Lunes, 7 de enero de 2008 | Hoy
Por Javier Lorca
“La solución occidental al problema de los recuerdos problemáticos fue fijarlos, literalmente, en piedra.” Tony Judt aludía con esas palabras a los monumentos, placas y museos erigidos “en los años iniciales del siglo XXI” como homenaje a las víctimas de los genocidios perpetrados en el siglo anterior. En el artículo “Desde la casa de los muertos”, el historiador británico concluía advirtiendo que “en el espacio de una generación, los centros conmemorativos y los museos estarán juntando polvo”, un apagado destino contra el que sólo la historia podría conspirar: “La historia, como no lo hace la memoria, que se confirma y se refuerza a sí misma, contribuye al desencantamiento del mundo. La mayor parte de lo que tiene para ofrecer es incómodo, incluso perturbador”. Ese halo estremecedor y revulsivo, el drama de la historia, recorre las páginas de No matar. Sobre la responsabilidad.
Publicado en conjunto por El Cíclope Ediciones, La Intemperie y la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, el libro recupera una polémica esencial sobre la relación entre violencia y política en la Argentina reciente. La revista cordobesa La intemperie publicó a fines de 2004 fragmentos de una entrevista a Héctor Jouvé, en la que el ex integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo relataba el fusilamiento de dos miembros de la agrupación por sus propios compañeros, ocurrido en 1964, en Salta. Al número siguiente, se publicó una carta de Oscar del Barco: “No existe ningún ideal que justifique la muerte de un hombre”, escribió el filósofo, reclamando su responsabilidad sobre aquellas muertes, así como la de todos los que participaron, apoyaron o simpatizaron con el EGP, el ERP, la FAR o Montoneros.
La carta de Del Barco fue el origen de una larga serie de intervenciones en el debate, aparecidas durante los dos años siguientes en la misma revista y en otras publicaciones, como Conjetural, Confines, Lucha Armada, El Ojo Mocho y Acontecimientos, escritos de Carlos Keshishian, Alberto Parisí, Luis Rodeiro, Carlos Panzetta, Diego Tatian, Héctor Schmucler, Miguel Ulla, Jorge Jinkis, Juan Ritvo, Eduardo Grüner, Ricardo Forster, Alejandro Kaufman, Nicolás Casullo, Horacio González, León Rozitchner, Gabriel Burgos, entre otros.
No matar... reúne aquellos textos dispersos, algunos escritos con el cuerpo convulso, algunos escritos para la serena posteridad. En la mayoría dominan los tonos y las formas del género epistolar, la carta a los amigos (los cabales y los que comparten, por así decir, un ideal emancipatorio), un curioso clivaje entre el debate público y el diálogo que germina en la intimidad. Como primer efecto, ese contraste desnuda la tensión entre afecto y pensamiento.
El arrepentimiento y la responsabilidad, el contexto histórico y los climas de época, la emoción y la contrición, la guerra y la lucha armada, los dos demonios, los nombres propios, el legado, los ecos de la historia de las revoluciones, ¿hay valores fuera de la historia?, ¿hay métodos independientes de sus fines? Son apenas una muestra de las encendidas palabras que recorren una polémica que nació y creció lejos de los grandes medios de comunicación, fuera de los grandes centros del saber (que ahora la nueva editorial de la UNC participe en la publicación del libro parece un acto de reparación). Un carácter excéntrico que habla de las debilidades de la memoria y la historia con mayúsculas, institucionales, de las coerciones que las atraviesan. Y que también algo dice sobre la potencialidad de los individuos para hacer y escribir la historia.
Como retorno no deseado y paradójico, como recuerdo de que siempre olvida la memoria –el drama de la historia–, la selección de los textos que integran No matar... denuncia la ausencia de dos que no podían faltar: el de Tomás Abraham y el de Christian Ferrer, duramente críticos y autónomos, insoslayables pero ausentes o excluidos.
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