Jueves, 4 de enero de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › EN CRIMENES DE LESA HUMANIDAD
Por Sergio Zabalza *
Toda víctima de crímenes de lesa humanidad atraviesa una disyuntiva estructural cuando, para brindar el reparador testimonio que sólo la Justicia habilita, enfrenta a sus antiguos verdugos. En Lo que queda de Auschwitz, Giorgo Agamben desarrolla la diferencia entre testigo y superstes. El primero es aquel que, por poner cierta distancia respecto de los hechos, logra brindar una versión que guarde su integridad psíquica. El superstes, en cambio, es quien no logra cierta distancia respecto de su relato; queda tomado de tal forma que el trauma vivido en aquél entonces sobreviene actualizado en su subjetividad. Por eso, para Lacan (Seminario Las psicosis, clase del 8 de febrero de 1956), esta acepción de testigo remite a: “mártir del inconsciente”.
Ahora, si una extorsión mafiosa pretende acallar a los testigos, ¿cuál es el paso que habilita a salir de la posición de superstes? ¿Qué nos permite superar el trauma, domeñar aquello que nos determina? La respuesta es: el acto. Y éste no remite a ninguna actuación heroica ni a palabras grandilocuentes, sino a un deseo decidido de justicia.
Pero si el trauma remite a la orfandad con la que al mundo llegamos, esa indefensión que nos hace totalmente dependientes del Otro, la respuesta que éste nos brinde será la que nos permita constituirnos como testigos o, por el contrario, cultivar un atroz sometimiento. Por eso, no se trata sólo de custodios: nuestros testigos precisan de un Otro social que los acompañe con la firmeza que sólo aquella convicción aporta.
* Autor de La hospitalidad del síntoma. Fragmento del artículo “Sobre la noción de testigo”.
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