EL PAíS

Suelen fallar

 Por Mario Wainfeld

La jerga de tribunales es siempre peculiar. Por ejemplo es bien posible que a partir del 11 diciembre en la Corte Suprema “mayoría” se deletree u-n-a-n-i-m-i-d-a-d. Cinco son sus vocales, por ley... tras la retirada del juez Carlos Fayt quedarán tres. Sólo si están todos de acuerdo podrán plasmar un fallo. De lo contrario, deberán demorarse o buscar conjueces-paracaidistas. Justo los Supremos, que tienen tantos remilgos, deberán acudir a ese rebusque que desnaturaliza la estabilidad del cuerpo y su dinámica interna.

Trabajarán tres donde hace poco había siete, lo que ya viene resintiendo su proverbial lentitud promedio.

El tribunal que armó el presidente Néstor Kirchner, la integración más perdurable de la historia argentina, termina de entrar en el pasado. Ya se habían ido sus dos integrantes de mejor nivel y compromiso ideológico (que pensaban distinto en varios aspectos): el fallecido Enrique Petracchi y Eugenio Raúl Zaffaroni, el renunciado conforme marca la ley. Se sumó su decano, cuyo presentismo flaqueaba.

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Fayt reconoció tácitamente un secreto a voces y se permitió cumplir 33 años en su cargo que él mismo definió como “full life”. Deja para debates en momentos más serenos si es republicano que alguien ejerza una función pública durante un lapso propio de monarcas longevos.

La belicosa coyuntura política y el breve lapso que media hasta el cambio de autoridades el 10 de diciembre hacen suponer que las dos vacantes no podrán ser cubiertas por ahora. Eso redundará en más recargo de labor para el Tribunal cuya composición contradice la ley y cualquier criterio de funcionalidad. Basta que uno de los tres magistrados tenga una gripe fuerte y la actividad se paralizará o resentirá. Ninguno podrá salir de viaje, fuera de la feria.

El dislate es tributario de la cerrazón opositora que se comprometió a no admitir ningún pliego en el Senado. El obstruccionismo extremo deja frisando con la parálisis a la cabeza de un poder del Estado.

Su presidente recontrarreelecto, Ricardo Lorenzetti, contribuyó al problema “bajándole el precio” en declaraciones periodísticas.

Se dijo: la Corte es lenta en general, lo que se acentuará. La justicia lenta no es justicia, se alega. En fin.

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La Corte acostumbra rechazar una cantidad pasmosa de recursos por cuestiones formales. Es, en parte, producto del ritualismo característico del poder judicial. También un rebusque para sacarse de encima expedientes que la atosigan. En la semana que termina hoy agregó una nueva causal para decidir sin tomarse la molestia de estudiar un expediente. Rechazó por una formalidad banal un recurso interpuesto por el periodista Víctor Hugo Morales en un juicio que le inició Cablevisión.

El abogado de Víctor Hugo, decidió la Corte, había omitido copias legibles de parte de su presentación. El rigor formalista es extremo y absurdo. La carencia podía haberse resuelto de modo sencillo, intimando al letrado a aportar las copias en un plazo perentorio y breve. No se hubiera resentido la duración de un pleito cuyo origen se remonta a quince años.

La Corte usa el formalismo según le aconseja su paladar. Supo alterar criterios inveterados y rutinarios al promover audiencias públicas. Y acometió de oficio en cuestiones vinculadas con la disputa entre la corporación judicial y el Poder Ejecutivo. No se puso ritualista porque es su praxis inveterada, otras fueron sus motivaciones. Lorenzetti, hasta ahora, se ha negado a dar explicaciones sobre el tema.

Tenía para tratar un asunto delicado. Una demanda de una corporación poderosa contra un periodista por haber emitido una información. Una cuestión sensible en la agenda pública. Se castigó a Víctor Hugo con una indemnización sideral que apesta a castigo ideológico en beneficio de una empresa poderosa.

La Corte hubiera podido analizar el fondo del asunto y dictar una sentencia interesante, en uno u otro sentido. Es una bajeza y una cobardía haber esquivado el compromiso de analizar el fondo de un asunto candente confirmando de facto la condena civil.

Lorenzetti gusta pontificar sobre las libertades y sobre las de prensa Su lengua es episcopal, ambigua, jesuítica. En esta situación obró como Poncio Pilatos con parcialidad encubierta y sibilina. Una pena, su Señoría.

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