EL PAíS › UN ECONOMISTA EN EL CAPITOLIO
La culpa es del FMI
“El FMI debe reconocer que jugó un papel decisivo en provocar la actual crisis argentina..., y hay que evitar que el Fondo siga haciendo daño.” Esto y bastante más dijo el economista Mark Weisbrot recientemente ante dos comités de la Cámara de Representantes estadounidense. Weisbrot es codirector y uno de los fundadores del Centro de Investigaciones Económicas y de Políticas (CEPR), entidad que se fijó como propósito “promover el debate democrático sobre las principales cuestiones sociales y económicas que afectan la vida de la gente”. En su exposición, respaldada en un estudio sobre las causas del desastre argentino, Weisbrot condenó al FMI por imponer el ajuste fiscal, y seguir insistiendo en ello. “Esto es algo que los economistas estadounidenses jamás hubiesen recomendado para nuestra economía durante una recesión”, afirmó. Para él, la maldición argentina comenzó en febrero de 1994, cuando la Reserva Federal (banca central norteamericana) inició una serie de alzas en la tasa de interés de corto plazo, la que fue subida en un año de 3 a 6 por ciento. Ese mismo aumento precipitó la crisis mexicana, que se conocería como Efecto Tequila y arrastró a la Argentina, atada a un tipo de cambio fijo por la convertibilidad.
Tras enumerar los sucesivos shocks externos que sufrió el país, entre el Tequila y la devaluación brasileña de enero de 1999, que convencieron al mundo de que la convertibilidad era inviable, Weisbrot rechazó que el Fondo haya sido demasiado “indulgente”. Lo que hizo, según remarcó, fue “financiar el sostenimiento de un conjunto de malas políticas que condujeron la economía a la ruina”. Este economista exigió que el Fondo, el Banco Mundial y el BID declaren una moratoria de todos los servicios de la deuda argentina, hasta que el país crezca por lo menos durante un año, y que el FMI persuada a los acreedores privados de asumir igual actitud. Entre diciembre de 1995 y septiembre de 2001, la deuda argentina con el Fondo/BM/BID trepó de 15 a 33 mil millones de dólares. Esos organismos, sostuvo Weisbrot, “deberían condonar la deuda generada por culpa de sus propios errores”.
En otro párrafo recalcó que, a diferencia de otras crisis económicas, ésta no atañe a una economía que estuviera viviendo más allá de sus medios: no hay déficit fiscal (todos estos años hubo superávit primario; es decir, antes de computar el pago de intereses) ni un problema de balance de pagos (hay superávit comercial). Por tanto, si se suspenden los pagos de la deuda “no es necesario un ajuste”. Seguir en esta línea sólo prolongaría la recesión. Pero lo cierto es que “hay evidencias de que el Fondo sigue presionando en pos de recortes presupuestarios... El Fondo no debería tratar de exprimir al gobierno argentino para conseguir un mejor arreglo para los acreedores externos. Estos –recuerda Weisbrot– sabían que estaban tomando un riesgo, y recibían una gran prima por él”.
El expositor recalcó que la prioridad es revivir el gasto y la producción. “Muchos han señalado un montón de viejos problemas –la corrupción, el descrédito de los políticos, la falta de confianza en el sistema bancario y otros– como raíces de la crisis.” Esta interpretación, dice Weisbrot, le conviene a quienes contribuyeron a la crisis. Pero, “aunque muchos de esos problemas existen, no es necesario ni suficiente resolverlos para que la economía arranque... El gobierno (argentino) debe estimular la demanda hasta que se restaure la confianza de los consumidores y los inversores. Es especialmente importante –advierte Weisbrot– que el Fondo y el Tesoro (estadounidense) no impidan esas medidas por razones ideológicas, o con el propósito de conseguir mayores o más rápidos repagos de la deuda externa.”