ESPECTáCULOS
El rock federal encontró un nuevo mapa en La Falda
Las diez mil personas que pasaron por las tres jornadas del anfiteatro cordobés celebraron los números más rockeros, pero también supieron escuchar con respeto otras expresiones.
Por Javier Aguirre
La confirmación de la popularidad transprovincial de bandas como Bersuit Vergarabat o Catupecu Machu, la definitiva localía cordobesa de Las Pelotas y Kapanga, la mística única de Luis Alberto Spinetta y Pappo, la tibia recepción como “visitantes” de favoritos de la escena porteña como Babasónicos o Mimi Maura, la aristocracia perpetua de Moris, las ricas performances de Cienfuegos, Las Manos de Filippi e Intoxicados, y el sorpresivo y masivo apoyo a La 25 fueron los aspectos salientes en la resurrección del Festival La Falda Rock, clásico rockero de los años 80 que había tenido su última versión diez años atrás.
La programación de artistas, amparada en el slogan “De generación en generación”, reunió durante las primeras dos jornadas a bandas ya consagradas y en su clímax (Bersuit, Babasónicos, Las Pelotas) con otras de presentes más inciertos (Cienfuegos, Manos de Filippi). Y dejó para el cierre a un conjunto de glorias pasadas del rock nacional a las que daba especial lustre Spinetta y su presencia magnética, siempre con pretensión de hecho histórico. En tanto, la bienintencionada participación de bandas de menor renombre –algunas seleccionadas a través del concurso Pre-Falda, otras con historia regional como La Cosa, Armando Flores o los veteranos cordobeses Mousse– no logró atraer demasiado la atención de los espectadores que estuvieron desde temprano, más en actitud de espera de los números principales que de sorpresa ante las performances de artistas desconocidos.
El domingo, fecha destinada a los oldies del rock argentino, la grilla de conciertos sufrió una serie de cambios, como la presentación fuera de cartel de Pajarito Zaguri. El más importante de ellos fue en el cierre del festival, nada menos, que iba a estar a cargo de Spinetta pero que terminó siendo responsabilidad de Pappo. Un incidente ocurrido el miércoles pasado en un bar entre Pappo y Lucas Martí –líder de la banda A Tirador Láser, e hijo del fotógrafo Dylan Martí, viejo amigo de Spinetta–, que repercutió la semana pasada en los programas televisivos de chimentos, desencadenó un malestar entre ambos músicos, cuya relación ya no era buena. El asunto terminó impulsando el cambio de horarios, además de una serie de operativos para impedir el cruce entre ambos en los camarines del anfiteatro.
La actuación de Spinetta, uno de los momentos más esperados del festival, lo tuvo acompañado de guitarra, bajo, teclado y batería, con un repertorio de pocos hits (“Despiértate nena”, “Me gusta ese tajo” y “Las cosas tienen movimiento”, de Fito Páez), su clima de conexión en circuito cerrado con los más fans, y con pocas palabras, pero enérgicas (“Que la juventud les demuestre a los ignorantes que están en el poder que La Falda va a seguir siendo un festival de paz, amor y música”, dijo). Antes, Moris, Ricardo Soulé y David Lebón habían presentado sets bien retrospectivos: ¡“El oso”, “Presente” y “Seminare” en la misma noche! Pero ni la solemnidad del ex Vox Dei –con violín, y acompañado del Coro Municipal de La Falda– ni el clasicismo rockero de Lebón brillaron tanto como el insólito espectáculo de Moris. El músico, asistido sólo por un tecladista y un baterista (ambos en las sombras, lo que daba la imagen de karaoke), meneó sus caderas y terminó llevándose una ovación no fácilmente presumible. Y el show de Pappo, ya con menos público –empezó a las tres y terminó cerca de las cinco de la mañana– respondió ciento por ciento al protocolo y fue una sucesión de clásicos rockeros como “El viejo” y “Ruta 66”.
