni el FMI enfrentaron la crisis de México en 1994, la de Rusia en 1998, la de Brasil al año siguiente y, muy recientemente, la de la economía turca.
En todos esos episodios el gobierno norteamericano se jugó presionando al FMI para que articulara megapaquetes de financiamiento por parte de organismos internacionales, de gobiernos y de instituciones financieras privadas. En todos los casos mencionados, el rescate fue exitoso y esas economías retomaron una trayectoria de estabilidad y crecimiento.
¿Por qué este cambio de actitud? Un factor clave ha sido el viraje en la posición de EE.UU. Es obvio que la amenaza terrorista y el “eje del mal” concentran hoy la atención y las energías de Bush y su gobierno, con exclusión casi total de otros temas o prioridades.
En materia financiera, el secretario del Tesoro, O’Neill, ha sido tajante para marcar otro cambio de política: el gobierno de EE.UU. no quiere avalar con su apoyo a países que no manejen con disciplina sus finanzas públicas.
El FMI ha insistido con la Argentina en la necesidad de nuevos y drásticos recortes del gasto público y en el aumento de impuestos, como pre-requisito para empezar a conversar de un apoyo financiero. Al hacerlo, ignora los límites de tolerancia que tiene una sociedad a la cual ya se ha forzado a rebajar drásticamente sus salarios y pensiones, y a despedir trabajadores hasta llegar a un desempleo del 20 por ciento.
El solo anuncio de nuevos impuestos, como el que afectaría al petróleo, generó una reacción violenta que lo hizo impracticable. ¿Hasta dónde se puede estirar la cuerda? ¿Es una receta razonable para una economía en profunda y prolongada recesión contraer el gasto y la demanda, o esa política se autoderrota porque los menores niveles de actividad hacen caer inevitablemente los ingresos tributarios generando nuevos déficit fiscales?
Como lo han señalado muchos analistas, la crisis argentina no es principalmente una crisis fiscal ni una de deuda externa. Es una crisis de confianza. Con la ley de convertibilidad, la Argentina lo apostó todo a la paridad cambiaria con el dólar. Creyeron en ella a pie juntillas y lo aceptaron como dato permanente. En función de ello tomaron sus decisiones de gasto, de ahorro y de inversión. Hoy eso se rompió en la forma más brutal, no sólo por la devaluación, sino, peor aún, por el congelamiento de depósitos que introdujo una inseguridad básica en un tema fundamental: la propiedad de los ingresos y de los ahorros.
Es por ello que la primera prioridad en la Argentina tiene que ser la restitución de la confianza perdida y es allí donde la normalidad de los flujos financieros, internos y externos, debe lograrse, aun antes que eliminar el déficit fiscal o hacer la necesaria modernización del Estado, como argumenta el FMI.
Esas tareas serán mucho más abordables con los depósitos bancarios descongelados, con un tipo de cambio libre, y un monto considerable de recursos externos que den el margen de seguridad a los agentes económicosde que el camino de sinceramiento de precios y de flujos financieros es sostenible en el tiempo. Aquí sólo una decisión política de EE.UU., en el seno del directorio del FMI, puede dar luz verde a este proceso.
Ya habrá tiempo para que en América latina saquemos las lecciones de la crisis argentina. Así, por ejemplo, la excesiva rigidez en aspectos claves de la política macroeconómica, como el tipo de cambio fijo, se ha demostrado no sostenible en el tiempo. Ello destruye las confianzas más básicas de los actores económicos. Así ocurrió en Chile en 1982, en México en 1994 y ahora en la Argentina.
Ajustes en la macroeconomía que destruyen la confianza inevitablemente debilitan al conjunto de las instituciones. Las personas no pagan sus impuestos, se judicializan las decisiones de política económica más esenciales, se entablan conflictos de poder entre el Ejecutivo, el Parlamento y los Tribunales. Esto es coronado por desbordes sociales.
¿Qué puede hacer la comunidad internacional por la Argentina? Chile debe encabezar una potente operación política con el objeto de involucrar al Mercosur, al Grupo Río y otras instancias multilaterales, para hacer presión, en Washington y las capitales europeas, para que el FMI acuerde en el más breve plazo un paquete de ayuda financiera a la Argentina.
No debemos regatear en esa actitud. Por solidaridad con un país que mantiene excelentes relaciones con Chile. Con su gente, que vive enormes penurias económicas. Pero también para mantener la viabilidad de una comunidad de naciones en América del Sur.
Felipe González titula su último libro El futuro no es lo que era y argumenta que la globalización empuja a los países que quieren ser exitosos, a coordinarse y cooperar para tener presencia y fuerza en la definición de las reglas que gobernarán la globalización. Para definir a favor de quiénes operarán esas reglas, y qué resguardos tendremos para evitar efectos tan destructivos como los que hoy sufre la Argentina. Es el momento de jugarse a fondo por la Argentina en Washington. No lo vamos a lamentar.
* Chileno, economista, senador de la República, ex ministro de Hacienda durante la presidencia de Patricio Aylwin.