EL PAíS
La triste vida de los parias
Parias es como llaman a los presos que no reciben visitas. Son más de la mitad de los internos. Muchas veces su familia no tiene plata para ir a visitarlos porque viven en una situación económico-social desesperada y en muchos otros casos son abandonados, incluso porque sus esposas se vuelven a casar. Tal vez uno de los fenómenos más llamativos de la cárcel tiene que ver con la forma que tienen los presos de conseguir parejas de afuera. Y lo más asombroso es que muchas veces terminan casándose o viviendo con esas mujeres cuando salen en libertad. Incluso hay antecedentes de que forman pareja, él preso y ella libre, con el tiempo ella lo va a visitar, termina habiendo visitas higiénicas y conciben un hijo.
“La forma de hacer el contacto es a través de la hermana o un familiar de otro preso –le cuenta a Página/12 un interno de la Unidad 9–. Es tremendo ser paria y tus amigos tratan de ayudarte a través de sus familias. Y entonces por ahí le dicen a alguna mujer que hay un preso que busca a alguien con quien escribirse. También a veces te ayuda tu madre, que encuentra a una piba y le dice que su hijo quiere escribirse. Y otra variante pasa por algunas revistas donde aparecen avisos de gente que quiere escribirse. La cosa empieza así, por carta.”
–¿Y después?
–Bueno, de a poquito uno se va escribiendo y entrando en confianza. Hay algo que se llama “te digo quién soy, me dirás quién eres”. Son 30 preguntas que cada uno le manda al otro y que los dos se comprometen a contestar la verdad, toda la verdad. Incluso las últimas son muy íntimas. Si la cosa camina, con el tiempo se produce el momento más importante: la visita a la cárcel. Es muy raro, porque te conocés mucho por las cartas, pero sentís que te jugás todo en esa visita. Y ya después todo avanza, pasa por la higiénica y algunos se casan.
–Gustavo Prellezo, el asesino de José Luis Cabezas, es uno de los que se casó con una mujer que conoció estando él en la cárcel, ¿no es así?
–Sí, pero como él fue policía y tiene mucha relación con la gorra, siempre tuvo y tiene privilegios. Vive en lo que llamamos “la casita”, que es como un chalet que da al patio de talleres. Se encarga de hacer la ficha cuando uno ingresa al penal y, además, trata de sacarte información sobre si fuiste o no fuiste el que hizo tal o cual cosa. Es medio buchón de la gorra. El otro que vivía ahí por temporadas es Barreda, el odontólogo que mató a la familia. Se dice que pagaba por estar ahí y se lo veía con la novia joven que tiene.