Las dos primeras funciones habían dejado impresiones diferentes. En cuanto a euforia, el entusiasmo rockero y festivo generado por Las Pelotas, Bersuit y Kapanga los colocaron en un escalón distinto. Cada una de las tres bandas, a su manera, convirtió su set en una celebración masiva, muy caliente y con mucho baile (y en el caso de la banda de Germán Daffunchio y Alejandro Sokol, con liturgia rockera de abundante pirotecnia, pogo y banderas). En tanto, fue dispar la actuación “en la ruta” de bandas menos vinculadas al más radical fanatismo rockero. Por ejemplo Mimi Maura, desde hace meses convertida en uno de los números más calientes y con presentaciones más frecuentes y concurridas en la Capital, tuvo por La Falda un paso tenue, apenas por encima de la tibieza. Exactamente lo opuesto a lo que vivió Cienfuegos (banda cuyos miembros también integran Mimi Maura), que se mantenía disuelta desde hacía un año y medio y sin horizontes demasiado claros, y que recibió del público cordobés una respuesta entusiasta y muy afectuosa. Para Babasónicos, la experiencia tampoco fue la mejor, ya que no pudieron contra cierta indiferencia de entretiempo –fueron programados entre Kapanga y Bersuit–, a pesar de que su set fue exquisito y sin fisuras. Acaso la excepción haya estado en su viejo hit “¡Viva Satana!” y el pequeño estallido desatado con el verso “todos los caminos... conducen a Córdoba”.
Catupecu Machu, en cambio, no pareció sufrir males de indiferencia de ningún tipo, y combinando su confianza a toda prueba con la verdadera guapeza de Fernando Ruiz Díaz, conquistaron desde el primer tema a un público que no parecía conocerlos demasiado. Por su parte el paso de Intoxicados, que imprevistamente adelantó casi dos horas su salida al escenario (tenían otro concierto, esa misma noche, en Capital), resultó imperdible gracias a la carismática exhibición de rock y locura de su líder Pity Alvarez. Sin embargo fue otra banda stone, La 25 –mucho menos sutil que Intoxicados, pero con mucho más apoyo, ya que sus fans bonaerenses llegaron en micros y combis–, la que generó los momentos rockeros más calientes, por momentos comparables a los de Bersuit y Las Pelotas. Algo desapercibido fue el paso de La Chilinga, que cosechó más adhesión y baile espontáneo cuando pasaba sorpresivamente tocando entre el público, durante los intervalos, que cuando ofreció su set rockero desde el escenario.
La festiva y potente actuación de Las Manos de Filippi (con muy buena presencia escénica de sus líderes Cabra y Mosky), en cambio, los dejó parados en el lugar de revelación, más allá de llevar años de carrera. Su apoyo explícito a la causa piquetera, su llamado a la insurrección y su heterodoxa y vehemente marginalidad en el escenario los convierten en una banda rara, con férreo discurso político, recursos musicales valiosos y una visceralidad que dobla la apuesta de otras bandas de tradición combativa, con el gran ejemplo, más fiestero y a la vez más poético -.tan a mano.-, de Bersuit. Ese era justamente uno de los posibles focos de tensión de la primera función, en cuanto al posible cruce entre dos bandas –Bersuit y Las Manos– que disputaban cierta enemistad mediática desde hacía tiempo por un conflicto contractual con la multinacional Universal en torno al uso del himno antimenemista y antipolíticos “Señor Cobranza” (original de Las Manos, popularizada por Bersuit). Finalmente no pasó de algunas miradas de soslayo en backstage, y tuvo un desenlace pacificador: Gustavo Cordera, desde el escenario, saludó afectuosamente al Cabra y pidió un aplauso para Las Manos. Pax rockera, o algo así.
Uno de los aspectos llamativos fue la ausencia de consignas explícitas, más allá de las de apoyo a la continuidad del festival de Spinetta. Si bien hubo algunas menciones con cierto humor de los Kapanga aludiendo a un incidente sufrido con la policía caminera, o a los ingredientes políticos del repertorio de Las Manos de Filippi, en general los músicos estuvieron bastante lacónicos a la hora de dirigirse al público. Cordera, uno de los frontman usualmente más locuaces del rock argentino, ratificó el momento de tranquilidad que vive la banda evitando declaraciones fuertes y llamando “a la ternura” como método revolucionario. La concurrencia de público fue buena (alrededor de 10.000 personas entre las tres noches), aunque la capacidad del Anfiteatro Ciudad de La Falda –que nunca estuvo del todo lleno– y los masivos antecedentes recientes de Cosquín Rock seguramente alimentaban cierto optimismo hacia una asistencia aún mayor. De cualquier modo, el balance fue positivo; no sólo en términos de convocatoria sino también de seguridad (los incidentes que se registraron fueron mínimos, fuera del anfiteatro y acaso ni siquiera vinculados directamente con el evento) y de calidad artística: cuesta imaginar a algunos de los artistas que participaron compartiendo cartel en Capital. Evidentemente el atractivo de la constitución de espacios rockeros “federales”, y la mística histórica de La Falda, dejan abierta la posibilidad de que esta plaza rockera, tradicional en los ‘80, encuentre cierta continuidad en esta década.