Jueves, 4 de enero de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
El viernes, cuando aún no había aparecido Luis Gerez, otro vecino de Escobar, donde Luis Patti gana las elecciones, dio su opinión sobre lo que estaba pasando: “Este debe estar tomando sol en Italia, igual que todos los demás”. La virtud del vecino no fue la originalidad, porque frases como ésas se dijeron mucho durante la dictadura sobre los desaparecidos. Y las siguieron diciendo los represores hasta que el concepto perdió eficacia contrastado con la catarata de evidencias en contrario. Sin embargo, cuando empezaron a decirla, todavía durante la dictadura, mucha gente prefirió creerla.
Otra condición del secuestrado político es que cuando aparece se convierte, inmediatamente, en sospechoso hasta que demuestre lo contrario. Ya sucedió también con los ex detenidos desaparecidos de la dictadura. Se supone que todos desean que el secuestrado desaparecido aparezca. Pero cuando aparece lo crucifican de entrada, es culpable de algo. El retorno de esa situación límite nunca es igual. Cada víctima la elabora en el tiempo a su manera. Pero de una situación atípica, por horrorosa, no se vuelve inmediatamente a la normalidad. El miedo y sus laberintos operan de muchas formas distintas.
Además, el secuestro político desborda el drama humano y queda enredado en el juego de significados e intereses políticos porque está inserto en el corazón de esa trama. Apenas aparecido Gerez, el Gobierno exageró el esfuerzo por la capitalización de la reaparición de Gerez con vida, lo que se suma a la filiación de la víctima como militante del kirchnerismo. Las interpretaciones y reacciones posteriores se alinearon en esa lógica y pusieron a Gerez en una trituradora.
El albañil dijo que había pasado dos veces por el horror y quiso agradecer al periodismo por haber ayudado a su liberación en esta última. Y ahora, gran parte de ese periodismo al que agradeció en una conferencia de prensa poco feliz porque no respondió preguntas, está haciendo un via crucis de esa vuelta del horror.
Patti y Carlos Menem hicieron lo único que les quedaba y afirmaron que el secuestro era un cuento, que estaba inventado por sectores del kirchnerismo de Escobar o directamente por el Gobierno. “Estaba todo cronometrado, por eso apareció después del discurso presidencial”, coincidió con ellos una comentarista en la radio, condenando al albañil, nada más que por viveza de periodista. Nadie exhibió aún ninguna prueba de que haya sido armado ni de que Gerez lo haya inventado. Por el contrario, todo indica que el hombre sufrió el secuestro y que salió muy traumatizado. Pero el hecho de ser periodista da carnet para ensañarse con la víctima solo para mostrar su disgusto por la forma en que actuó el oficialismo.
Gerez está pagando el precio del sobreviviente. Muchos encuentran motivo de duda en las incoherencias de su testimonio, algo que no debería generar sorpresa tan poco tiempo después de haber sido liberado. Está pagando también el precio de una puja política. No tendría que haber ofrecido una conferencia de prensa que no fue, el oficialismo tendría que haberlo resguardado de tanta exposición pública que terminó convirtiéndolo en blanco político.
Sin embargo, en un caso de secuestro, la trama política es un nivel de discusión aparte del secuestro en sí. Porque se corre el riesgo de empezar a pensar como en la dictadura, que es cuando se pensó menos y peor y donde las víctimas eran sospechosas hasta que se demostrara lo contrario. Es al revés: la víctima tiene razón hasta que se demuestre lo contrario. En estos temas, los argentinos no somos inocentes. Se sabe cómo se opera con versiones que se dan por recontrasabidas o interpretaciones hiperinteligentes que después se esfuman como una pompa de jabón. Lo hicieron mil veces y lo siguen haciendo. El que se quiera enganchar en esas operaciones ya no tiene, siquiera, la disculpa de que no sabía, como en la dictadura.
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