ESPECTáCULOS
Un ciclo para disfrutar del cine de Leonardo Favio, un realizador impar
La muestra que comienza hoy en el Malba es una invitación a redescubrir a un realizador fundamental del cine argentino. De “Crónica de un niño solo” a “Gatica, el mono”, una filmografía en la que hasta los errores son disfrutables.
Por Horacio Bernades
Desde hoy y hasta el jueves 31 de enero, se desarrollará en el Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), con colaboración del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales, un ciclo de homenaje a Leonardo Favio consistente en la proyección de su filmografía completa en copias de 35 mm. El ciclo es el primero de una serie de muestras dedicadas a cineastas iberoamericanos, que tendrán lugar en el auditorio de ese museo a partir de febrero, y no comprende la exhibición de Perón, sinfonía del sentimiento, realizada en video digital. La colaboración del Incaa resulta paradójica, en tanto esa institución se mantiene en estado de acefalía desde el 20 de diciembre pasado, cuando José Miguel Onaindia presentó su renuncia al cargo (ver página 27).
Tratándose de un cineasta como Favio, cuya obra tiende a desafiar la noción misma de pasado, definir este ciclo como “retrospectiva” es más una formalidad que otra cosa. Cuando irrumpió, a mediados de los 60, Favio venía de cumplir con un doble aprendizaje del oficio, realizado en las filmaciones de las que había participado como actor y en las salas cinematográficas a las que solía concurrir, para ver, a destajo, aquellas películas que su olfato le sugería. A partir de Crónica de un niño solo (1964), su cine jamás dejó de ramificarse, expandirse y diversificarse, obedeciendo exclusivamente a sus cambiantes deseos y sin responder jamás a lo que se esperaba de él, ni a los tiempos y secuencias que suelen ser parte de la carrera de un realizador “normal”. Leonardo Favio nunca fue un realizador “normal”.
¿Cómo se entiende, si no, que el realizador de tres de los films más ascéticos jamás realizados en Argentina (Crónica..., El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente) se haya embarcado más tarde en la fábula política de Juan Moreira, el inflacionado culebrón real-maravilloso de Nazareno Cruz y el lobo, la apoteosis sentimental-populista de Gatica, el mono? Más allá del violento pasaje del blanco y negro a los estallidos de color de las tres últimas, de la música de Cimarosa, Vivaldi y Bach al pegajoso “Soleado” de Pocho Leyes y del film “de cámara” a la superproducción a toda orquesta, algunas constantes se mantienen a lo largo de esta obra disímil. El afecto y la empatía genuinas hacia personajes populares es una de ellas. El oído absoluto hacia el habla de la calle, otra. La incesante invención y reinvención de formas visuales y narrativas, una de las más notorias.
La relectura y feliz combinación de las influencias más diversas es verificable desde Crónica ..., donde Favio reescribe el realismo social con encuadres à la Torre Nilsson, hasta Gatica, donde reinstala el film-social–de–boxeo típico del Hollywood en blanco y negro, en el marco de una oda al peronismo derrotado. En el medio, habrá implantado la parquedad de Robert Bresson en el opaco interior argentino (El romance...), radiografiado la triste ruindad provinciana en clave de cuento extraño (El dependiente), adaptado Antonio das Mortes al ámbito pampeano de principios de siglo (Juan Moreira), convertido en ópera kitsch un radioteatro campero (Nazareno Cruz) y narrado, en clave de picaresca, la vida de dos oscuros perdedores fellinescos (Soñar, soñar, su obra menos conocida y aún a redescubrir).
Marcadas por un pathos trágico, pobladas por niños u hombres–niño inevitablemente superados por las circunstancias, en ninguna de ellas mira Favio a sus personajes desde una posición superior, sino siempre con la actitud y desde el lugar de quien comparte el destino de un héroe que marcha a su derrota cometiendo un error tras otro. El Polín de Crónica... roba un caballo cuando no debería, porque ese pingo representa demasiado para él, del mismo modo en que el Aniceto chorea un gallo y con ello se condena, o el Mono Gatica cree haber llegado al paraíso cuando en realidad rumbea en sentido contrario.
Pero lo que importa sobre todo en la obra de Favio y lo coloca bien por encima del resto de sus colegas es la inspiración visual, que lo lleva a encontrar, fatalmente, soluciones geniales para problemas comunes. La imagen de Polín intentando fugar a través de una claraboya, el plano secuencia que sigue en tiempo real al Aniceto cuando entra a robar a la casa del vecino, los graznidos del hermano bobo de la señorita Placini o el travelling final de El dependiente (sin duda, el movimiento de cámara más extraordinario en la historia del cine argentino) son momentos que quedan grabados a fuego en la memoria. Tanto como la puñalada trapera del cabo Chirino a pleno sol, los ruleros y el llanto de Carlos Monzón en Soñar, soñar, el éxtasis sangrante de Gatica con fondo de banderas argentinas y hasta la baba que dejan chorrear Camero y Marina Magalí en Nazareno. En Favio, hasta las metidas de pata son imborrables.