ESPECTáCULOS

“Cuanto más envejezco, más me siento empujado hacia el crimen”

Esta idea ayuda a entender el valor polémico que tuvo el pensamiento el sociólogo francés Pierre Bourdieu, que falleció el miércoles.

Por Eduardo Febbro
Desde París

Durante las huelgas que paralizaron a Francia en noviembre y diciembre de 1995, la figura de Pierre Bourdieu fue una compañía regular y comprometida en todos aquellos sectores que, desde la base, se oponían a las reformas ultraliberales del entonces primer ministro conservador Alain Juppé. En un abrir y cerrar de ojos, Francia quedó suspendida a dos largos conflictos sociales desencadenados por la proyectada reforma del sistema de protección social y, sobre todo, por los cambios que el gobierno pretendía introducir en el régimen de las jubilaciones de los ferroviarios. En el transcurso de un mes y medio no hubo trenes, ni metros, ni autobuses ni ningún medio de transporte público que funcionara: el país estaba a pie y Bourdieu fue, en esos momentos de insalvables desgarros, uno de los pocos intelectuales que bajó a la arena de la invisible pero existente clase obrera.
Al despuntar el día, en los inhóspitos galpones ferroviarios donde los huelguistas de la CGT votaban en asamblea la continuación de la huelga, Bourdieu presenciaba los debates e intervenía para apoyar la iniciativa del movimiento obrero. Nada puede ilustrar mejor la interacción entre las teorías de Pierre Bourdieu y los movimientos sociales como aquellos 50 días en los que un país le dijo no a las ultranzas liberales. La obra de Pierre Bourdieu es voluminosa y variada. Además de fundar una controvertida escuela sociológica cuyo eje central es la crítica de la modernidad, en los últimos años de su vida Bourdieu creó dos corrientes inéditas para un hombre oriundo de las ciencias sociales. La primera corresponde a un sólido compromiso a favor de los movimientos sociales. La segunda atañe a la constitución de un bloque transgresor desde donde fustigó y atacó con un éxito de público inesperado a las estructuras de poder que manipulaban horizontalmente a la sociedad.
En los años ‘90, Bourdieu tenía un peso tal en Francia que fue objeto de enardecidos y violentos debates en los medios de comunicación. Primeras planas de los semanarios, extensos artículos en los diarios, columnas polémicas, ediciones especiales en las revistas de debate, programas de radio y televisión y libros panfletos contra lo que en Francia se denominó el sistema Bourdieu se convirtieron en moneda corriente. Sus detractores denunciaban un supuesto monopolio del sociólogo en el campo de la crítica al liberalismo, al tiempo que ponían en tela de juicio su tajante división del mundo en dominadores y dominados. A veces, el debate llegó al pugilato. Un ex miembro del círculo Bourdieu, Jeanine Verdès-Leroux, escribió un virulento panfleto llamado “El sabio y la política, ensayo sobre el terrorismo sociológico de Pierre Bourdieu”. La muy seria revista Esprit contribuyó a alterar el clima con un número especial donde denunció “la práctica deliberada de la mentira y de la falsificación” en los trabajos de Bourdieu. Para la revista, los análisis del sociólogo no eran “una estrategia de contradicción política” sino que respondían a la voluntad de “caporalización de la vida intelectual”. Impasible ante las críticas, Bourdieu respondía: “Lo que yo defiendo es la posibilidad y la necesidad de que haya intelectuales críticos. No hay democracia efectiva sin un contrapoder crítico”. Ese concepto de crítico repetido en todos los planos es el signo de todos sus trabajos.
Los primeros libros de Bourdieu estuvieron consagrados a Argelia, país en el que ejerció la docencia (Sociología de Argelia, 1958), El desarraigo (1964) y, sobre todo, Los herederos, un trabajo sobre el medio estudiantil con el cual se hizo muy conocido y que lo convirtió en una de las referencias mayores de Mayo del ‘68. En los años ‘60, Bourdieu participó de lleno en el agitado clima intelectual de la época con una serie de trabajos que abarcaron temas tan diversos como la cultura, el arte, lapolítica, la dominación masculina, los medios de comunicación o la miseria social.
