EL PAíS › OPINION
La enfermedad del deseo
Por Nicolás Casullo
Los medios de comunicación audiovisuales masivos reclaman por el escaso debate de ideas que se da en este proceso electoral, fetichizando muchas veces con la misma cantinela cada vez que un tiempo enruta hacia los comicios. Las “ideas” pasan a formar parte de una mercancía suntuaria, mítica, objeto ido como los dioses que se fueron. Totémicas tal vez por lo poco que abundan en la propia sociedad mediática más vista en los largos horarios nocturnos de audiencia.
¿Quiere la gente realmente que se discutan pormenorizadamente ideas sobre legislaciones, proyectos, detalles, mundos específicos; que en pantalla aparezcan los políticos y asesores contando sobre articulados, prospectivas, incisos, alternativas, planes a, b y c?
En principio creo que de lograrse esos programas carecerían casi de rating al lado de niños que cantan, modelos que se desnudan, teleteatros de balas, mafiosos y bonitos y locutores que nos muestran los dos o tres dramas máximos del día en el mundo. Sin duda ese lugar utópico donde “se discuten ideas” hace las veces de algo típico en la Argentina de hoy. Pretende decir: en algún lugar está el otro que tiene la culpa y me priva de las ideas que yo gustaría escuchar porque amo los mundos de ideas, aunque en mi cotidianidad además de tirar alguna puteada corta o larga contra todo, no discuto una idea en la perra vida ni ahora ni antes.
Entonces los políticos bailan, cantan corales, se ponen el jogging, reparten flores, se hacen llamar como animales sin permiso de Walt Disney Company, saltan aguadas que el gobierno de la ciudad no taponó, se rodean de paracaidistas que bajan del cielo porque ahora las izquierdas están en el cielo, mientras las encuestas van desnudando los porcentajes de manera cruel y fría.
Hace mucho que murió el tiempo de los mitines, los oradores de esquina o de sótanos, los candidatos sobre una tarima de plaza como Arturo Jauretche o Alfredo Palacios con una oratoria encendida y solemne clamando por la reparación de la patria. Tal vez esas fueran ideas, quizás, o retóricas que nos hacían pensar que un político en elecciones era sobre todo buena labia y acto público. También un mundo social mucho más ingenuo y menos lleno de consumos, donde Balbín hablaba un par de veces al año, pero no participaba de nueve minientrevistas de televisión por semanas y treinta y seis por radio.
Creo que en realidad las ideas están, y se escuchan bien, o mal, un ratito, bastante. Lo que pasa es que nuestro público nativo está pidiendo lo que, un no sé qué, como si, que te digo, fijate como, un suponer, que se vayan, que se queden, todos, que vuelvan, que me hablen de ideas: la enfermedad del deseo diría Novalis de vivir ahora, seguro pensando en su suicidio y haciendo zapping.