EL PAíS
Dos testimonios acerca de la violencia
Los de Salta
“Le pisaron la cabeza, le golpearon las costillas, le tiraron agua mientras dormía, lo hacían caminar de rodillas y que les bese los pies a los policías.” El relato es de la madre de uno de los nueve desocupados salteños que pocos días atrás fueron dejados en libertad en General Mosconi. Clarisa fue ayer a la marcha para contar lo que les había ocurrido a los jóvenes detenidos dentro de la comisaría 42ª de Tartagal. Ni su hijo, Daniel Valencia, ni sus otros compañeros pudieron viajar porque están libres sólo condicionalmente y no pueden salir de la ciudad. Tampoco pueden reunirse con su movimiento ni participar de movilizaciones. “El único delito que cometió mi hijo fue salir a luchar por un trabajo. El gobernador (Juan Carlos) Romero sólo sabe responder con palos y más milicos”, se enoja Clarisa sosteniendo en su mano un pedazo de cartón marrón que lleva para identificarse. Escribió sólo dos palabras: “Mosconi. Familiares”.
Los de Plaza de Mayo
Gastón, Guillermina y Horacio son tres de los 28 heridos que dejó la bomba que explotó en Plaza de Mayo el último 20 de diciembre. En la piel de los tres militantes de la juventud del MST todavía quedan huellas de las esquirlas y las quemaduras que les provocó el atentado. “Lo único que nos mandaron fueron dos cajas con remedios para todos”, cuenta Gastón subido a la silla de ruedas que le permite participar de la movilización. Desde aquel día esperan la ayuda que les prometió el Ministerio de Salud para poder sostener los gastos que les ocasiona el cuidado de sus heridas. En la marcha también está la mamá de Natalia Gugliermo, internada aún en el Hospital del Quemado donde deben anestesiarla todos los días para poder hacerle las curaciones. “Queremos que el Estado se haga cargo no sólo con un subsidio sino encarcelando a los responsables de lo que nos pasó”, reclama Guillermina, con una larga pollera blanca que esconde las marcas que la bomba dejó en sus dos piernas.