EL PAíS › MASIVA PROTESTA EN CAPITAL Y LAS PRINCIPALES CIUDADES DEL PAIS

Bronca para cacerolas y orquesta

A pesar de la lluvia y el clima intimidatorio el primer cacerolazo nacional alcanzó una amplia repercusión en todo el país. En Capital la gente confluyó tranquilamente a Plaza de Mayo donde, cuando ya se desconcentraba, soportó una violenta represión policial.

 Por Luis Bruschtein

¡Clink! ¡Clank! ¡Plunk! Empezó otra vez a las 20 en punto de ayer, de a poquito, un ruidito como si se hubiera descompuesto la heladera, y se fue extendiendo por toda la ciudad y en las principales del país. A las once de la noche, con truenos y lluvia seguían llegando nutridas columnas de vecinos desde todos los barrios a la Plaza de Mayo. El primer cacerolazo nacional debutó esta vez, además de en Buenos Aires, en Mar del Plata, Córdoba, Rosario, La Plata, Salta, San Luis y otras ciudades. Pese a las medidas de seguridad, las declaraciones sobre posibles hechos de violencia y el clima ciertamente intimidatorio en que transcurrieron las primeras horas de ayer, la protesta fue masiva. En Buenos Aires, los vecinos se reunieron primero en los puntos de encuentro de las asambleas de barrio y allí decidieron marchar aporreando sus cacharros hacia la Plaza de Mayo. La manifestación transcurrió en forma totalmente pacífica pero alrededor de la medianoche los efectivos policiales comenzaron a lanzar gases y reprimir grupos de vecinos que habían comenzado a retirarse, a la altura de la avenida 9 de Julio. Finalmente, la represión se extendió también hasta la Plaza de Mayo.
Mujeres, hombres, ancianos y grupos familiares, algunos con niños, como en los cacerolazos anteriores, formaron las columnas que ayer desbordaron una Plaza de Mayo cortada al medio por vallas de contención, casi a la altura de la pirámide. Una segunda valla se mantenía sobre Balcarce. Los efectivos policiales se habían estacionado a lo largo de la primera valla, junto a los manifestantes, en tanto que sobre Hipólito Yrigoyen y Balcarce permanecían en estado de alerta efectivos de la Guardia de Infantería, hidrantes y tanquetas.
Desde el jueves, distintos funcionarios habían advertidos que no serían tolerados nuevos hechos de violencia y en todo el microcentro, los comercios más importantes, en especial los bancos, pusieron protecciones de madera, chapa y alambre para salvar sus vidrieras que varias veces han sido objetivo de la furia de los manifestantes en las últimas semanas. El Banco de Galicia tapó sus ventanas y puertas con inflamables planchas de madera, en tanto que el Citibank, más previsor, utilizó chapas. Parecía que el microcentro se preparaba para afrontar un tornado. El Gobierno dio asueto al personal a partir de las cuatro de la tarde y algunos bancos terminaron de atender al público antes de la hora de cierre.
En ese clima ciertamente intimidante para el manifestante promedio de los cacerolazos, que no acostumbraba a participar en manifestaciones, muchos creían que esta vez la adhesión a la protesta sería menor. Al mismo tiempo se trataba del primer cacerolazo convocado públicamente por las formas de organización espontáneas que fueron surgiendo a partir del primero, el 20 de diciembre del año pasado.
Lo cierto es que antes de las 20, ya había en la Plaza de Mayo algunos cientos de personas, incluidos los deudores extrabancarios que habían hecho un “llaverazo” y esperaban que se iniciara el cacerolazo en la misma plaza. Entre las 20 y las 20.30 comenzó a escucharse el tañido de cacerolas. La gente comenzó a reunirse en los puntos de encuentro de las asambleas de vecinos autoconvocados que surgieron en toda la ciudad. En ese momento, el tránsito automotor enloqueció en toda la ciudad porque las asambleas de vecinos interrumpieron el tráfico en las esquinas principales. Hubo reuniones en plazas, como Parque Lezama, Parque Centenario, Plaza irlanda y Plaza Congreso y en varias esquinas a lo largo de las avenidas San Juan, Rivadavia, Independencia, Santa Fe y Corrientes, con cientos de vecinos en cada una de ellas. En algunos puntos, incluso, las calles fueron cortadas con fogatas.
