Lunes, 20 de noviembre de 2006 | Hoy
Por José Natanson
Pocos ámbitos más oscuros que la diplomacia. Desde siempre, el de los embajadores aparece como un mundo opaco y distante, con sus cócteles con canapés y sus fiestas de smoking y vestido largo. Sin embargo, ni siquiera ellos, tan aristocráticos, pueden sustraerse a la poderosa influencia de los medios de comunicación. Desde hace un par de décadas, la diplomacia se encuentra cada vez más expuesta a las imágenes, en particular a las que emiten las cadenas de noticias internacionales, que constituyen un nuevo actor, a menudo soslayado, del juego internacional.
Esto, naturalmente, genera tensiones. La cautela y prudencia propias de la diplomacia, con sus tiempos largos y sus rituales acartonados, implican una necesaria tensión con la instantaneidad mediática, que impone otros ritmos y, a menudo, también otros temas. En este contexto, el rol de las cadenas internacionales de televisión es cada vez más importante: CNN es una difusora natural y poderosa del “poder blando” de Estados Unidos (aquel poder que no es económico ni militar sino cultural), y Al Jazeera, que utiliza los formatos y la tecnología globalizada, es el principal órgano difusor en Occidente del punto de vista árabe.
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador, Gustavo Martínez Pandiani recorre en Diplomacia pública y medios de comunicación el largo tránsito de la diplomacia secreta a la nueva “diplomacia pública”. Para los internacionalistas clásicos, para los realistas tipo Hans Morghentau, las relaciones internacionales eran un tema de estricta competencia entre Estados-nación, donde la opinión pública no tenía gran importancia. Ahora, en cambio, el secretario de prensa del ministerio es más importante que un embajador y un discurso transmitido en vivo puede valer más que el poder militar o económico. Y, contra lo que piensan algunos distraídos, no se trata sólo de un recurso de los líderes más poderosos: Fidel Castro y Hugo Chávez son ejemplos de presidentes que utilizan inteligentemente el poder de los medios para las relaciones internacionales.
El libro de Martínez Pandiani, editado por el Instituto del Servicio Exterior de la Nación para sus estudiantes, sostiene que, en un mundo globalizado y transnacionalizado, no basta con tener una buena política exterior: también es necesario construir una imagen que la acompañe. Para ello hay que tener en cuenta las distorsiones de los medios –que inevitablemente simplifican y personalizan– y saber traducir cuestiones técnicamente complejas en frases simples y comunicables. En suma, es necesario sacar a la diplomacia de las catacumbas alfombradas que tanto gustan a los embajadores y llevarla al ámbito, más resbaloso, de la opinión pública y los medios de comunicación.
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