ESPECTáCULOS
“La emigración masiva a España es un grave error”
El dramaturgo Iñigo Ramírez de Haro, que fue compañero de andanzas actorales de Cecilia Roth y Alejandro Urdapilleta en los años de la movida madrileña, estrenará hoy en Buenos Aires la obra “Extinción”.
Por Hilda Cabrera
El autor español Iñigo Ramírez de Haro dice haber descubierto muy impresionado que el tema eje de su obra Extinción es el mismo de la novela homónima del austríaco Thomas Bernhard. Ese tema es la familia, mostrada en sus zonas más oscuras, sólo que en el caso del creador de Una fiesta para Boris, La fuerza de la costumbre y Ritter, Dene, Voss, entre otras piezas representadas en Buenos Aires, se conecta con “la malicia austríaca”, y en el caso de la revulsiva pieza de Ramírez, con la española. Acaso con una familia tipo de los tiempos del franquismo, que fuera en parte su entorno de niño y joven sensibilizado por las disciplinas artísticas.
Extinción es la obra que estrena ahora en Buenos Aires, en una breve temporada en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034), previa a la presentación en los festivales de Cádiz y Otoño de Madrid. La obra viaja con un elenco local, integrado por Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Roberto Castro y Pablo Caramelo, dirigido por Rubén Szuchmacher. Las luces corresponden a un diseño de Gonzalo Córdova y la asistencia de dirección es de Rita Cosentino. A las dos primeras funciones para invitados se han sumado otras tres para el público, que se realizarán hoy, mañana y el jueves en el horario de las 22. Luego de la muestra en aquellos festivales, Extinción regresará a El Portón.
En la entrevista con Página/12, Ramírez de Haro se refiere a sus inicios en la escena en calidad de actor: “Comencé a fines de los años ‘70, trabajando con los exiliados argentinos en Madrid. Fui compañero de gente que después fue famosa, como Cecilia Roth y Alejandro Urdapilleta, con quien formé un teatrito y viajamos a Colombia con algunas obras. Las que tuvieron más éxito fueron la de un autor canadiense, Fortuna y los ojos de los hombres, donde Urdapilleta hacía de reina en una cárcel y yo uno de los presos. Otra fue Los sesos de Lorca, un trabajo alucinado sobre textos de Federico García Lorca. Esto es algo así como la prehistoria de Urdapilleta, quien ya era el actor genial que todos conocen. Estrenamos obras hasta en el Teatro Nacional de Bogotá. Cuando él regresó a Buenos Aires yo dejé de actuar. Me di cuenta de que nunca llegaría a la altura de Alejandro”.
–¿Existe otra relación, además del título y del tema de la familia, con la novela de Bernhard?
–No la había leído hasta que me hicieron esa misma observación sobre el título, pero siempre me gustó la literatura de Bernhard y la de otros autores que escriben en alemán con un lenguaje intenso y de gran densidad. Me gusta esa solidez del idioma. En realidad, extinción es, en la novela, traducción de Auslöschung, que es también apagón. Pero extinción es una palabra más fuerte y tiene otras connotaciones. La traducción se hizo en España, tal vez si hubiera sido en la Argentina sería diferente. Pienso en toda la literatura prohibida que leí durante el franquismo y que me llegaba a través de los libros editados aquí.
–¿Eligió al director de la puesta?
–Extinción fue presentada hace dos años en Argentores, en el formato de semimontado. Me la pidieron varios directores, pero se la ofrecí a Szuchmacher, al que ya conocía. Es absolutamente impresionante lo que hacen los actores con esta obra, empezando por Ingrid Pelicori. Los intérpretes argentinos son espectaculares: los personajes viven en escena. Me gusta también la relación que se establece aquí entre actor y director. La diferencia con la mayoría de los actores españoles es abismal.
–¿Qué opina de la emigración de artistas a España?
–Creo que esa emigración masiva es un grave error. A pesar del talento que demuestran los argentinos en el teatro, en los últimos veinte años ninguno ha conseguido meterse en lo que es el núcleo del teatro. Están siempre en los márgenes. Creo que son carreras frustradas ydesaconsejo absolutamente instalarse en España. Como en todo, en el teatro hay mafias. Y entrar en las mafias es siempre complicado. Cuando tengo alguna obra que me gustaría ver representada se la ofrezco a los argentinos que están en España, porque el resultado es otro. En Madrid existen alrededor de veinte salas de teatro alternativo, pero uno se pregunta ¿alternativo de qué? Salvo excepciones, tiene los mismos vicios del teatro comercial y oficial. La diferencia es que cuentan con menos recursos. Ahora hay proliferación de jornadas parateatrales que son una suma de piezas cortas, muchas sin ningún valor. Pero es que te llegan a pagar mil euros por una obra de seis páginas; y lo aprovechas.
–Los títulos de sus obras parecen querer resumir lo que cuentan, por ejemplo ¿Pero es que me tengo que morir para que me hagáis caso? y Hoy no puedo ir a trabajar porque estoy enamorado. ¿Qué significado tiene para usted el título?
–Es un reclamo. Me impresiona ver en el teatro español tantos títulos que no dicen nada. En cine, Pedro Almodóvar es buenísimo para titular. Los de mis obras expresan lo que pienso del mundo, como lo hago en el prólogo del libreto de Extinción (publicado por Ñaque Editora, de Ciudad Real).
–¿Cómo ha congeniado la actividad artística con su trabajo como ingeniero aeronáutico y otros vinculados con la diplomacia?
–Mi padre era militar y creía que si yo no seguía la carrera de ingeniero iba a ser un fracasado. Ese era el modelo que me gobernaba. Agobiante. El teatro fue para mí algo maravilloso. Me liberó de esa enajenación. Pero nadie vive del teatro en España. Cuando todavía actuaba, un productor me timó. Después de haber trabajado durante veinte días en una gira, desapareció con todo mi dinero. Aquella vez entré en crisis, y me dije que iba a seguir dos vidas paralelas: una que me permitiera sostenerme y otra dedicada al teatro. Soy una persona totalmente esquizofrénica. Me busco el sustento como gestor cultural (dirige la Casa de las Américas en Madrid) y me voy acondicionando a lo que venga. Cuando quise conocer el mundo fuera de España, me presenté a unas oposiciones diplomáticas y logré viajar por todos los continentes. Lo de esquizofrénico está documentado: estuve en un hospital psiquiátrico durante todo el tiempo que debía durar mi servicio militar. Me entregaron un certificado que ponía: “Excluido total por esquizofrenia localizada”. El ejército español podía alardear entonces ante el mundo que sabía localizar la esquizofrenia. Algo que no pudieron ni Freud ni los creadores de la antipsiquiatría.