La convocatoria al cacerolazo nacional formulada por la asamblea interbarrial de Parque Centenario del último domingo se refirió puntualmente a batir las cacerolas y reuniones de las asambleas en cada barrio y en todo el país. Pero había dejado abierta la posibilidad de que cada barrio decidiera en el momento si marchaba o no hacia la Plaza de Mayo, por lo que en cada caso se hicieron asambleas con un solo punto que consistía en esa decisión. La gran mayoría votó por la afirmativa y las columnas se pusieron en marcha. A las 22, todavía había poca gente en la plaza y ya se veía cómo se aproximaba la tormenta de truenos y relámpagos.
A partir de esa hora comenzaron a llegar las asambleas de vecinos y la marcha prácticamente cubrió de manifestantes la Avenida de Mayo. Los grupos se identificaban con carteles de las asambleas de autoconvocados, la mayoría confeccionados en forma casera con una sábana y letras escritas en aerosol. Uno de los grupos más nutridos llevaba un cartel de la “Asamblea de vecinos 20 de diciembre”, de la zona de Flores, y que se reúne en Rivadavia y Carabobo. También había muchas banderas argentinas y manifestantes con la camiseta de la selección nacional. Como en los cacerolazos anteriores, esta vez tampoco hubo carteles partidarios, aunque podía advertirse más de uno que se hacía el inocente con carteles prolijos, muy profesionales, con consignas como: “Que se vayan todos, Gobierno de los Trabajadores y Asambleas de Vecinos”, con esta última parte agregada a último momento.
A diferencia del cacerolazo anterior, que fue poco cubierto por los medios y en especial por la televisión, en este caso, todos los canales, de cable y de aire, estaban presentes en la plaza y muchos de los móviles estaban atravesados sobre la entrada de avenida de Mayo, provocando la aglomeración de los manifestantes. Las consignas contra el corralito, la corrupción o por la remoción de la Corte Suprema se mezclaban con el grito de “¡Argentina! ¡Argentina!” al compás de las cacerolas y demás utensilios de percusión.
A las 22.30 comenzó a llover torrencialmente y los manifestantes comenzaron a gritar “¡Y llueve, y llueve, el pueblo no se mueve!” mientras seguían ingresando nuevos grupos de vecinos en forma pacífica. Algunos se ponían las ollas en la cabeza para protegerse del agua y las seguían golpeando pese a todo y otros pocos traían paraguas o impermeables.
Alrededor de la medianoche, tras soportar más de una hora de fuerte lluvia, algunos barrios comenzaron a retirarse y mucha gente, sobre todo los grupos de familia con niños, buscaron refugio debajo de la recova o en la Catedral y la Plaza quedó con muchos espacios vacíos.
En ese momento, grupos de policías de uniforme y una gran cantidad de efectivos de civil, más de uno ostentando una sartén en su mano, reprimieron a un grupo de manifestantes que se retiraban a la altura de avenida de Mayo y 9 de Julio. La gente arrojó piedras contra los policías e inclusive arrojaron objetos contundentes desde los edificios.
Una camioneta de la Guardia de Infantería que había participado en esos hechos, arribó a la Plaza de Mayo y comenzó a arrojar gases y balas de goma contra los manifestantes que se encontraban en el Cabildo y bajo la recova. Detrás de ellos entraron grupos de policías en motocicletas disparando gases y balas de goma. Se produjeron corridas y numerosas detenciones y la plaza quedó casi vacía con excepción de un grupo que manifestaba ostensiblemente en forma pacífica alrededor de la pirámide. Pero la represión se generalizó. Los grupos de motociclistas de la Policía Federal se desplazaban por las calles laterales disparando a mansalva contra los grupos de personas que encontraban e inclusive varios periodistas que cubrían el cacerolazo resultaron agredidos.

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Las asambleas de vecinos decidieron en cada barrio emprender la marcha hacia Plaza de Mayo.
A pesar del clima intimidatorio, muchos llegaron con sus familias y hasta la medianoche no hubo incidentes.
 
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