ESPECTáCULOS › “HARRY POTTER Y LA CAMARA SECRETA”, DE CHRIS COLUMBUS

Cuando la magia es también aventura

Desprovisto de la necesidad de presentar a sus personajes, el segundo film de la serie creada por J. K. Rowling ofrece un espíritu más relajado y disfrutable. “Frida”, en tanto, se acerca más al espectáculo colorido que a un ensayo fílmico sobre la mexicana.

 Por Luciano Monteagudo

Menos de un año después de la primera adaptación cinematográfica de Harry Potter, el mundo globalizado (el estreno es prácticamente simultáneo a escala planetaria) ya tiene, en el multicine más cerca de su casa, la segunda película de la saga creada por J. K. Rowling. Pocos productos, sino ninguno, consiguieron instalarse tan rápida y tan profundamente en el mercado de la cultura popular como las aventuras de este niño mago, que viene desafiando al Mal absoluto desde su primera infancia y que, de acuerdo con contratos prexistentes (Rowling ya lleva publicados cuatro tomos y todavía debe tres más, todos los cuales serán llevados invariablemente al cine), lo seguirá haciendo hasta bien entrado en la adolescencia.
Si la primera novela y, por consiguiente, la primera película debían necesariamente presentar a los numerosos personajes y describir no sólo su ambiente sino también los mecanismos que rigen el arbitrario mundo de los magos, la segunda entrega –respetada con fidelidad absoluta, casi página por página, en la versión cinematográfica, al punto que la película dura exageradas dos horas cuarenta minutos– ya se pudo liberar de ese lastre y aplicarse sin demasiados prolegómenos a la pura aventura. En este sentido, no cuesta afirmar que la segunda incursión del director Chris Columbus en el universo de Rowling es claramente superior a la primera, ante todo porque la segunda novela también es mejor y se presta, con su trama más elaborada y compleja, a una recreación ideal en la pantalla.
Es más, se diría que Rowling escribe –a vuela pluma, siempre– no sólo influida por el cine de entretenimiento alla Spielberg sino también pensando en el cine, en la materialización que sus textos van a alcanzar una vez que dejen de ser tinta impresa y se reencarnen para cobrar una nueva vida en fotogramas y pixels. En La cámara de los secretos, por ejemplo, ya no es necesario explicar la infancia de Harry en términos dickensianos y la siniestra familia Dursley, que a su pesar debió hacerse cargo del niño huérfano, pasa a ser ahora una suerte de comic relief, una caricatura grotesca y a su manera simpática de un vulgar matrimonio de una intemporal clase media británica. Tan británica como Hogwarts, el más exclusivo de los colegios privados británicos, tanto que sólo se puede acceder desde la plataforma 9 3/4 de la estación Charing Cross, un portal que sólo son capaces de atravesar los magos.
Y a veces ni siquiera ellos. Sucede que Harry y su inseparable amigo Ron (Daniel Radcliffe y Rupert Grint, obviamente más maduros y con las voces más graves: ¡cómo crecen los chicos!) esta vez se dan de bruces contra la realidad y pierden el Hogwarts Express, lo que los lleva a hacer el trayecto hasta la escuela en un viejo Ford Anglia (el más antiestético de los autos británicos), al que hacen volar como si fuera el legendario Edsel de Dick Van Dyke en Chitty Chitty Bang Bang (1968), una película que sin duda debe haber marcado la infancia de Rowling.
Una vez en Hogwarts, Harry y Ron se encontrarán con viejos conocidos, empezando por la sabelotodo Hermione (Emma Watson) y siguiendo por el gigante Hagrid (Robbie Coltrane), el director Albus Dumbledore (Richard Harris, en su última aparición antes de su muerte), la profesora McGonagal (Maggie Smith) y el ominoso profesor Snape (Alan Rickman). Pero es en las novedades donde están algunos de los aciertos de La cámara de los secretos. Haber confiado el fatuo profesor Gilderoy Lockhart al más fatuo de los actores británicos, Kenneth Branagh, es sin duda un hallazgo de casting, que seguramente debe atribuirse a la propia Rowling. Como el malvado millonario Lucius Malfoy se luce particularmente Jason Isaacs, confirmando aquel viejo dicho de Hitchcock que afirmaba que cuanto más logrado estaba el villano más lograda era la película. Y last but not least, el sumiso y sinuoso elfo Dobby, que tiene la peculiaridad de hablar de sí mismo en tercera persona, es una pura creación digital, resuelta en el disco rígido de una computadora, pero debe reconocerse que es mucho más simpático y vivaz que algunos de sus hermanos sintéticos, como el sentencioso Yoda, por ejemplo, de La guerra de las galaxias.
Como no podría ser de otra manera, los efectos especiales brillan en el partido de Quidditch –esa suerte de cricket aéreo y de alto riesgo que imaginó Rowling–, pero también en el enfrentamiento de Harry con unas arañas gigantes, que sin embargo no llegan a ser tan impresionantes como la vieja y precaria Tarántula de Jack Arnold.



(Harry Potter and the Chamber of secrets) EE.UU./Gran Bretaña, 2002.
Dirección: Chris Columbus.
Guión: Steve Kloves, basado en la novela homónima de J. K. Rowling.
Fotografía: Roger Pratt.
Música: John Williams, adaptada por William Ross.
Intérpretes: Daniel Radcliffe, Rupert Grint, Emma Watson, Kenneth Branagh, John Cleese, Robbie Coltrane, Alan Rickman, Richard Harris, Maggie Smith, Julie Walters.
Estreno de hoy en los cines Village Recoleta, Hoyts Abasto, Cinemark Palermo, Cinemark Puerto Madero, Patio Bullrich, Paseo Alcorta y otros.

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Harry y su inseparable compañero Ron, protagonistas de una historia con réditos multimillonarios.
 
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