ESPECTáCULOS
“Estamos en un nuevo contexto, un país secuestrado por los bancos”
El dramaturgo Ricardo Monti reescribió “Una pasión sudamericana”, la retituló “Finlandia”, y la estrenó en medio de una crisis casi terminal.
Por Cecilia Hopkins
“Tengo la obsesión de reescribir mis textos”, admite el dramaturgo Ricardo Monti. El dramaturgo acaba de participar del estreno en Buenos Aires de Finlandia, una obra que surge de la reelaboración de Una pasión sudamericana, original de 1988. Proclive a introducir personajes y retazos de la historia argentina en sus textos (entre otros, Una noche con el Señor Magnus e hijos, Historia tendenciosa de la clase media argentina, Marathon, Visita, La oscuridad de la razón, Asunción), Monti tuvo esta vez la intención de borrar toda referencia evidente a aquella pieza, vinculada a la época de Rosas, en la que contaba el romance cruelmente escarmentado entre Camila O’Gormann y el sacerdote Ladislao Gutiérrez. “Opté por mantener una relación lúdica con la historia, tomando elementos de ella, pero introduciendo anacronismos, cambios y deformaciones”, cuenta. La elección del nuevo nombre de la obra, dirigida por Mónica Viñao, es parte de esa voluntad de atenuar huellas y referencias locales. “Para mí, Finlandia –un país que no conozco– alude a una tierra de confines, un contexto exótico y metafórico que tiende a producir un distanciamiento respecto de lo que se cuenta. También cambié la ubicación temporal y elegí el fin del Medioevo y el comienzo del Renacimiento”.
Lo que Monti sí quiso dejar en pie del texto original de Una pasión sudamericana fue el telón de fondo de un país en llamas. “Trabajé con el mito de los amantes en una tierra inhóspita, donde tiene lugar una guerra perpetua entre dos locos, que hoy podrían ser Bush y Bin Laden”, afirma. “La obra habla de toda confrontación entre civilizaciones, de la falta de reconocimiento de las diferencias por el desconocimiento del otro, que no es otra cosa que la fuente del conflicto, del choque”. El encargado de traer al espectador noticias de aquel amor interdicto es un extraño personaje compuesto por un par de siameses unidos por el sexo, especie de freak que “entre los fragores de la guerra descubre la sustancia mítica y misteriosa de este sueño de amor que representa la aspiración de libertad y goce absoluto”. El autor cree que el mensaje de la obra es escéptico “porque plantea que toda civilización y cultura se realizan sobre el sacrificio de la libertad”.
Si bien Monti siempre tendió a concebir su teatro desde una perspectiva literaria (“hay algunas obras mías que son más para leer que para poner en escena”, admite) e incluso, con el tiempo fue haciendo más explícito su gusto por la lírica y las citas a los clásicos, sus primeras piezas siguieron los lineamientos del teatro político. Comenzaban los años 70 cuando se estrenaron Una noche con el Señor Magnus e hijos (su primer obra) e Historia tendenciosa de la clase media argentina, pieza en que Monti describe en clave farsesca el traspaso del país a los intereses extranjeros (primero a los ingleses y luego, a los norteamericanos) con la venia de la clase media. Siguiendo la misma línea, en 1974 dirigió Los días de la comuna, de Bertolt Brecht, en el teatro Payró. “Para mí –reflexiona Monti hoy– esa obra era un gran aviso acerca del romanticismo y la ingenuidad revolucionaria: así como terminó la experiencia de la Comuna de París, yo creía que el impulso revolucionario en la Argentina de los 70 podía terminar, como ocurrió, en un baño de sangre”.
–De Historia tendenciosa... dijo alguna vez que fue su “diezmo al teatro de los 70”. ¿Qué piensa hoy del teatro político?
–Yo pienso al teatro dentro del campo de la literatura. Mis modelos fueron los grandes literatos de la dramaturgia, como Miller, O’Neill y Beckett. El teatro político siempre me parece muy fugaz, muy apegado a la realidad momentánea, y aspiré siempre a un teatro que pudiera permanecer conservando su valor en diferentes épocas. En Historia... yo hacía una crítica a la falta de visión de una política realista de la clase media argentina, que muchas veces, con sus ideales, sus aspiraciones,inconscientemente, iba en contra de sus propios intereses, de su propia existencia.
–¿Cambiaría hoy aquella descripción de la clase media argentina?
–Había cierto castigo desde mi obra hacia la clase media, algo que hoy no volvería hacer... por piedad. Estamos tan vapuleados, que en este momento haría hincapié en sus aspectos positivos, en sus aportes al desarrollo de la cultura de nuestro país, por ejemplo. Igual, pienso que hay una cierta falla de origen que tiene que ver con lo imaginario y lo real. Eso está muy bien pintado en Stéfano, de Armando Discépolo, donde los protagonistas abandonan Italia, dejan un pañuelito de tierra, es decir algo concreto, para cambiarlo por una ilusión, por un sueño que nunca llegan a realizar. Creo que en la clase media hay un desfasaje entre sus aspiraciones y la realidad.
–¿En ese marco, cuál es su visión del futuro del país?
–Desde hace bastante tiempo que estoy muy decepcionado, pero nunca pensé que se pudiera caer en una desintegración de tal magnitud. La gente todavía está estupefacta, en un estado de anomia, más allá de los cacerolazos, que me parecieron una respuesta colectiva sensacional. Sirvieron para tumbar un gobierno... pero no creo que sirvan para crear uno nuevo. Estoy asombrado ante la falta de una clase de dirigentes de reemplazo que se pueda hacer cargo de la República. Mi estado de desconcierto es muy grande. Estoy recién llegado de España, estaba en Madrid en los días en que se lanzaba el euro, y sentí una tristeza profunda al volver y pensar en la desintegración del peso. Pero para ver con mayor claridad hace falta mayor distancia. Por ahora nadie sabe qué va a pasar dentro de unas semanas. Estamos en un nuevo contexto: un país secuestrado por los bancos.