Viernes, 2 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › LAS VICTIMAS EN EL JUICIO A FEBRES
“Vino el oficial de Inteligencia Raúl Scheller, ‘Mariano’, y me entregó la alianza que llevaba puesta Alejo para demostrarme que lo habían asesinado. Me preguntó si yo quería ver el cadáver... Tenía dos tiros en la cara. Uno entre ceja y ceja, el típico tiro de gracia. Fue ejecutado.” El relato pertenece a Cristina Inés Aldini, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada y testigo en el quinto día del juicio contra el prefecto Héctor Febres. El testimonio de Carlos Muñoz fue un claro ejemplo de la jerarquía que tenía el acusado dentro del centro clandestino: “Fue responsable de organizar el viaje desde la ESMA a la isla de Tigre conocida como ‘el Silencio’”. El operativo a cargo de Febres se había realizado para remodelar el lugar y ocultar las salas de tortura por la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al país.
“La única alternativa era la autoeliminación. Pensé en alguna forma y lo intenté, pero sin éxito”, confesó Aldini. Ella era docente y fue secuestrada al igual que su pareja, Alejo Alberto Mallea, asesinado por oficiales de la Marina. Los jueces del Tribunal Oral Federal Número 5, Guillermo Gordo, Ricardo Farías y Daniel Obligado, escucharon ayer las torturas que sufrieron los ex desaparecidos en la ESMA durante la dictadura militar. La mujer explicó que la mayoría de los sobrevivientes fueron obligados a trabajar para sus represores como parte de lo que llamaban “un programa de recuperación para hacerse con recursos humanos para el proyecto de Massera”. El ex jefe de la Marina quería acceder a la presidencia a través del partido de la Democracia Social, para lo que utilizaba el diario Convicción y emitía el boletín Informe Cero.
Carlos Muñoz formó parte de la “mano de obra esclava” de la Esma, en la que tuvo que falsificar todo tipo de documentos. El testigo relató que, junto a una de las víctimas y querellantes en el juicio, Carlos Lordkipanidse, contó “unos cinco mil nombres” de personas en cautiverio. Habían accedido a un microfilm con las fichas, historias personales y destino de los secuestrados. Al ingresar en la ESMA las víctimas eran llamadas con números del 1 al 1000, cifra en la que volvía a empezar la cuenta.
Avanzado el supuesto “proceso de recuperación” algunos secuestrados tenían permiso salir de la ESMA, aunque eran acompañados por los represores. El 22 de abril de 1979, Febres llevó a Muñoz a festejar el cumpleaños de su madre junto a otro represor. “Me acompaña y estuvimos juntos en la mesa, mi familia y dos represores, después volvimos a la ESMA”, narró. “Febres me había dado picana”, afirmó Muñoz, que sabía que el prefecto era “responsable de su caso” por sus propias palabras.
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