Bourdieu fue el hombre de todos los combates, el guerrero social acusado de sectario por sus detractores que construyó una obra monumental cuya novedad sociológica consistió en otorgarle un lugar central, una función, a las estructuras simbólicas: el arte, la educación, la cultura, la literatura y, en el último tramo de su vida, la política y los medios de comunicación. Con esa metodología como telón de fondo y el tema de “la violencia simbólica” como objeto-red de todos su libros, Bourdieu se ocupó de lo social en momentos en que lo social parecía no tener otra existencia que la dinámica del provecho. Desde Los herederos pasando por La miseria del mundo (1993) o Las estructuras sociales de la economía (2000), a lo largo de sus 25 libros publicados Bourdieu abrió caminos inexplorados en el campo de la sociología. Paradójicamente, su apogeo llegó con el incremento de las desigualdades sociales. En la segunda mitad de los ‘90 llegó a ser sin quererlo la piedra filosofal del movimiento social y de lo que en Francia se conoce como la izquierda de la izquierda, es decir, los grupos e individuos que no se reconocían en la izquierda gobernante.
Nada define mejor la relación de Bourdieu con el mundo político como las calificaciones con que lo trataban los partidos de la izquierda oficial. En el Partido Socialista francés, la acción y el pensamiento de Bourdieu eran vistos a través de la fórmula “la izquierda de testimonio crítico”. A su vez, en el Partido Comunista, las intervenciones del autor de La miseria del mundo no pasaban con facilidad. El boletín oficial del PCF fechado en abril de 1999 definía sus posiciones en éstos términos: “confort romántico” o “izquierda protestataria y antipolítica”. De hecho, Bourdieu llegó a la cumbre a una edad avanzada, 70 años, llevado por la fuerza de sus compromisos y por el volcán del movimiento social de diciembre de 1995. Bourdieu le dio cuerpo doctrinario a una revuelta contra el liberalismo, atacando sucesivamente los principales centros de poder, es decir, el político y los medios de comunicación.
Al término de aquellos casi dos meses de parálisis nacional fundó Raisons d’agir, con un grupo de intelectuales cuya meta vino a romper la sacrosanta objetividad científica. Con la revista trató de “poner a disposición del movimiento social el trabajo de los sociólogos, psicólogos e historiadores”. La división entre la objetividad del investigador científico y la convicción subjetiva del militante político quedó resumida en una figura que Bourdieu y sus partidarios universitarios llamaron “el intelectual colectivo”, una definición que encuentra sus raíces en Michel Foucault, que se refería al “militante científico”. Para el autor de Los herederos lo importante era “no dejar el trabajo científico en el vestuario y servirse de él como un arma política”. Raisons d’agir resultó ser el arma con que Bourdieu golpearía el corazón del sistema: la universidad, los medios, la protección social, el desempleo, la precariedad del trabajo fueron los principales temas de reflexión. Estos encontraron el “instrumento de la transgresión con la creación de la editorial Liber/Raisons d’agir, cuyas obras publicadas respondían a dos fundamentos de Bourdieu: lanzar libros de intervención a fin de comprender la crisis y, más políticamente, “destruir la frontera entre trabajo científico y militantismo, rehabilitando la polémica”. El público consagró lo acertado de su iniciativa. Libros de estatuto confidencial como La televisión o Los perros guardianes (un panfleto riguroso contra los periodistas) alcanzaron tiradas muy superiores a la de los libros lanzados por las grandes editoriales.
“Cuanto más envejezco, más me siento empujado hacia el crimen. Transgredo líneas que antes me había prohibido transgredir”, decía Bourdieu refiriéndose a sus compromisos intelectuales. El sociólogo francés reconocía que durante años fue “víctima de ese moralismo de laneutralidad, del no implicarse, de la no-intervención del científico, como si se pudiese hablar del mundo social sin ejercer la política”. Bourdieu la ejerció: en las aulas, en los libros y hablando ante los auditorios más diversos: huelguistas, personas sin domicilio fijo, cárceles, hospitales, campesinos. Sus ataques contra los sistemas sociales desestructuradores y la globalización no admitieron concesión alguna. “El fatalismo de las leyes económicas esconde en realidad una política. Pero se trata de una política paradójica porque apunta a despolitizar: es una política que, liberándolas de todo control, apunta a darles a las fuerzas económicas un poder fatal. Al mismo tiempo, esa política busca obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales liberadas mediante ese método”. Pesimista y al mismo tiempo comprometido, Bourdieu fue antes de tiempo el sociólogo que iba a pensar, a “objetivar”, el desarraigo y la soledad social a las cuales las leyes del mercado arrojaron a millones de individuos.

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Bourdieu se hizo famoso de grande, y supo aprovechar el momento.
En Francia se lo veía como la izquierda de la izquierda oficial.
 
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